“Bolivia se nos muere” versión 2.0

Cuentan las crónicas del 29 de agosto de 1985 que, en medio de una de las peores crisis política, económica y social que tuvo que sufrir Bolivia en su corta vida republicana, se daba inicio a la política de reajuste estructural económico más radical de su historia. A la sazón de la frase: “Bolivia se nos muere”, el otrora líder de la revolución nacional que impulsó –entre otras– medidas de corte populista, la reforma agraria o la nacionalización de las minas, daba un salto evolutivo en su pensamiento ideológico, reconociendo los errores históricos y permitiéndole al país gozar de una segunda oportunidad. Víctor Paz Estenssoro, suscribía el Decreto Supremo 21060, adoptando medidas de libre mercado y poniendo fin a un modelo económico caótico y demencialmente estatal.

El Decreto 21060, buscaba frenar los enormes desbarajustes provocados por un déficit fiscal que hasta el año 1984 había alcanzado la cifra de -19,90%, para lo cual se planteó un congelamiento de salarios, reducción de los gastos estatales y el aumento en la producción de hidrocarburos. Se abrió paso a un cambio real y flexible del recientemente creado (peso) “boliviano” y del bolsín, regulado por el Banco Central de Bolivia en base a las condiciones del mercado. Se permitió la libre contratación de trabajadores, la libre exportación de productos, se acabó con la regulación de precios y se dejó que estos se sometieran a las regulaciones del mercado.

Se redujo la burocracia estatal, se abrieron las fronteras fomentando las exportaciones y estableciéndose un arancel único. Se redujeron centenares de impuestos quedando tan solo en un número de siete. Se ponía de esta manera, punto final a la orientación económica de capitalismo de Estado que durante décadas dejó en manos del poder estatal todos los aspectos relacionados a la producción y la prestación de servicios, lo que arrastró al país rumbo al borde de su desaparición. Se implementó finalmente un modelo de libre mercado que mostró su eficacia con el correr del tiempo, frenando la inflación que superaba el 20.000% anual, para situarla en 11% el año 1987, tiempo en el que el artífice de la medida, Jeffrey Sachs (estadounidense), dejaba el país.

La implementación de políticas de ajuste estructural en la economía nacional mostró ser la alternativa para revertir una situación ante la cual el gobierno de Unidad Democrática y Popular (UDP) se mostró incapaz. Una situación insostenible provocada por una hiperinflación extrema que se tradujo en la pérdida del poder adquisitivo de la moneda –montañas de papel billete que no alcanzaba para comprar ni siquiera diez panes, si cabía la posibilidad de encontrarlos–, el desabastecimiento en los mercados, el ocultamiento y especulación de los productos de primera necesidad, así como la destrucción del aparato productivo eran algunos de los graves problemas que debían ser resueltos de manera urgente.

Sin embargo, la mirada de quienes demonizaron esta reforma y se valieron de sofismas y eufemismos para elaborar una falsa narrativa con la que se encargaron de aumentar la conflictividad durante el tiempo en que el modelo de libre mercado estuvo vigente, son los mismos que recibieron el fruto del esfuerzo que le costó a cada uno de los bolivianos veinte años de su vida (año 2005).

Inferimos que, de no haberse producido la ruptura del orden constitucional el año 2003 –alentada y promovida por el socialismo del siglo XXI y secundada por el entonces vicepresidente de la república– probablemente las reformas impulsadas por el Decreto Supremo 21060 hubieran conducido al país a industrializar los recursos naturales, generar riquezas y fuentes de empleo, mejorando las condiciones de vida de sus habitantes. Una consecuencia lógica de un modelo económico estructural, previsto para su implementación a mediano y largo plazo. Por el contrario, los “bolivianitos” decidieron dar un salto al vacío y votaron por un modelo que se encargó de dilapidar la riqueza, expoliar los recursos naturales y cometer el latrocinio más repugnante de toda la historia, condenando su futuro, el de sus familias, del país y echando por el retrete cuarenta años de sus vidas.

En la actualidad, los precios de los productos de primera necesidad se incrementan a diario y muchos otros simplemente escasean o desaparecen ante la incapacidad del gobierno por brindar una solución. De acuerdo a las proyecciones del Fondo Monetario Internacional (FMI), para diciembre (2025) la inflación llegará al 15.8%, muy por encima de la proyección del gobierno que es del 7.5%, un ritmo vertiginoso que provoca preocupación y desasosiego en la población. Al mismo tiempo persisten los problemas de suministro de carburantes, en las ciudades pueden apreciarse filas interminables por diésel y gasolina, un panorama sombrío que lleva a los bolivianos a empellones a revivir las consecuencias de la noche oscura del alma.

Aun así, en medio de las penumbras y con la multiplicidad de problemas que tiene cada persona sobre sus espaldas, saquémonos un tiempo para la reflexión: el problema no radica en equivocarse, el problema radica en la falta de capacidad para reconocer el error e insistir en él. Colijo información valiosa de las charlas con mis estudiantes, jóvenes valiosos que en lo último que están pensando si alguien es “sexy” por trabajar en el Estado; afortunadamente ellos (a diferencia de los políticos), emplean el sentido común y cuentan con la madurez suficiente para reconocer que equivocarse es parte natural del aprendizaje, siempre y cuando, se esté dispuesto a aceptarlo y construir en base a esa experiencia la clave para seguir avanzando y crecer personal e intelectualmente.

El panorama aciago del país. En la línea del horizonte sólo alcanza a verse los rostros apergaminados de aquellos “viejos dirigentes políticos” que insisten durante décadas en liderar un proyecto político sin éxito y que gustan jugando al “aprendiz de mago”. Sus programas y propuestas demagógicas fieles a un estilo caduco y anacrónico en el que se han formado, apela al insulto, el descrédito, la subjetivación al adversario, presentando modelos de salvataje inverosímiles y poco creíbles, que muestran programas económicos en 100 días, prestamos de miles de millones de dólares a sola firma, entre muchos otros que rayan en el absurdo, sin detenerse a pensar que lo mejor fuese recoger el verdadero sentir de la ciudadanía a pie de calle.

Mientras albergamos la esperanza de que la población abra los ojos y asuma el protagonismo de un verdadero cambio que devuelva la esperanza al país, sigamos adelante, con fe en Dios para que el desánimo y la frustración no minen nuestro espíritu y nos obliguen a cambiar nuestra forma de pensar. “Estamos acostumbrados a ver al poderoso como si se tratara de un gigante, sólo, porque nos empeñamos en mirarlo de rodillas y ya va siendo hora, de ponerse de pie”.

  • CARLOS MANUEL LEDEZMA VALDEZ
  • ESCRITOR. DOCENTE UNIVERSITARIO. DIVULGADOR HISTÓRICO. DIRECTOR GENERAL PROYECTO VIAJEROS DEL TIEMPO
  • *NDE: LOS TEXTOS REPRODUCIDOS EN ESTE ESPACIO DE OPINIÓN SON DE ABSOLUTA RESPONSABILIDAD DE SUS AUTORES Y NO COMPROMETEN LA LÍNEA EDITORIAL LIBERAL Y CONSERVADORA DE VISOR21