Una de las grandes debilidades que, por cierto, les facilita el trabajo a los dictadores populistas, es el desdén que siente muchas personas por la política, y no me refiero a la militancia, sino, simplemente, a la formación y el estudio de esos temas.
Varios de mis estudiantes me contaron que sus padres hasta les prohibieron leer y debatir sobre política en los entornos familiares. Esa actitud responde, en cierta medida, a una idea muy extendida en la sociedad boliviana: la política es sucia, no te metas en ella.
Asumir la política como algo sucio es el primer paso para las tiranías. Tampoco ayuda esa actitud de: «no confío en nadie, porque todos los políticos son iguales», pues es una mera muestra de ignorancia. Lo correcto es estudiar el asunto, discutirlo y tomar partido, ¿no hubiera sido diferente la suerte de Venezuela, Nicaragua, Cuba y Bolivia si las poblaciones hubieran votado de manera informada en su momento?
Sucede que el modelo educativo, los impuestos, las inversiones, el comercio exterior, las relaciones internacionales y la seguridad nacional son temas vitales para el desarrollo y progreso de las naciones; son materias que tienen que ver con la esfera política. Ergo, la política no es sucia, es la ciencia que estudia la administración de la cosa pública. Partiendo de esa conceptualización podemos reconocer la política como una actividad que nos reafirma como ciudadanos, que nos compromete con el bien público, con el bien común; de allí que ésta tiene que estar impregnada de una ética humanística, de servicio al próximo, al prójimo.
El hogar debería ser siempre el primer lugar donde los niños aprendan de política, ya que es, por naturaleza, donde se construyen los valores que guiarán a la próxima generación de ciudadanos. Las virtudes de la Prudencia, la Justicia, la Fortaleza y la Templanza deben practicarse tanto en la vida privada como en la pública.
Adicionalmente, si el hogar no es el primer centro de aprendizaje de la política, pues, lo será la escuela, y créame, ahí los niños recibirán adoctrinamientos feroces en temas como el socialismo, la ideología de género, el aborto y el feminismo. Al respecto, Richard Weaver, en su ensayo, Visions of Order: The Cultural Crisis of Our Time, explica:
- Bajo la premisa de: «la educación de los sentimientos es más importante que la educación intelectual», el sistema educativo moderno le ha enseñado al joven estudiante que puede obtener lo que desea a través de quejas y demandas colectivizadas. Al finalizar la escolarización, los estudiantes no están preparados para enfrentar la vida, pero sí para buscar utopías. En última instancia, esta sociedad es como el niño mimado en su incapacidad de pensar. Por lo tanto, una gran decisión que enfrentará Occidente en el futuro es cómo superar la psicología del niño mimado lo suficiente como para disciplinarse para la lucha.
Por su parte, Agustín Laje, en su libro: Generación idiota, recalca:
- A la nueva forma de despotismo político le resulta conveniente detener para siempre al individuo en instancias infantiles de su desarrollo. Para esto, el poder debe ser más amable que disciplinador: más que ordenar, el poder debe hacer gozar. Esta es la única manera de lograr que el ciudadano desee su propia infantilización y no quiera salir de ella jamás. Por eso, la figura del padre resulta inadecuada como metáfora, puesto que su disciplina y su orden tienen fecha de vencimiento a la vuelta de la esquina, y en torno a ella gira la eficacia de su función. El Estado convertido en niñera, reglando y tutelando hasta el final la vida del súbdito, dictaminando y repartiendo «derechos» funciona mejor.
Entonces, si sus hijos no lo ven como una figura respetable, sino como un anciano pasado de moda, es en parte su responsabilidad. Asimismo, una sociedad que fue educada para llamarle derecho a cualquier necesidad será presa fácil de cualquier caudillo que, justamente, ofrezca cumplir esos caprichos. En conclusión, el precio de desentenderse de la política es ser gobernado por los peores elementos de una sociedad, mi natal Bolivia lo está sufriendo en carne propia.
- HUGO BALDERRAMA FERRUFINO
- ECONOMISTA, MASTER EN ADMINISTRACIÓN DE EMPRESAS Y PHD. EN ECONOMÍA
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