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Joe Biden merece crédito por haber descartado las opciones de política más irresponsables para abordar la invasión rusa de Ucrania. No obstante, los funcionarios estadounidenses continuarán respaldando otras opciones que tienen el alarmante potencial de involucrar a EE.UU. en una confrontación armada con Rusia.
En un principio, declaró de manera enfática que EE.UU. no enviaría tropas a Ucrania ni confrontaría militarmente de otra manera a Rusia. Desde ese entonces, también se ha resistido a la presión por parte de los halcones en ambos partidos para imponer una zona de exclusión aérea sobre Ucrania —un esquema que sería casi igual de irresponsable que enviar a tropas terrestres estadounidenses. Hacer cumplir una zona de exclusión de vuelos requeriría de la voluntad de disparar aviones rusos hasta sacarlos del aire. Biden ha sido lo suficientemente prudente para reconocer que esta medida probablemente desataría una guerra entre EE.UU. y Rusia, probablemente con consecuencias nucleares.
El presidente descartó un plan más limitado, pero todavía peligroso, que estaba siendo promovido por algunos aliados en la OTAN, especialmente Polonia, de transferir jets de combate a Ucrania. Esa propuesta parecía tener algo de respaldo entre los asesores de Biden. El Secretario de Estado Antony Blinken declaró en una entrevista de prensa que EE.UU. estaba dándole una “luz verde” al pedido de Polonia para realizar dicha transferencia.
No obstante, la Casa Blanca se retractó de ese plan cuando se volvió claro que Varsovia deseaba enviar los jets a la base estadounidense en Alemania. EE.UU. luego sería responsable de transferir esos aviones a Ucrania, haciendo que Washington sea el hombre clave en una confrontación en escalada con Rusia. La administración se ha mantenido firme aún cuando más de 40 senadores del Partido Republicano firmaron una carta abierta presionando al presidente para que respalde el peligroso plan de Varsovia.
Sin embargo, hay otras opciones que están recibiendo un respaldo total por parte de la Casa Blanca y la administración que podrían escalar la violencia y arrastrar a EE.UU. a un conflicto directo con Rusia. Incluso antes de que las primeras fuerzas rusas cruzaran la frontera ucraniana, Washington y algunos de sus aliados en la OTAN estaban regalándole armas a Kiev y entrenamiento a las fuerzas armadas ucranianas. Esos paquetes de armas incluían los misiles anti-tanques Javelin que han causado tanto daño a las columnas armadas rusas. Las embarcaciones aprobadas desde la invasión incluían más Javelins y misiles anti-aviones Stinger.
Un paquete de asistencia de $3.500 millones anunciado por Biden la semana pasada incluye 800 misiles anti-aviones; 9.000 sistemas anti-blindaje; 7.000 armas pequeñas, 20 millones de rondas de amuniciones; protección corporal, y los llamados drones Switchblade ‘kamikaze’.
EE.UU. y sus aliados también están considerando enviar sistemas de defensa aérea S-300 a Ucrania.
Esta asistencia de armas constituye un paso extremadamente riesgoso. Moscú ya ha advertido que las caravanas cargando dichas armas son objetivos legítimos de guerra. Aún así un ataque a una de esas caravanas bien podría resultar en muertes entre el personal estadounidense o de otro país miembro de la OTAN —incluso si la intercepción sucediera dentro de Ucrania. Además, la declaración del Kremlin de que los envíos de armas son objetivos legítimos de guerra ni siquiera es la señal más preocupante. En su primer discurso anunciando la “operación militar especial” en Ucrania, Vladimir Putin advirtió a todas las partes ajenas al conflicto (claramente refiriéndose a los miembros de la OTAN) acerca de no intervenir: “Cualquiera que trate de interferir con nosotros…debe saber que la respuesta de Rusia será inmediata y llevará a consecuencias que nunca antes han sido experimentadas en nuestra historia”.
Putin también podría fácilmente interpretar una cascada orquestada por EE.UU. de armas de la OTAN para respaldar a la resistencia militar de Ucrania como una interferencia inaceptable. Lo mismo es cierto de otra medida de la administración de Biden —compartir datos de inteligencia con Kiev, posiblemente incluso proveyendo a las fuerzas ucranianas información en tiempo real para detectar los objetivos.
Al mostrar dicha conducta, los líderes estadounidenses se arriesgan a tener una confrontación militar directa con Rusia. Eso significa que están coqueteando con desatar la Tercera Guerra Mundial y el prospecto de un devastador intercambio nuclear. La seguridad de Ucrania, su integridad territorial e incluso su independencia no valen ni remotamente lo suficiente para que EE.UU.incurra en este riesgo para el pueblo estadounidense.
La mejor manera para que EE.UU. se mantenga fuera de una guerra catastrófica es permanecer tan lejos como se pueda de cualquier línea roja que podría desatar una confrontación. Es el peor de los errores intentar ver qué tan cerca podemos llegar a estar de esas líneas, sin cruzar alguna de ellas de manera inconsciente. Aún así con sus envíos de armas a Kiev y el intercambio de inteligencia con las fuerzas ucranianas, la administración de Biden ha adoptado precisamente esa estrategia.
La precaución extrema es tal vez todavía más esencial al tratar con Rusia que con cualquier otro poder importante, porque ese país posee varios miles de armas nucleares y porque las relaciones bilaterales se han vuelto tan tóxicas. En los años anteriores a la decisión de Moscú de invadir Ucrania, EE.UU. y la OTAN ignoraron una advertencia tras otra por parte del Kremlin respecto de la expansión general de la OTAN hacia las fronteras rusas, y especialmente acerca de la creciente cooperación militar de la OTAN con Kiev. El Kremlin advirtió específicamente que agregar a Ucrania a la Alianza cruzaría una línea roja que requeriría de una respuesta rusa severa.
Tan solo dos meses antes del inicio de la guerra, Putin demandó que la OTAN provea garantías de seguridad acerca de una serie de asuntos, incluyendo que Ucrania nunca sería invitada a unirse a la OTAN y que las fuerzas de la OTAN nunca serían desplegadas en territorio ucraniano. EE.UU. y sus aliados no lograron responder de manera positiva a las demandas de Moscú. Esta arrogancia y miopía respecto de los intereses clave de seguridad de Rusia jugaron un papel importante en la producción de la actual crisis.
Considerando ese pasado desafortunado, debemos recibir con mucha más precaución las nuevas advertencias de Putin acerca de la guerra en Ucrania. En cambio, la administración parece estar adoptando una estrategia hacia Ucrania basada en el modelo que Washington utilizó en contra de las fuerzas soviéticas en Afganistán entre 1979 y 1989. Al proveer fondos y armas para el muyahidín afgano, EE.UU. causó derrame de sangre en las fuerzas soviétivas y creó un dolor de cabeza masivo para su superpotencia rival. Esa medida era similar a (y una represalia por) la estrategia que Moscú había utilizado en contra de la mal concebida intervención de EE.UU. en Vietnam.
En ambos casos, la superpotencia señalada se abstuvo de tomar represalias con fuerza militar en contra de su atormentador. Sin embargo, no nos atrevemos a asumir que Rusia jugará de acuerdo a las mismas reglas de guerra indirecta cuando se trata de Ucrania. En su discurso anunciando la invasión, Putin describió la operación como una “cuestión de vida o muerte” a la que Rusia se enfrentaba como resultado de la expansión de la OTAN. Ese comentario sugiere de manera firme que el Kremlin está preparado para hacer lo que sea necesario para lograr la victoria. Al fortalecer al enemigo de Rusia y al impedir y causar derrame de sangre en las fuerzas rusas en una región que Putin considera vital para la seguridad de su país, Washington está adoptando una estrategia muy riesgosa. La administración de Biden está coqueteando con el Armagedón.
//Ted Galen Carpenter en Responsible Statecraft / EL CATO//