Apellidos linajudos y bonsáis

IGNACIO VERA DE RADA

Recuerdo que hace unos años, en una reunión de militantes de base y candidatos, un dirigente de la cúpula de Comunidad Ciudadana ironizó con no poca ponzoña sobre la “de” que está entre mi primer y segundo apellidos. En ese tiempo de dirigente de juventudes y de posterior candidato a diputado por La Paz supe que algunas personas de mi curso de colegio y de mi entorno universitario más o menos próximo también estaban murmurando por ese motivo, pues siempre me habían conocido como Vera Rada, y no como Vera de Rada. La misma actitud demostró un par de profesores universitarios que me habían enseñado en ciencias políticas. Incluso un familiar (de la línea de los Vera) no pudo resistirse a pinchar con algo de veneno sobre el motivo de esa añadidura lingüística a mi nombre.

El 7 de abril se ha publicado en La Razón una columna de opinión que, aunque no me menciona explícitamente, sí me alude muy directamente como para no sentirme señalado, comparándome con un pequeño bonsái en un tupido bosque de viejos robles del pensamiento y la escritura. Y aunque este asunto pueda parecer trivial y privado, considero que no lo es, pues hace directamente a las mentalidades de nuestra intelligenstsia y nuestros columnistas de prensa.

Como ya dije varias veces y apunta en su inédita Crónica de mis antepasados el ilustre Fernando Diez de Medina, han pasado los tiempos de los abolengos y la sangre azul; el hombre debe ser siempre hijo de su proeza, de nada más. Pero es un hecho innegable -y lamentable- que en la sociedad de ayer y aún en la de hoy el apellido y el color de la tez determinan muchas cosas como las posibilidades de ingreso y participación en ciertas esferas, ya sean estas públicas o privadas. No es por nada que hasta hace relativamente poco tiempo los juicios por cambio de apellido fueran cosa muy normal; así, muchos apellidos indígenas o de directa derivación lingüística indígena cambiaron una o dos letras para “castellanizarse” y “estar a la altura” de los demás, de tipo más o menos hispano o criollo.

Uno de mis maestros en la literatura y en la vida se hizo noble por su inteligencia y su modo de desenvolverse en la vida. Johann Wolfgang Goethe, tras desempeñarse espléndidamente como ministro en el ducado de Sajonia-Weimar y luego de haber escrito importantes obras, adquirió del duque Carlos Augusto el Von (“de”, en castellano) que ahora orna su nombre tudesco. Cosa similar pasó con Schiller y algunos otros del Viejo Continente. Apunto ese dato para hacer notar al lector que las aspiraciones de ascenso social no son exclusivas de los latinoamericanos; es una manía, un capricho y una fantasía planetarios.

Sin embargo, la “de” que está entre Vera y Rada no tiene que ver nada con lo anteriormente ejemplificado. Ocurre que en 1804, en Sorata, la tierra donde mis raíces maternas arraigan profundamente, nació un valiosísimo intelectual que hizo honor al gentilicio boliviano. Dominaba 22 lenguas, era filólogo, tenía algo de arqueólogo y antropólogo, recibió a los libertadores Bolívar y Sucre con un emotivo discurso cuando llegaron a Bolivia y escribió un original libro que, aunque discutible desde la perspectiva de la ciencia lingüística, es un alarde de erudición e inteligencia: La lengua de Adán y el hombre de Tiahuanaco. La “de” de su apellido Rada, según refiere la crónica familiar, terminó desapareciendo hacia la mitad del siglo XX en varios de sus descendientes, quedando solamente la palabra Rada.

Cuando asumí plena consciencia de quién estaba en mi genealogía no pude menos que sentir orgullo por esa eminencia. Orgullo por su mérito, no por su abolengo. De cualquier forma, en su progenie, y con más proximidad en la mía, hay sangre aymara, y de esto igualmente me vanaglorio. Y aproximadamente en 2016 decidí añadir a mi nombre aquella preposición que había quedado relegada desde hacía tanto tiempo. No por placer aristocrático ni nada parecido, no por pasar de plebeyo a noble o de donnadie a hidalgo, como con disimulada malicia juzgan tanto el columnista que escribió en La Razón como los que ironizaron sobre este asunto, sino solamente por honrar a mi notable antepasado llevando su nombre en el mío.

IGNACIO VERA DE RADA 

Politólogo y docente universitario

*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21