Educar en un tiempo relativista

IGNACIO VERA DE RADA

El poder y el conocimiento desprovistos de sabiduría resultan mortíferos. Eso dijo el presidente Eisenhower cuando Einstein murió en 1956. El mismo científico judío creía algo similar, y quizás era más radical que el mandatario al decir que “la religión constituye una parte importante de la educación”. Ahora bien, Einstein nunca definió -al menos no públicamente- su credo religioso, pero en todo caso estaba lejos de ser un cristiano devoto. ¿Por qué, entonces, aquella afirmación? Porque -como escribe Vargas Llosa en La civilización del espectáculo- son la religión y la creencia en una divinidad -y los rigurosos códigos éticos que ellas suponen- las que han impelido desde siempre al ser humano hacia un ideal de convivencia y armonía. Max Planck, devoto cristiano protestante, y obviamente ya desde una posición militante de creyente, pensaba que era solamente la religión la garantía para seguir creyendo en un mundo menos injusto y más civilizado.

Hace pocos días, los docentes de la UCB asistimos a un curso impartido por el rector nacional, R. P. José Fuentes Cano, en el cual se dijo que la educación universitaria, al igual que la escolar y la de posgrado, no puede dejar de ser teleológica y axiológica; es decir, no puede dejar de tener como objetivo supremo alcanzar los fines del ser humano en cuanto a sus valores y su moral. Y es que muchas instituciones, centros educativos y demás organizaciones del mundo han ido adoptando posiciones laicas en cuanto a su labor activa en la sociedad. ¿Es esto dañino? La pregunta es complicada, pues ciertamente las instituciones políticas y los Estados deben estar apartados de cualquier confesión, pero también se ve que, así las cosas, el resultado es una sociedad automatizada, fría y con los ojos puestos en el lucro momentáneo y el hedonismo.

Se forman buenos administradores que levantan empresas lucrativas, pero no empresarios éticos que trabajan por el bien común. Se forman buenos abogados, pero no juristas que, además de conocer la ciencia del derecho, tienen predisposición para interpretar de buena fe el espíritu de la ley. Y así con todos los oficios y profesiones. Lo que se precisa en la educación de hoy, por tanto, es volver la mirada hacia los valores trascendentales que para muchos pueden pertenecer al siglo XV o al III, pero que en realidad, y sobre todo para los creyentes, son eternos.

Como docente, creo que uno de los mayores retos de quienes queremos educar con valores cristianos, además de transmitir conocimientos intelectuales y del saber secular, es el relativismo propio de este tiempo, el cual aflora sobre todo en las juventudes que piensan que la verdad es todo menos absoluta (lo cual es ya de por sí una contradicción o una falacia). Las ideas relativistas surgieron en la primera mitad del siglo XX; Waldo Frank habló de ellas en sus ensayos. Hace algún tiempo conversé con un filósofo agnóstico o ateo que rebatía todos mis argumentos sobre la verdad y el fin de la religión con un porfiado y desesperante “Pero ¿por qué?”; la discusión, así, no podía tener un final. Kant ya trabajó este problema de los por qués infinitos y lo resolvió indicando que el ser humano es limitado, y que si llegara a cuestionarse hasta el  infinito las verdades más profundas como son la justicia, la fidelidad, la libertad, la belleza, el honor o el amor, sencillamente se volvería loco. Son cosas buenas, bienhechoras y hermosas sencillamente porque sí. Porque hacen la vida posible y llevadera.

En un mundo relativista en que hablar de fe, amor y Cristo se ha vuelto cursi o está fuera de moda, se necesitan docentes firmes en la profesión de valores, sin que esto signifique adoctrinamiento, intolerancia ni nada parecido a lo que se hacía en la educación escolástica del Medioevo.

Quizá la respuesta esté no tanto en una inteligencia racional cuanto en una inteligencia emocional. Enseñar con el ejemplo también es muy efectivo: el docente, como el político, debe llevar una vida ejemplar. Pascal pensaba que la verdad es alcanzada no solo con la razón, sino también con el corazón.

IGNACIO VERA DE RADA 

Politólogo y docente universitario

*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21