La pregunta clave: ¿por qué?

CARLOS ARMANDO CARDOZO

En la película de Oliver Stone dedicada a relatar la conspiración detrás de la muerte de John Fitzgerald Kennedy, una escena bastante corta pero significativa tiene lugar entre Jim Garrison (Kevin Costner) y el señor X (Donald Sutherland) el fiscal de distrito de Orleans Parish, Louisiana en busca de respuestas recibe de parte de este informante secreto un recuento de los hechos alrededor de la muerte de JFK, la participación de las agencias de inteligencia, los federales, los altos mandos militares y las grandes industrias armamentistas que hacían lobby para que las incursiones estadounidenses con sus rivales “comunistas” sigan su curso natural.

Un hombre, al mando de la potencia más importante del mundo, se rehusó a invadir a Cuba en 1962, y prometió sacar tropas de Vietnam en un lapso de 2 años. Ni él estuvo a salvo de todo el establishment.

¿Porque mataron a Kennedy? ¿quién se benefició de su asesinato? ¿quién tiene el poder para encubrir todo? Las preguntas que el señor X sugería a Jim Garrison.

El como y el quien son solo parafernalia para el festín de la opinión pública, solo una táctica de distracción bien elaborada.

Sin duda Oliver Stone, presenta una mirada independiente, pero sobre todo justa con la verdad detrás de uno de los hechos que cambiaron la historia del mundo. La pregunta de que hubiera cambiado si John F. Kennedy lograba concretar sus planes para pacificar las delicadas relaciones con la ex Unión Soviética en medio de la Guerra Fría quedaran para la posteridad.

Hoy caemos en el mismo error que todo el mundo cometió con el asesinato de JFK, hacer las preguntas equivocadas. Esta vez el mundo vibra ante una nueva guerra, una guerra que no parece tener final, la guerra contra el narcotráfico.

El negocio mundial que extiende sus tentáculos más allá del mundo del hampa, hablamos de empresas privadas, entidades financieras, personalidades, políticos y gobiernos. En el caso boliviano, se maneja la versión de país de tránsito ante los medios oficiales, se trata de negar a toda costa que la producción de cocaína en el Trópico de Cochabamba, Yungas (La Paz) o Yapacaní y San Julián (Santa Cruz), bajo un manto protector empapelándose en informes de la UNODC (Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito) que destacan el enfoque “alternativo” de la erradicación consensuada a partir de la no violencia o los intentos fallidos por proyectos de industrialización de la hoja de coca que no terminan de consolidarse por carecer de mercados en primera instancia.

Los grandes nombres como Roberto Suarez, Luis Arce Gómez (ministro de la Cocaína, 60 minutos), Jorge Roca Suarez (Techo ′e Paja) eclipsan la atención de la opinión pública e impiden ver más allá. Nuevamente no se trata del quien y el cómo sino el ¿por qué?

Hoy en día la discusión gira en la decidir acerca de la mejor manera de poder sanear la Fuerza de Lucha Contra el Narcotráfico (FELCN) o la propia Policía Nacional, siendo precisos el comandante General, que a esta altura encarna todos los males de sus camaradas.

El elefante en el cuarto, que se pasea alejado de la opinión pública es el tema de la tierra. Los grandes terratenientes que beneficiados por el militarismo entre mediados de los 60s y principios de los 70s (militares, políticos y empresarios) se hicieron con grandes extensiones de tierras fiscales, una vez el país retorno a la democracia las distintas administraciones que pasaron por Palacio no tuvieron la voluntad de revertir todas las propiedades mal habidas durante las dictaduras militares. Principalmente por temas de gobernabilidad, que dejaron al grueso de colonizadores en un enfrentamiento abierto con los grandes terratenientes, que contando con mayores recursos que sus adversarios pudieron repeler cualquier avanzada o intento de avasallamiento utilizando a otros campesinos sin tierra como “milicias”. Estando al servicio de los gobiernos que los beneficiaron permitieron socapar la fabricación de cocaína durante el boom de los años 70s.

El narcotráfico se ha instalado con el apoyo de partes del Gobierno y este se ha enquistado adaptándose al contexto, no esta en discusión su existencia, lo que se discute es quien se ve favorecido por estas actividades, quienes tienen el poder suficiente para poder cubrir sus huellas. Pensar el narcotráfico a las espaldas de los Gobiernos es una falacia, más allá de la imagen de bandidos, armados hasta los dientes, caricaturizados por los medios de comunicación en reportajes, novelas y películas perdidos en sus excentricidades, el narco es un hombre de negocios que como tal tiene la necesidad de tener un buen relacionamiento con las autoridades que podrían comprometer sus intereses.

Gary Webb, periodista estadounidense que publicó una investigación donde daba a conocer el apoyo de la CIA con los Contras en Nicaragua, financiando sus actividades a partir del narcotráfico hacia los Estados Unidos (Dark Alliance) desnudó esta faceta en su gobierno.  En esta se atribuye el boom del crack en los barrios marginales de afroamericanos a la CIA que generó una epidemia en los años 80s de adicción, violencia y criminalidad. ¿Qué tiene que ver con el narcotráfico en Bolivia? Sencillo, en el mundo no se mueve un gramo de cocaína sin que los gobiernos y sus agencias de inteligencia sepan el origen, la ruta y el destino.

El narcotráfico en Bolivia apunta a los mercados en Europa, Oriente Medio y Asía (Hugo Balderrama, “Cocaína, poder y territorio”), que, tras la salida de la DEA, apuntaría a precios más altos en destinos más alejados, saltando a los intermediarios mexicanos para llegar al mercado estadounidense. Una porción más grande de la torta y una mayor participación fuera del rol clásico de simple productor.

El Movimiento al Socialismo que ya no esconde sus vínculos con el narco, requiere de grandes cantidades de recursos provenientes del tráfico de drogas, para sostener y reproducir el poder, para ampliar el negocio bajo la disciplina sindical y extender su influencia fuera de nuestras fronteras. Relaciones entre gobiernos que viabilicen nuevas rutas, a un menor riesgo y con mayores retornos que los que podría tener si sigue bajo el sistema norteamericano, en el que organizaciones criminales colombianas, mexicanas y peruanas aún se mantienen adscritas.

Más destinos suponen incrementar la capacidad de producción de hoja de coca, al igual que la capacidad de procesamiento de cocaína. El Trópico de Cochabamba queda chico para las ambiciones y planes de expansión así que las siempre atractivas zonas del oriente están en el centro de las disputas, los viejos terratenientes del militarismo ligados al narcotráfico están en una posición de negociar y volver a ser socios importantes del régimen de turno, esta vez no ellos sino sus hijos y nietos.

Como bien muestra el caso del narcotráfico en Colombia con las autodefensas unidas de Colombia que fueron sacrificados en sus altos mandos una vez sus servicios ya no fueron requeridos por el Gobierno de Álvaro Uribe, o Felipe Calderón y su trato secreto con el cartel de Sinaloa como garantía de cese a la violencia y criminalidad en varios estados de la nación a partir del control mayoritario del tráfico de drogas al norte. Un cartel para poner a raya a los demás. Todos los recursos a disposición de los gobiernos son reemplazables sin importar de quien se trate.

Morales sin poder, se refugia en el aún gravitante Trópico sin capacidad real de operar los hilos del Gobierno en materia de lucha contra el narcotráfico. Al frente Arce parece tener otros planes y haber captado otros socios para mantener el negocio en marcha. Las preguntas que deberíamos hacernos son: ¿Por qué Evo Morales dejó de ser clave para los intereses de las agencias estadounidenses en narcotráfico? ¿qué organizaciones del narcotráfico nacional salen bien paradas luego de la renuncia definitiva de Morales a la presidencia y su penosa irrelevancia política? ¿quién ostenta el poder suficiente para garantizar más operaciones ligadas al tráfico de drogas, el lavado de dinero y el encubrimiento?

No existen coincidencias solo la ilusión de las coincidencias, es deber del ciudadano hacerse las preguntas que ni los medios, ni sus representantes políticos, ni las autoridades, ni los altos mandos de las instituciones del Estado tienen planeado hacerse. Por ahora tenemos pequeñas partes de una historia más grande.

“Algunas de esas historias son demasiado ciertas para ser contadas” (Matar al Mensajero, 2014)

CARLOS ARMANDO CARDOZO LOZADA

Economista, Máster en Desarrollo Sostenible y Cambio Climático, Presidente de la Fundación Lozanía

*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21