En honor a Alberdi: la libertad como lección pendiente para Bolivia

Este pasado 29 de agosto se recordó el 215 natalicio de Juan Bautista Alberdi, quien no fue solo el inspirador de la Constitución argentina de 1853, sino un pensador que vio con claridad lo que Sudamérica necesitaba: instituciones sólidas, libertad económica y un límite real al poder del Estado. En sus escritos más emblemáticos –Bases y puntos de partida, Sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina y La omnipotencia del Estado es la negación de la libertad individual– dejó un legado que aún interpela a nuestras naciones, en especial a Bolivia, atrapada hoy en una crisis institucional y estatista que repite constantemente los errores que Alberdi denunció hace más de siglo y medio.

En sus Bases, Alberdi afirmaba con contundencia: “gobernar es poblar”, pero no en el sentido cuantitativo sino cualitativo. Poblar significaba educar, civilizar, enriquecer a la nación mediante la llegada de inmigrantes libres, capitales e industrias de las naciones más avanzadas. Su visión no era la del Estado que controla o impone, sino la de un orden institucional que abre las puertas para que el esfuerzo humano florezca. En la misma obra advertía que ninguna Constitución es duradera si se basa en la mera imitación: “la única que no cambia… es la Constitución histórica, obra de los hechos”.

Bolivia, que ha visto cómo nuestra Carta Fundamental se ha convertido en botín político y no en pacto social, tiene aquí una primera lección: no hay estabilidad sin instituciones genuinas, construidas sobre la realidad y no sobre la retórica del poder.

Así, la historia argentina es testimonio de cómo esa visión transformó ese país. Tras décadas de guerras civiles y desorden, la Constitución de 1853 permitió atraer inmigración, capitales e inversiones, cimentando un proceso de modernización que haría de Argentina, a comienzos del siglo XX, una de las economías más prósperas del mundo. Alberdi comprendió que la riqueza no nace de los decretos ni de la voluntad política, sino del trabajo libre, del respeto a la libertad individual, la propiedad y de un marco institucional que brinde seguridad. De allí su insistencia en que “la riqueza no es obra del gobierno; lo que exige de la ley es que no le haga sombra”. Para él, el peor error de las naciones sudamericanas era reproducir el modelo colonial, donde los pueblos no producían para sí mismos sino para alimentar a un fisco voraz. No resulta extraño que denunciara el viejo sistema como un régimen que hacía de los países “máquinas tributarias”, destinadas a sostener a los gobernantes antes que a los ciudadanos.

En su obra El Sistema Económico y Rentístico desarrolla esta idea con claridad: la Constitución argentina, decía Alberdi, había dado un paso revolucionario al colocar la riqueza de la Nación por encima de la riqueza del Estado. Ese cambio de jerarquía representaba, en sus palabras, “la muerte del principio colonial” que había reducido a los pueblos a simples colonos fiscales. A su juicio, la tarea fundamental era poblar y enriquecer al país, porque sin capitales, sin población y sin bienestar material, ninguna libertad podía consolidarse. “¿Quién creyera que a los cuarenta años de principiada la revolución fundamental fuese esto una novedad en la América antes española?”, se preguntaba con ironía.

Nuestro país reproduce hoy el error que Alberdi denunció: confundir las necesidades del Estado con las de la nación. Y con eso la expansión del gasto público, la proliferación de empresas estatales deficitarias y el endeudamiento creciente son señales claras de un país que continúa sacrificando la prosperidad de su gente en aras de sostener un aparato político cada vez más pesado.

Su crítica más profunda aparece en La Omnipotencia del Estado es la negación de la libertad individual. Allí diagnosticó la patología de las repúblicas latinas: “el Estado es libre en cuanto absorbe y monopoliza las libertades de todos sus individuos; pero sus individuos no lo son, porque el gobierno les tiene todas sus libertades”. Esa frase podría describir la realidad boliviana contemporánea: un Estado que presume soberanía mientras restringe la autonomía del ciudadano, que se proclama libre del extranjero, pero mantiene cautivos a los individuos bajo su control. Alberdi contrapuso esa tradición a la libertad sajona, donde el Estado encuentra su límite en los derechos individuales, y de allí surge la verdadera prosperidad. “Los Estados son ricos por la labor de sus individuos; y su labor es fecunda porque el hombre es libre”, escribió. En contraste, en los países de raíz latina los ciudadanos esperan todo del gobierno y terminan sin educación, sin salud, sin combustibles, sin comercio, dependiendo de la dádiva estatal. Bolivia no escapa a este patrón: la política clientelar ha sustituido a la iniciativa privada, y la omnipotencia del Estado asfixia la creatividad de sus ciudadanos.

Los ejemplos actuales en Bolivia son contundentes. La empresa petrolera estatal YPFB se ha convertido en un gigante ineficiente, incapaz de sostener la producción de gas que en su momento fue motor del crecimiento. Los subsidios a los combustibles consumen miles de millones de dólares anuales, drenando las reservas y beneficiando más al contrabando que al ciudadano de a pie. El tipo de cambio fijo ha desatado un mercado paralelo donde el dólar se paga mucho más caro que la cotización oficial, generando desconfianza en la moneda nacional. La inflación, aunque contenida en cifras oficiales, se siente en los bolsillos de la gente que debe acudir al mercado negro para acceder a divisas o a productos importados. Esta combinación de déficit fiscal, endeudamiento y controles es exactamente lo que Alberdi consideraba como el camino a la ruina: un Estado que interviene, restringe y centraliza, en lugar de liberar las fuerzas productivas de la sociedad.

A nivel institucional, Bolivia vive una crisis que confirma otra advertencia de Alberdi: “la omnipotencia de los reyes tomó el lugar de la omnipotencia del Estado… luego, sublevados contra los reyes, los pueblos los reemplazaron en el ejercicio del poder; la soberanía del pueblo tomó el lugar de la soberanía de los monarcas”. El problema, como él veía, es que la soberanía popular, si no se encuentra limitada por instituciones sólidas, puede degenerar en un nuevo despotismo. Esto es lo que ocurre cuando un partido político se apropia del Estado y lo utiliza como botín: la soberanía ya no es de los ciudadanos, sino de una facción que se autoproclama representante del pueblo. En Bolivia, la prolongada hegemonía del Movimiento al Socialismo – MAS, ha derivado en una captura de los poderes públicos, debilitando la independencia judicial y transformando al Banco Central en simple caja del gobierno. Una Constitución que debía garantizar límites se ha convertido en una herramienta de poder discrecional.

Es aquí donde las lecciones de Alberdi son más urgentes. Él insistía en que la Constitución debía ser algo más que un texto: debía ser un límite real al poder. Una república solo existe cuando los gobernantes reconocen que no pueden disponer de la libertad, de la propiedad y del trabajo de los ciudadanos. Todo lo contrario ocurre cuando la Constitución se convierte en un adorno mientras el poder político maneja la moneda, el crédito y la riqueza como propios. Como conclusión, la lección es clara: mientras no se garantice independencia monetaria, disciplina fiscal y respeto irrestricto a la propiedad, Bolivia seguirá atrapada en un círculo vicioso de inflación, déficit y crisis institucional.

La vigencia de Alberdi es asombrosa. Donde Bolivia repite los vicios del estatismo, él recordaba que “organizar el trabajo no es más que organizar la libertad”. Donde hoy el poder se justifica en nombre de la soberanía nacional, él advertía que esa soberanía es una quimera si no se traduce en la libertad individual de los ciudadanos. Y donde muchos aún sueñan con planes industriales desde el Estado, él señalaba que la misión de la ley es abstenerse de impedir el curso natural de la riqueza. En definitiva, la gran lección de Alberdi es que no hay progreso sin libertad, ni Constitución que valga si no se limita el poder de los gobernantes.

Alberdi supo pensar un orden para sacar a la Argentina de su “desierto” material y moral. Bolivia, está atrapada en el círculo del estatismo y la crisis, podría hallar en él, el faro que necesita. Porque cada libertad reconocida, como él escribió, es una “mina de riqueza” para el futuro. Recuperar ese espíritu es la verdadera tarea pendiente: atreverse a romper con la omnipotencia del Estado, devolver el protagonismo al individuo y abrir las puertas al mundo. Solo así la libertad dejará de ser una promesa vacía y se convertirá en la fuerza viva de un pueblo que, como el argentino de 1853, decidirá apostar por el futuro.

  • ALVARO CHIPANA OROZCO
  • Ingeniero Petrolero, Maestrante En Economía Y Ciencias Políticas. Gerente Librería Libertad Literatura
  • *NdE: Los Textos Reproducidos En Este Espacio De Opinión Son De Absoluta Responsabilidad De Sus Autores Y No Comprometen La Línea Editorial Liberal Y Conservadora De VISOR21