En el Sinaí, al pie del Monte Horeb, donde según la tradición, Moisés halló la zarza ardiente que no se consumía y se encontró con el dios inefable que se le manifestó y le entregó las Tablas de la Ley, en este lugar sagrado se encuentra el Monasterio de Santa Catalina. Su fundación se remota a Santa Elena, madre de Constantino, quien en el año 328 mandó construir una pequeña capilla votiva en el mismo lugar donde Moisés habló con Dios, en el episodio bíblíco de la zarza adiente.
El Emperador bizantino Justiniano mandó construír en el año 546 el primer núcleo junto a la capilla que tomó el nombre de “Monasterio de la Transfiguración”, convirtiénsode en el monasterio griego-ortodoxo más antiguo del mundo.
En ese lugar impregnado de eternidad, se alza ahora el Monasterio de Santa Catalina de Alejandria. Y es allí donde, desde las épocas del Emperador Justiniano, probablemente desde tiempos aún más remotos, almenos 1500 años de historia, han tejido el aura sagrada de ese lugar. Esa zarza ardiente ha seguido hablando el lenguaje de Dios, susurrando con su voz a los primeros cristianos. El propio Mahoma le garantizó la protección, lo que salvó al Monasterio de la posterior islamización del país. Desde entonces ha sido un símbolo de la covivencia entre cristianos y musulmanes. Ni siquiera Napoleón Bonaparte en sus campañas, intentó sustituir la llama de zarza por la del nuevo mundo revolucionario. En el año 2002 el Monasterio ha sido declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco por su arquitectura bizantina, su colección de iconos y por la infinidad de antiguos manuscritos y venerado por cristianos, musulmanos y judíos.
Posteriormente, en el siglo VII, el lugar se convirtió en un centro cultural. Lo que nisiquiera lo hizo Mahometo, lo hizo Mammón, el dios de la codicia. Una sentencia de un tribunal egipcio, ha expropiado, de hecho, después de 1.500 años, el Monasterio de Santa Catalina. Sería fácil culpar al islam, como muchos lo han hecho cuando salió la noticia. Pero el verdadero culpable es otro.
El “status quo” ha establecido que el Monasterio de Santa Catalina era propiedad de la Iglesia Griego Ortodoxa, como afirma un documento de la Unesco. Ahora, un tribunal egipcio ha intentado apagar ese fuego ardiente de la zarza, o mejor dicho, tomar posesión del Monasterio.
Pero tras el tribunal egipcio, hay halgo más. Inmediatamente, tras muchas protestas de esta impopular decisión, han hablado quienes están detrás de todo esto. “En primis” el presidente egipcio que se ha apresurado a restar importancia a lo sucedido, declarando que incluso este gesto, la expropiación, consolidará la protección del Monasterio. Ahora, prácticamente, el legendario y antico Monasterio de Santa Catalina ha pasado a ser propiedad el Estado Egipcio y se habla de proyectos turísticos, de ciudades futuristas, de magalópolis que brillan con cristales y hormigón, en un plan que pretende atraer turistas occidentales al Sinaí.
¿En qué manos ha ido a terminar uno de los símbolos más antiguos de la divinidad monoteísta? Ciertamente no en nombre de ese dios inefable que ardía en la zarza y que dio a la humanidad los diez mandamientos, ni en nombre de ese Dios cristiano encarnado y que los monjes han incorporado a su vida cuotidiana durante siglos. Ni siquiera en nombre de Mahoma quien había reservado respeto y protección al Monasterio.
El dios que conmueve las mentes de los contemporáneos, sea cual sea su religión es sólo el dios de la codicia, Mammón, la divinidad que quiere transformar el silencio en tintineo, las oraciones en billetes, la fe en dinero y a los devotos en turistas.
- RODOLFO FAGGIONI
- PERIODISTA Y CORRESPONSAL EN ITALIA. MIEMBRO EFECTIVO DE PRENSA INTERNACIONAL
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