¿Será éste el fin del hombre araña?

SAYURI LOZA

Los conflictos acaecidos en Santa Cruz a partir del encierro del gobernador de dicho departamento, han llevado a pensar a más de uno, que cualquier salida que alcance este entuerto, vendrá también con nuevas realidades que pueden, a mediano plazo, significar la división del país.

Claro que Bolivia es el país de las crisis y de las recuperaciones, y aunque nos gusta hablar de cambios radicales, lo cierto es que los cambios reales ocurren de manera paulatina y están más asociados a lo económico que a lo político. Nuestros líderes son más pragmáticos que románticos, por eso el expresidente Evo amaba la película Avatar, pero su gobierno reprimió a los habitantes del Tipnis sin consideración para hacer lo mismo que los humanos pretendían hacer en el hábitat de los Na’vi.

Pero no nos desviemos. Cuando dudes, confía en la historia (se aplica a la historia universal y a la historia personal). El momento de mayor polaridad que ha habido en Bolivia ha sido el de la mal llamada Revolución Federal que en realidad fue una guerra civil a causa de intereses de las viejas elites vs. Las nuevas.

La Paz y su elite representada por los liberales de Pando, marchó a enfrenar al ejército del presidente Fernández Alonso acusándolo de centralista y denunciando (con toda razón) que los demás departamentos se hallaban en el olvido. Los originarios aymaras se sumaron a esta lucha porque aparte de tener reivindicaciones propias, se entusiasmaron con la promesa de Pando de otorgarles la ciudadanía.

Al final de la guerra y a pesar de la derrota del sur, el país nunca fue federal, por el contrario, los liberales asentaron la sede de gobierno en La Paz y gobernaron de la manera más centralista imaginable, no sin antes traicionar y enjuiciar a los líderes indígenas por las muertes ocurridas en la guerra, un poco para quedar bien con Sucre, que jamás olvidó la masacre de Mohoza, y otro poco para no cumplir con los acuerdos de la alianza.

Y lo peor, tanto en La Paz como en el sur, se instauró el régimen más vergonzoso de pongueaje en la historia de la república debido a las sublevaciones de los indígenas que protestaron por el apresamiento de sus líderes y por el incumplimiento de los convenios; ello sumado al darwinismo social y al higienismo, estigmatizó al indígena, pero principalmente al aymara, como un salvaje y traidor cuya vida debía ser únicamente para la servidumbre. Y me atrevo a decir que el resentimiento aymara contra la república tuvo su semilla en este particular y vergonzoso momento.

¿Y cambió la economía? ¿Fue Bolivia un país mejor? En realidad no, o sea todo cambió para que nada cambie, igual que en el “proceso de cambio” años después. Aunque me equivoco, cambió, como he dicho antes, la élite gobernante, pero mantuvo las viejas mañas de la corrupción, el clientelismo y la mentalidad de la división de castas, eso sí, un poco más light, para que no digan.

Hoy estamos a puertas de un conflicto similar, un dirigente poncho rojo ya ha anunciado el traslado de 120 flotas de “originarios” a Santa Cruz, llevan escudos y palos y dicen estar dispuestos a todo. Por otro lado, en Santa Cruz muchos han optado por hacer memes y burlarse de los paceños, como si todos los paceños fuéramos el enemigo. La expresión “colla e’ mierda” se dice ahora con más saña y resentimiento.

Y honestamente, me preocupa más eso. Camacho es víctima de su propia boca, por decir que los militares pactaron con su padre en 2019, Arce como el pésimo político que es, hizo una jugada estúpida que puede hundirlo mientras su adversario dentro del partido ya se frota las manos. ¿Pero y la sociedad? No poseo el entusiasmo de algunos paceños que dicen que podemos abastecernos sin la carne de Santa Cruz porque hay pollo yungueño y carne de llama, ni de otros cruceños que están felices porque han decidido eliminar las facturas de los negocios y piensan que todo será sostenible.

Lo cierto es que dos territorios que dependen uno del otro por las relaciones comerciales, por la migración y hasta porque con el tiempo han aprendido a compartir prácticas culturales como el akhulliku o boleo, están dando pasos que pueden llegar a ser irreversibles, lo que no sería malo si no estuviera de por medio el enfrentamiento, la violencia, el resentimiento regional étnico y la posibilidad de muchas muertes.

¿Y si al final nada cambia?

SAYURI LOZA

Historiadora, Diseñadora de modas, políglota, artesana. 

*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21