HUGO BALDERRAMA

Retrocedamos por un momento al 26 de marzo de 1991. Ese día, La Renga ―uno de los grupos de Rock argentino más importante de esa década― lanzaba al mercado su primer disco de estudio, Esquivando charcos.

El álbum consta de nueve canciones. Pero la más representativa, por lo menos para los bolivianos, es la última, Blues de Bolivia. La letra hace referencia al viaje de un ciudadano argentino al país. Su visita no es motivada por nuestros grandes atractivos, sino por conseguir una «boliviana» (cocaína nacional).

Independiente de lo gracioso de la canción, es muy triste que Bolivia sea sinónimo de cocaína y de crimen organizado.

La ejecución de dos sargentos de la policía y un voluntario del GACIP puso en evidencia el grado de organización al que llegaron los cárteles en el país. Incluso se hablo de un posible acuerdo de protección entre Misael Nallar y altos mandos policiales.

Nallar es yerno del narcotraficante Jesús Einar Lima Lobo, uno pez gordo extraditado a Brasil el año 2021. Desde los noventa, la familia Lima Lobo estableció su base de poder en el municipio de San Joaquín, departamento de Beni, frontera con Brasil. Desde allí comenzaron a suministrar cocaína a grupos de narcotraficantes de Colombia y Brasil, entre ellos, al Primer Comando de la Capital (PCC).

Según el grupo insight crime, los Lima Lobo heredaron una red de narcotráfico estructurada por Andrade Quintero (un alto mando del cartel de Cali de los años noventa). Las fuerzas antidrogas bolivianas afirman que el grupo contaba con una flota de aviones y pistas de aterrizaje clandestinas ―así como otras rutas terrestres y fluviales― para enviar cocaína a través de la frontera con Brasil.

El periodista brasileño Leonardo Coutinho, en un articulo titulado: Las diversas caras del PCC, explica que una gran cantidad de guerrilleros colombianos pasaron a ser matones a sueldos del PCC y de otros cárteles alrededor de la región. Muchos de esos nuevos elementos están operando en Bolivia con total libertad.

En el país, los delincuentes brasileños se han convertido en los principales clientes de los productores locales de cocaína, y son distribuidores casi exclusivos de la droga de producción boliviana dentro de las fronteras brasileñas. De hecho, hay varias ciudades fronterizas entre Bolivia y Brasil que son territorios dominados por los narcos, por ejemplo, San Matías.

En su ensayo, Pandillas Callejeras: La nueva insurgencia urbana, Max Manwaring explica la evolución de las pandillas a nivel mundial.

Las pandillas de primera generación comenten crímenes menores, como asaltos y microtráfico. Las pandillas de segunda generación se especializan en robos de bancos, siempre de manera violenta, tráfico de grandes cantidades de drogas ilícitas y el uso de armamento tipo militar. Las pandillas de tercera generación tienen la capacidad de amenazar a los gobernantes, intervenir en la vida cotidiana de las sociedades, exportar conflictos a países vecinos y, mediante disturbios sociales, chantajear a los Estados nacionales, o incluso tomar el poder.

El primer paso para solucionar un problema es identificar su naturaleza. Los problemas de química requieren soluciones químicas. Pasa lo mismo con las matemáticas o la física.

Por ende, un problema de crimen organizado como El socialismo del siglo 21 requiere soluciones que vengan de la criminología, la seguridad nacional y el derecho penal. Pues es evidente que su accionar no responde a la lógica política, sino delincuencial. Ya que sus crímenes se extienden desde Cuba hasta Argentina, y ahora son cada vez más visibles sus lazos con el terrorismo iraní.  Mientras no se entienda eso, podremos seguir coreando la canción de La Renga: «…Cocaína, cocaína, ya me voy para Bolivia. Cocaína, marihuana, me espera una boliviana…».

HUGO BALDERRAMA FERRUFINO

Economista, Master en Administración de Empresas y PhD. en Economía

*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21