Nuevo liberalismo en una Bolivia nueva

IGNACIO VERA DE RADA 

Es muy difícil que la Bolivia de hasta hace diecisiete años vuelva nuevamente. Junto con el historiador Toynbee, creo que la historia no tiene un fin, y mucho menos uno predecible. Los que pensaban que el librecambio de los noventa y comienzos de los dos mil era una especie de fin de la historia para Latinoamérica, se equivocaron. Sorpresivamente, y cuando en el mundo imperaban las ideas de la modernidad, el liberalismo político y la ciencia occidental, las clases populares, llevando consigo una agenda de demandas y su propia cosmovisión de la vida, irrumpieron en el escenario político apelando a las fuerzas fácticas de las que siempre se sirvieron para ser escuchadas, implosionando el sistema de partidos y arrinconando a las clases tradicionalmente dirigentes.

En gran medida, Bolivia puede explicarse con las ideas de Jellinek de la fuerza normativa de lo normal fáctico en brega con la fuerza normalizadora de la norma. En palabras sencillas, la fuerza de las costumbres en lucha con la fuerza virtual de la ley. Es por ello que en Bolivia ni las instituciones públicas ni los partidos lograron organizaciones internas que, además de hacerlos probos y dignos de credibilidad, los mantengan sólidos y estables para persistir en el tiempo.

El caudillismo, fenómeno propio de las sociedades cerradas o de corte tribal, no se ha quebrado porque siguen dominando las mañas del sindicalismo, los gremios y las federaciones (instituciones, a su vez, propias del tribalismo, porque corporativizan y estamentan la sociedad), en las que no valen el mérito ni la trayectoria ética, sino solamente el liderazgo del más carismático o el más fuerte. Los partidos tradicionales de la segunda mitad del siglo XX no hicieron nada por romper tales esquemas de elección de líderes, relacionados con la ovación, el fervor o la simple aclamación, y el MAS no solamente no hizo nada, sino que avivó esa práctica debido a la lógica orgánica que explica el funcionamiento de su estructura a nivel nacional.

Ahora que el indígena (el indio, para hablar con Reinaga, adalid teórico del indianismo) irrumpió en la vida pública, Bolivia debe entenderse como un entramado complejo (de clases, cosmovisiones y etnias) sin retroceso. Con esto, no propongo entenderla como plurinacional—retórica no solamente populista, sino además política y hasta jurídicamente disfuncional—, sino, más bien, como un reto para cada uno de sus individuos hacia la práctica de la doctrina liberal. Pero para esto los partidos políticos y líderes no socialistas y no populistas deben entender que el liberalismo debe ser diferente al de la cómoda y simple receta de la privatización y el librecambio, políticas poco creativas que difícilmente superarán las contradicciones profundas que el país posee sobre todo en términos de distribución de recursos.

El mercado por sí solo, automáticamente, con sus bondades intrínsecas que todos conocemos, no podrá resolverlo todo, so pena de regresar a los populismos de corte izquierdista. Para darse cuenta de ello, creo que basta mirar la crisis del librecambio (y su consecuente crisis de partidos) en casi toda Latinoamérica. En asuntos económicos, Bolivia necesita un sistema mixto que, como decía también Toynbee (de tendencia liberal, dicho sea de paso), concilie la distribución social con la privatización. La economía, finalmente, es la madre de las ciencias sociales y no un mero indicador de números.

El liberalismo, único camino hacia el progreso boliviano, debe replantear sobre todo la justicia, la educación y el enfoque cultural, invertir en programas de becas y clubes de lectura, para liberar al boliviano del chovinismo en el que está sumido desde hace varias décadas. O sea, remover los cimientos. Debe no solo seducir a las masas con promesas relacionadas con la reducción de impuestos, sino realmente hallar soluciones relativas al bagaje cultural del individuo. Esto dará frutos a largo plazo, pero son los más seguros y mejores que podemos esperar, pues supondrían la transformación gradual pero firme de las mentalidades cerradas, cuya consecuencia, entre tantas otras, es la lógica de organización corporativista de los partidos y las instituciones del Estado.

IGNACIO VERA DE RADA 

Politólogo y docente universitario

*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21