Más derechos, menos libertad

CARLOS ARMANDO CARDOZO

Hace algunos días los Ponchos Rojos amenazaron al Gobierno de Luis Arce con retirar su apoyo si es que no se es recíproco con el respaldo político que este grupo ha dado a cambio de programas de inversiones de impacto. Lo grotesco del asunto, es ser conscientes del concepto tan rudimentario que viene plasmado en la mayoría de los bolivianos, la democracia solamente se entiende a través de un ejercicio del costo beneficio al buen estilo mercantilista. ¿Qué me das a cambio de que te dé?, todo el supuesto de representatividad y consenso a partir de la deliberación de los variopintos políticos y sus ideologías son simples añadiduras que dan forma a algo mucho más sencillo.

El Estado administrado por los diferentes Gobiernos es únicamente una coincidencia de intereses entre intercambios mutuos coyunturales que responden a lo sectorial en su desarrollo en el corto plazo.

De ahí emanan los falsos conceptos de derechos, que, así como los señores del Chaparé tienen privilegios, los Ponchos Rojos también deben ser atendidos con la misma vehemencia, bajo los mismos estándares de prioridad que sus pares chapareños.

Algo tan obvio como el trato igualdad de condiciones ante la ley podría ser considerado un derecho al que cualquier ser humano en cualquier parte del planeta debería aspirar. Sin embargo, cuando se distorsiona a tal nivel el rol del Gobierno (partido político) no queda claro quienes son más o quienes son menos frente a la ley vigente, misma que es propuesta, aplicada, modificada y erogada por un grupo de poder que establece a que derechos aspiramos, en que condiciones y los mecanismos de su funcionamiento y financiamiento.

Craig Biddle, autor y conferencista, nos ayuda a entender el origen y naturaleza de los Derechos a través de su ensayo “Teoría de los Derechos Ayn Rand: La Fundación Moral de una Sociedad Libre” (Objetive Standard, 2011). En el identifica los 3 supuestos orígenes de los derechos (1) Provienen de Dios (2) Provienen del Gobierno y (3) Provienen de las leyes de la naturaleza, todos estos carecen de un argumento coherente en la medida que en el caso del (1) no existe evidencia de la existencia de Dios, al hablar en términos de fe no se puede sustentar la validez o no de los derechos que provienen de este, un punto en conflicto surge por ejemplo entre el contraste del Dios del Antiguo Testamento y el del Nuevo Testamento. Este debería variar en función del Dios que se utilice como referencia por ende los derechos no podrían ser universalizados y tendrían matices distintos de religión a religión y de interprete a interprete.

En el caso del Gobierno, suponer que las leyes preceden al derecho, distorsiona el concepto mismo del derecho en cuestión. Nuevamente las leyes provienen del poder político, depende de este y pueden claudicar, modificarse o eliminarse en función del grupo que ostente el poder y dictamine las leyes. La lógica vertical de arriba hacia abajo supone que los derechos son definidos por otros hombres que se elevan por encima de sus pares. Solo el Gobierno tiene los medios para hacer valer los mismos, suponiendo que su prevalencia y validez dependen irremediablemente de la existencia del Gobierno en sí. Desaparece el Gobierno, desaparecen los derechos al ser incapaces de defender los mismos por lo medios de cada individuo.

Finalmente (3) la ley de la naturaleza o ley natural presupone que estas definen los derechos inherentes, inalienables e inmutables de acuerdo al diseño un creador o ente superior, estas instrucciones universales para el hombre están determinadas por la naturaleza que a su vez es resultado de un diseño previo. El Gran Maestro viene a ser una nueva suerte de Dios que se presentó en primera instancia, es decir se vuelve sobre el concepto previo que las leyes del hombre que le reconocen derechos fueron resultado de un ente superior “sobrenatural”, difícil de explicar o probar, pero fácil de creer.

Sin embargo si optamos por considerar la percepción de Ayn Rand debemos hablar del valor como una acción, la búsqueda por obtener o mantener ese algo fundamental que mueve a los seres vivos, la vida. De esta acción depende la existencia del individuo, finalmente el éxito o fracaso de la misma dictaminan su destino. En el caso del ser humano, los objetivos o metas que este se plantee requieren de medios materiales suficientes y necesarios para aplicar todas las acciones identificadas por el individuo.

En ese sentido, cualquier acción violenta que impida o límite el accionar del individuo, normalmente el Gobierno, supone un ataque frontal sobre el derecho a la vida misma. ¿Qué tiene que ver con el ejemplo de los Ponchos Rojos?

Bueno, suponer que el sujeto o grupo pasivo espere que sus derechos le sean otorgados por el Gobierno, supone un Estado permanente de dependencia y al mismo tiempo de vulnerabilidad. Estos grupos ceden su buen juicio a cambio de favores políticos ciegos que son un insulto a la libre determinación de los individuos que los constituyen.

Este tipo de derechos que los Gobiernos “otorgan” no son más que una cesión de libertad tácita por parte de los gobernados, condicionados y presionados permanentemente no solo a validar al Estado benefactor sino aceptar que el gobierno de turno que tuvo la la gentileza de reconocerle “x” derechos adicionales. Esto supone una distorsión total de las acciones fundamentales que deberían llevar los individuos a mantener el valor máximo, la vida, a partir de una base material que se reconoce en la propiedad privada y se orienta bajo metas y condiciones específicas y “personalisimas”, valga decir el proyecto de vida individual.

El problema estructural del boliviano es aún el haber delegado la tuición sobre su derecho a la vida al Gobierno, mismo que modula las condiciones en que los individuos deben vivir. No hay falacia más grande que concebir inteligencia superior a un grupo de hombres en ejercicio del poder por encima de la autodeterminación del individuo.

Los esclavos del Siglo XXI tienen grilletes imperceptibles, demandados por ellos mismos que mientras sean solventados por terceros no beneficiarios parecen ser conquistas sociales bien ganadas.

 

Los derechos fundamentales se resumen en vida, propiedad privada y proyecto de vida del individuo. El egoísmo es un rasgo “inherente” al ser humano, quien mejor que él para velar por su vida, sin necesidad de contar con falsos intermediarios endulzando sus oídos.

CARLOS ARMANDO CARDOZO LOZADA

Economista, Máster en Desarrollo Sostenible y Cambio Climático, Presidente de la Fundación Lozanía

*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21