Cuando todo lo veo normal en una sociedad anormal

“Tuve suerte; solo hice cuatro horas de fila y llené el tanque de mi coche”. El relato de mi amigo contrastaba con aquellos choferes somnolientos, que no habían pasado una buena noche, esperando su turno para cargar gasolina. “Todo ha subido esta loción de baño está ahora a 100 bolivianos casero”. Miré a la vendedora, le agradecí y seguí mi camino por la zona de La Tablada hasta conseguir la citada loción en otro puesto a 52 bolivianos. “Tuve suerte de conseguir a ese precio. El año pasado costaba solo 25 bolivianos”, le dije a mi hijo en tono de satisfacción, la misma dicha que tuvo la señora que compró un litro de aceite en 17 bolivianos o la otra, quien pudo conseguir una movilidad para llegar a su casa, porque solo tuvo que esperar dos horas, mientras su vecino festejaba por haber conseguido cambiar 100 dólares a 16.50 bolivianos.

De manera que ahora es normal dejar de trabajar un día para obtener gasolina, pagar el doble por los productos adquiridos en la tienda, apurar el paso para llegar a tiempo a la fuente de trabajo en medio de petardos, o caminar rodeando las calles porque la Policía cerró algunas vías.

Asociamos lo normal a la costumbre, lo habitual, lo corriente, lo común, lo frecuente, lo acostumbrado, lo razonable y hasta lo lógico. En el lado opuesto, está lo anormal, asociado con la rareza y lo insólito. Sin embargo, en la sociedad que vivimos ya no sabemos qué es normal y qué es anormal, porque las circunstancias derrotan a lo previsible.

Es probable que el presidente y sus ministros aseguren que todo marcha en forma normal en el país, salvo los pataleos del facineroso acostumbrado a bloquear el país, para que le reconozcan su derecho a presentarse a las elecciones de agosto.

El tema de los hombres normales y anormales lo abordan con suficiencia los psicólogos, para quienes el hombre anormal vive en situación de angustia, porque está en medio del caos; siente un deterioro en su actuación diaria, porque no actúa como lo hacía antes; asume un comportamiento de riesgo, ya que los demás lo ven como amenaza y lo que es peor: su conducta es rechazada por otros porque su comportamiento es visto como nada normal.

Tomar a la ligera esta situación es complicado porque en nuestra sociedad boliviana, la persona ve disminuir el poder adquisitivo de su salario o pasa largas horas esperando llenar el tanque de gasolina de su coche. Es posible que este ciudadano transmita esta depresión en casa tomando una actitud violenta, transmita este estado de ánimo a su entorno y se genere un estado de ánimo colectivo violento.

Foucault sugería que el sistema debería vigilar, controlar y castigar a la población constantemente para que no se desvíe de la norma. Esta teoría cae en saco roto en Bolivia, porque no es uno ni decenas que se apartan de la norma, sino decenas de miles, quienes en algún momento esperan vivir en clima de tranquilidad y sin sobresaltos.

Parece que cuando el problema se vuelve frecuente, la razón se anestesia, y lo anormal se va convirtiendo en normal. De a poco lo aceptamos y, de a poco nos deja de molestar.

  • ERNESTO MURILLO ESTRADA
  • PERIODISTA, ACADÉMICO Y DOCENTE UNIVERSITARIO
  •  *NDE: LOS TEXTOS REPRODUCIDOS EN ESTE ESPACIO DE OPINIÓN SON DE ABSOLUTA RESPONSABILIDAD DE SUS AUTORES Y NO COMPROMETEN LA LÍNEA EDITORIAL LIBERAL Y CONSERVADORA DE VISOR21