SAYURI LOZA

Como en Bolivia lo único importante es lo que carece de importancia, es vital visibilizar los invisibles trajes de inca que llevaban los bailarines imperiales en la entrada de Gran Poder, los cuales opacaron incluso a los muy vestidos y voluminosos morenos sugar daddies mimados de la fiesta y a los cotizados y exclusivos caporales.

Tengo entendido que estos macizos jóvenes cobraron más adeptos para el regreso al Tawantinsuyo que el mismo Reynaga o el maestro Choquehuanca, y es que tan sólo de imaginar esos musculosos pechos al sol, yo con mis manos construiría un idílico Cuzco para fundar el imperio de los gimnasios. ¿Que soy una acosadora y cosificadora? Si admirar la belleza masculina es acosar, yo misma me pondré las cadenas ¡Y que me azoten los incas!

Fuera de bromas. ¿Realmente tendríamos incas semidesnudos en un hipotético regreso al reino de los cuatro suyos? Antes que nada, hemos de saber diferenciar entre la vestimenta histórica del Inca y su panaka y aquella que usan para la danza del mismo nombre, que si bien tiene una base histórica, presenta elementos anacrónicos como las monedas, que llegaron recién con los españoles y el cabello largo y suelto, que en realidad tanto el inca como su panaka llevaban corto en la mayoría de los casos (exceptuando la panaka de Villcabamba, pero ésta era una excepción).

Así pues, los cronistas nos hablan de lo maravilloso del traje del sapa inca, compuesto por una túnica o unku, con tocapus tejidos en varios colores, estos tocapus se consideran hoy, una especie de heráldica incaica que ornamentaba el unku real. Igual que los incas de Gran Poder, llevaba una larga capa denominada llacolla hecha con plumas de animales exóticos o piel de murciélago. Y sí, llevaba también una “corona” que no era tal, sino una maskaipacha con canutillos de oro que colgaban a manera e cerquillo y significaban el poder imperial.

La vestimenta era muy controlada por el Estado imperial, cada elemento servía para distinguir la pertenencia a determinado ayllu, parcialidad y territorio y para establecer la clase social de pertenencia. Por lo tanto, no había espacio para extravagantes o vanguardistas de la moda, y aunque el sapa inka y el awki (su hijo mayor futuro heredero de la corona) a menudo estrenaban trajes, el resto de la población, en especial los hatun runas, debían ceñirse a la estricta distribución que se hacía tanto de la vestimenta como del alimento, no pudiendo haber cambio o modificación alguna sin autorización del Estado.

No había espacio para la individualidad e incluso el tocado de la cabeza respondía a la adscripción étnica de cada persona, el material de los trajes también dependía del territorio, en sitios más fríos, lana de camélidos, en sitios más templados, algodón.

Bueno, ya me estoy desanimando de volver a los viejos tiempos porque si bien algunos puristas del folclor echaron el grito al cielo ante la alteración de la vestimenta clásica de la danza de los incas, sin duda en tiempos incaicos los transgresores habrían sido objeto de sanciones mucho más duras que posts escandalizados en redes sociales.

Así que no está mal vivir el aquí y el ahora con algunos transgresores y otros conservadores, no está mal que los protagonistas de esta fiebre por los incas, estén en la Feicobol recordándonos lo hermosa que es la juventud, lo refrescante que es ser vanguardista y que estamos vivos cuando nos late de nuevo el corazón, aunque sea de manera platónica. Y es bueno saber que hoy no es privilegio exclusivo de los hombres “chekear” gente guapa; es bueno en fin, saber que los tiempos cambian, muchas veces para mal, pero algunas otras no. Seguro el año que viene veremos más incas… creo que me está empezando a gustar el Gran Poder.

SAYURI LOZA

Historiadora, Diseñadora de modas, políglota, artesana. 

*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21