Aceitunoides

SAYURI LOZA

Estos días, como es costumbre en Bolivia, nos hemos sacado la mugre entre todos por la inclusión de la categoría “mestizo” en el censo que se viene. Por supuesto, todo mundo ha dejado salir su prejuicio primero, su resentimiento después y alguno que otro sacó argumentos interesantes, de uno y otro lado (claro que estos últimos son siempre menos populares porque ya saben, nos gusta el show).

Nada nuevo bajo el sol, los censos han servido a menudo a los gobernantes para buscar las respuestas que les conviene y no las que buscaría un estudio serio; y en particular esto de la pertenencia a una determinada casta, raza o etnia (de acuerdo a la época) se ha manejado de manera tan subjetiva, que permite estudiar más que las adscripciones étnicas, los conflictos que se vive en torno a ellas.

Por ejemplo, durante la colonia que es cuando empezaron los censos y las famosas visitas, el conteo mayoritario de indígenas era vital para poder obtener la mayor cantidad de tributo posible y establecer quiénes iban a la mita.

Las otras “castas” se detallaban claramente pues de ello dependía el oficio de cada quien y en el caso de los chapetones, la ocupación de cargos burocráticos, de manera paralela, el mestizaje se siguió dando a lo largo de todo el periodo, tanto entre los grupos indígenas como con españoles y afros, no sólo biológico sino por adscripción.

El primer censo de la República tuvo lugar en el gobierno de Santa Cruz (1931) y fue muy importante contabilizar el número de indígenas pues aunque supuestamente se había abolido el tributo, sólo se le cambió el nombre a “contribución indígena” que estuvo vigente hasta fines de siglo. Y ya que estaba muy en boga el trabajo de Darwin, la taxonomía de las razas se mencionaba en todas partes.

Para los decimonónicos bolivianos, se distinguía cuatro razas: LOS BLANCOIDES que eran considerados “descendientes más o menos puros de españoles”; LOS ACEITUNOIDES “descendientes de indio y español”, los MONGOLOIDES “originarios del lugar” y los NEGROS, esta última poco tratada.

En el censo de 1909, todavía con esa lógica, se afirmó que la raza indígena estaba herida de muerte y que pronto desaparecería pues la peste y el alcoholismo los diezmaban sobremanera; sin duda es una falacia que reflejaba más un deseo que una realidad, en vista de que se había abolido la “contribución indígena” y ya no era necesario identificar indígenas para cobrarles.

La pregunta sobre la adscripción étnica, dejó de hacerse desde el censo de 1950, y no hubo objeciones posiblemente porque los originarios aspiraban a obtener la ciudadanía y todo lo que ello significaba y consideraban que ser “indios” entorpecía la obtención de esa ciudadanía.

En 2012, y ante la creación del Estado Plurinacional se preguntó si uno pertenecía a un pueblo indígena originario o afro boliviano, lo que provocó que quienes no sentían pertenecer a ninguna de estas naciones, se sintieran excluidos.

Hoy, un segmento de la población pide que se incluya la categoría “mestizo” (nadie pide que se incluya “blanco”) y pienso, personalmente que la pregunta de la adscripción étnica debería ser abierta, como seguro lo será la de la auto identificación de género; si vamos a ser un país de mentalidad progresista, no hay que serlo de manera selectiva, y así como nos arriesgamos a que alguien se asuma “cyborg” “vikingo” o “panda”, tendremos que confiar en la madurez de la población para que responda sinceramente cómo se autopercibe en esta compleja realidad boliviana.

Ahora, si la pregunta será la misma que la de 2012, va a ser muy interesante analizar cómo cambian los números con respecto a ese año, ¿Habrá más miembros de los pueblos originarios? ¿Habrá menos? Y principalmente ¿Qué significa eso? Ante censos subjetivos, uno sólo puede analizar subjetividades.

SAYURI LOZA

Historiadora, Diseñadora de modas, políglota, artesana. 

*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21