Sembrando miedo cosechando poder

CARLOS ARMANDO CARDOZO

¿Por qué Bolivia sufre las consecuencias del culto al Estado? ¿Por la ingenuidad de sus ciudadanos? Para nada, por la ignorancia institucionalizada que el sistema considera como educación. El esquema de valoración académica responde a políticas arcaicas y desactualizadas, ajenas al mundo moderno, eso sí bastante soberana y antiimperialista.

Por otro lado, el esquema moral predispone a las personas a malinterpretar la solidaridad, la empatía, el egoísmo, los héroes y villanos. Así también resaltan como los peligros y riesgo de la incertidumbre deben ser evitados por las ventajas y confort de ser beneficiado con un empleo en el todopoderoso Estado. Porque servir al Estado es hacer patria y otorga una especie de prestigio frente al resto de los individuos de la sociedad.

Es este tipo de programación mental, producto del adoctrinamiento arcaico en el sistema educativo que las personas solo atinan a girar la cabeza al Estado y demandar la resolución a todos sus problemas, no importa el costo, es obligación del Estado salvaguardar al temeroso y frágil ciudadano.

Es esa la imagen que asumen los ciudadanos, su temor se concibe como un pretexto suficiente para que estos cedan abiertamente su libertad en busca de respuestas rápidas por parte del Estado. Sube el precio de la carne, el precio del papá, la reacción inmediata de los grupos dirigenciales que dicen actuar a nombre de los vecinos, FEJUVEs, es pedir congelamiento de precios, controles y detención a aquel productor, intermediario o vendedor que incurra en el siempre conveniente “agio”, figura que sirve para detener a quien sea por lo que sea.

El agio es la munición perfecta del Estado en contra de la economía de mercado donde ofertantes y demandantes determinan el precio vía negociación permanente, dinámica y voluntaria.

Y es que la ignorancia acerca de nociones básicas de economía, que los grandilocuentes “buronomistas” (economistas a sueldo del Estado) tratan de disfrazar de modelos alternativos bajo los abstractos de economía social productiva comunitaria donde simplemente proponen una ideología que se empapa del viejo estatismo predominante en la ex Unión Soviética, Alemania Oriental o Cuba, así como su rostro rejuvenecido bajo la nueva bandera del socialismo del SXXI, trata de llevar al campo del subjetivismo fenómenos reales que existen a nuestro alrededor.

El idealismo con el que se trata de imponer un “precio justo” va en contra de los elementos fundamentales que derivan del mercado, un proceso voluntario de negociación que determina entre las partes interesadas ofertante y demandante el mejor trato posible. Donde ambas partes están dispuestas a ceder para llevar la negociación a buen puerto, y si este no llega a concretarse el proceso se reinicia con un nuevo actor.

Es probable que muchas personas se preocupen acerca de las posiciones de los ofertantes en relación a los demandantes, si estos logran “controlar” el mercado podrían imponerse sobre la demanda a través de un precio que reflejaría solo los intereses del poderoso en desmedro del débil. Es en este escenario hipotético donde los defensores del Estado dejan salir toda artillería, mostrando las bondades de la intervención oportuna. Sin embargo, dejan fuera de la discusión el sistema de incentivos que viene a colación de estos escenarios donde los precios parecen ser determinados por unos cuantos. Los precios elevados se convierten en señales que muestran a los emprendedores y empresarios donde son requeridos sus servicios y donde existe una necesidad aún insatisfecha, la escasez de la oferta muestra los lugares ideales para maximizar su beneficio y por ende incrementar el actual nivel de oferta.

Los feligreses de la gran iglesia del Estado dirán, pero para que arriesgarse a las egoístas fauces de los empresarios, es mejor confiar en el siempre confiable Estado, total es mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer. Con todas sus incoherencias, ineficiencias el Estado sigue siendo la respuesta para todos los problemas de los ciudadanos.

La fe ciega con la que perdonan la corrupción y los problemas de largo plazo derivados de las “buenas intenciones” del Estado es admirable, sin embargo, no soluciona absolutamente nada.

Es ese el conformismo al que nos confina la certidumbre que el Estado otorga, previene a la gente de asumir la responsabilidad de sus acciones y reclamar de vuelta la libertad para construir ellos mismos las soluciones que más se ajustan a sus expectativas y no demandar que un tercero le provea de su mejor interpretación de lo que es justo.

El poder es simplemente resultado de los brazos caídos del individuo, vencido y adormilado por el propio Estado.

CARLOS ARMANDO CARDOZO LOZADA

Economista, Máster en Desarrollo Sostenible y Cambio Climático, Presidente de la Fundación Lozanía

*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21