El viejo zarismo de Putin contra la independencia de Ucrania (I)

LUIS ANTEZANA

Es posible deducir, sobre la base de varios aspectos objetivos, que en ciertas poblaciones humanas existe un antiguo sentido político que busca el expansionismo territorial para ampliar sus fronteras, no solo a nivel local, sino también planetario.

Esa afirmación sería posible especialmente en los altos estratos de algunas sociedades y, en particular, en la sociedad rusa. En efecto, datos históricos reales permiten inferir esa conclusión general, al menos en lo que se refiere a la actual actitud expresada por Vladimir Putin en la aplicación de una ostentosa política expansionista y antinacional dirigida hacia los cuatro puntos cardinales de su geografía, empezando por Ucrania, hacia el este, y amenazando territorios como Georgia y Turquía, del oeste, lejos de sus fronteras.

En artículos anteriores se podría encontrar las premisas para plantear la hipótesis del desempeño expansionista territorial ruso, tomando en cuenta que,  para algunos analistas, se trata de una forma de actividad psíquica que se contrapone a la conciencia, que es una conducta propia de una especie de animales, típica de los insectos, los peces y las aves, y fue consolidada por la herencia biológica, mientras otros sostienen que es mucho menos frecuente, se produce y elabora en la especie humana como efecto de procesos histórico-sociales y es estimulada por motivos sociales, no por medios biológicos.

El expansionismo territorial de la mayoría de gobernantes y caudillos rusos es de vieja data, tal vez aparecida en tiempos de los vándalos que, pasando del oriente al oeste, invadieron Europa llegando hasta España.

Ese primitivo sentido nómada reapareció en Rusia hace unos 600 años con la aparición de una generación de políticos que se instalaron en el poder con fines dinásticos y autocráticos, política que se define como Dinastía. Para entonces, la nacionalidad rusa estaba establecida en un relativo pequeño territorio el este de Asia, más próximo a Europa; empezó a ser gobernado por una familia de nombre Romanof, de tendencias autocráticas, que se hizo del poder político del Estado y entonces vio la posibilidad de extender su poder, ampliando su territorio y anexando a pueblos y débiles nacionalidades vecinas, ya fuese de manera pacífica o por la fuerza.

Varios de esos primeros gobiernos de la dinastía Romanof empezaron a aplicar la idea política de la familia, aunque sin mayores perspectivas, pero fue el germen de nuevas ambiciones. Heredó esa conducta Iván el Terrible y fue el primer gobernante ruso que se bautizó con el título de Zar, imitación derivada del término César, de los césares de Roma.

Ese zar, como dice su nombre, fue Iván el Terrible, que empezó una política expansionista cruel y sanguinaria. En un plan deliberado de conquista de nacionalidades asiáticas, Rusia se convirtió en un imperio y esa política fue seguida por los siguientes zares que tenían el mismo instinto expansionista de Iván el terrible, a quien sucedieron Pedro el Grande y Catalina la Grande. Ellos siguieron aplicando la política expansionista y anexionista de Iván el Terrible y sus antecesores, durante unos doscientos años. Sin embargo, esa política, aplicada implacablemente en la periferia de Rusia y el extenso territorio asiático, fue frenada por el progreso que registró en esa época Europa occidental, en especial por la invasión francesa al mando de Napoleón.

No obstante, la política expansionista rusa siguió existiendo en forma subterránea y latente y a fines del Siglo XIX, el expansionista encontró un argumento y, a la vez, instrumento para realizar una nueva escalada. Ese instrumento fue la ideología socialista que fue adoptada por corrientes políticas de izquierda y otras de diversos colores. El expansionismo encontró, consciente o inconscientemente, en la teoría socialista el arma ideal con que podría sorprender a la humanidad para hacer posible su ambición de dominio mundial, originado en la dinastía zarista siglos atrás.

Pero la correlación de fuerzas existente en esa época política, se dividió en dos corrientes contrarias: el populismo (en su concepción económica y no en la habitual), por el cual la fuerza expansionista debía ser puesta en práctica sobre la base de las costumbres comunitarias de la población rural conservadora de la vieja Rusia, para “saltar”, enseguida, sin pasar a etapa capitalista, al socialismo y la segunda corriente que se oponía al principio de autodeterminación de los pueblos, dos principios que alteraron el curso de los planes políticos anexionistas de las tendencias partidarias que ocupaban el escenario político ruso de entonces.

Desde mediados del Siglo XIX, en el ambiente político de Rusia y enseguida en Europa se produjo un gran debate sobre el populismo, que fue superado por Lenin y sus seguidores, quienes derrotaron esa tendencia en nivel teórico y que se confirmó en diversos intentos empíricos en algunos países donde se intentó su aplicación.

Pero quedó pendiente de solución el problema de la autodeterminación de los pueblos, tema aún más candente que el primero, cuya discusión también se prolongó durante el primer cuarto del Siglo XX y terminó asentándose y confirmándose como principio de todos los pueblos del mundo. Ese principio fue también aprobado, en lo esencial, por sugerencia de Lenin en el famoso Segundo Congreso del Partido Social Demócrata (Comunista), su partido. Lenin propuso su punto de vista que fue aprobado en una resolución congresista, cuyo texto puso fin al debate, y estableció en el cuarto punto: La Social Democracia… “tiene como su fundamental y principal tarea apoyar la autodeterminación…”

Ese punto de vista principista fue sostenido a brazo partido por Lenin hasta sus últimos días. Es más, puso fin a la teoría de la política del expansionismo zarista. La cuestión quedó como indiscutible, pero el dogmatismo zarista respondió, anteponiendo sus antiguas opiniones, adoptando (con la cortina de humo de crear la felicidad mundial) el pretexto de la idea del paraíso comunista, para aplicar en su nombre el dominio mundial del expansionismo zarista.

Lenin, sin embargo, se opuso, lanza en ristre, a ese proyecto y defendió firmemente el principio de la autodeterminación de los pueblos, con la idea de que la única política correcta es la política de principios, uno de los cuales precisamente era la autodeterminación de los pueblos.

Lenin nadaba, pues, contra la corriente de sectores de su partido y en 1916, estando en Suiza, fue acusado de estar equivocado, fue abandonado por su partido y, finalmente, aislado, quedando solo con el principio de la autodeterminación. Poco después terminó el ostracismo (1917), retornó a Rusia, tomó el poder, se instauró la República Socialista Soviética, (URSS), oponiéndose siempre a la expansión territorial, de acuerdo con el principio de la autodeterminación de los pueblos, principio que otros dirigentes rechazaban y se oponían a Lenin. En forma concreta, no estaba de acuerdo con la anexión de varias nacionalidades por el nuevo orden y, enseguida, con el tratado de Brest facilitó la independencia de los países del bloque de países bálticos, formado por Estonia, Lituania y Letonia, lo que le originó la enérgica oposición de la mayoría contraria al anexionismo que tenía proyectado.

La revolución rusa se fue debilitando y en 1920 entró en crisis económica. Entonces, Lenin decidió reformar su línea política y retroceder al capitalismo, mediante el capitalismo de Estado como tabla de salvación. En una conferencia (dic. 1921), defendiendo siempre la independencia de los pueblos, sugirió a sus opositores la necesidad de “ser flexibles” y “retroceder” y argumentó: “La paz de Brest ha sido un modelo de acción absolutamente no revolucionaria, sino reformista, e incluso peor que reformista, puesto que ha sido una acción regresiva, en tanto que las acciones reformistas, por regla general, avanzan lenta, cautelosa y gradualmente, pero no retroceden”.

(PARTE I)

LUIS ANTEZANA ERGUETA

Escritor e Historiador

*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21