En 1960, Fidel Castro confiscó activos de empresas petroleras norteamericanas y muchos negocios privados de ciudadanos cubanos. En 1961, el presidente John F. Kennedy emitió una orden ejecutiva implementando el embargo como respuesta a las acciones de la dictadura cubana, que, aparte del robo de la propiedad privada, se había alineado con la Unión Soviética.
En ese momento, Castro, básicamente, festejó las acciones del gobierno de Estados Unidos, puesto que «liberaban» a Cuba del lastre del capitalismo gringo.
Esa retórica continuó hasta bien entrados los años 80. Por ejemplo, las notas de prensa del Periódico Granma y los discursos de Fidel Castro enfatizaban en la reducción de la influencia de la economía norteamericana en el mundo. Titulares como: «La economía imperialista se retira de África y América Latina», llenaban las hojas del diario oficialista cubano, ni hablar de las horas que ese tipo de noticias ocupaban en las radios y canales de televisión del régimen.
Es decir, que, mientras duró el subsidio soviético, la dictadura castrista estaba feliz sin negociar con Estados Unidos. Sin embargo, cuando Castro se percató del inminente derrumbe del Oso Ruso es que empezó a usar el discurso del bloqueo. La idea central era deslindar su responsabilidad en la pobreza que padecían millones de cubanos y, al mismo tiempo, sonsacar dineros a los ingenuos y crédulos de los gobiernos de Occidente.
En honor a la verdad, le fue muy bien, porque varios gobiernos y grupos empresariales europeos cayeron en la trampa y pasaron a convertirse en mecenas de La Habana. Así pues, a finales de 1998, incluso después de una perorata de Fidel contra España, de las 650 firmas extranjeras acreditadas en Cuba, 180 eran españolas y las solicitudes para invertir aumentaban día a día, sobre todo de grupos hoteleros en busca de la oferta turística de los cayos casi vírgenes. De igual manera, los hoteles de inversión española se convirtieron en centros de irradiación de la vida social de La Habana, especialmente el Habana Libre y el Cohiba Meliá, y la hermosa playa de Varadero en la provincia de Matanzas. Al mismo tiempo, más de veinte universidades españolas firmaban acuerdos de complementación académica con Cuba.
Varios grupos de cubanos exiliados en La Florida y otras partes del mundo denunciaron algo que luego se hizo evidente: Todo ese flujo financiero no ayudaría al cubano de a pie, sino al régimen.
La cosa funcionaba más o menos así: Los empresarios hoteleros traían capitales a la isla. Por su parte, Fidel entregaba mano de obra que, especialmente comparada con la europea, resultaba muy barata para los empleadores. No obstante, la trampa recaía en que no eran los empleados del hotel quienes cobraban los salarios, sino la dictadura, para luego entregarles el 20%. Es decir, por cada 10 dólares que ganaba un cubano trabajando para las cadenas hoteleras españolas, Fidel le quitaba 8.
A inicios del Siglo XXI, los gobiernos de Venezuela, Ecuador, Argentina, Nicaragua, México, Brasil y Bolivia, que pusieron toda su política exterior e interior al servicio del castrismo, empezaron a comprar los servicios de los médicos cubanos bajo las mismas penosas condiciones. Al respecto, Hana Fischer, analista política uruguaya, en su artículo: El negocio de la izquierda latinoamericana con los médicos cubanos, afirma lo siguiente:
Fidel convirtió a Cuba en su hacienda particular. Por consiguiente, todos los ingresos y todas las deudas de ese país, en rigor, son suyas. Una de las fuentes de ingresos más relevantes, la constituye el trabajo en régimen de servidumbre de la gran mayoría de los cubanos. Ha recibido el apoyo de gobiernos amigos que «contratan» a ciertos profesionales, especialmente los relacionados con la salud. Lo expresado se puede comprobar, porque «casualmente» esos gobernantes no negocian con esos cubanos en régimen de «trabajo libre», sino siempre como parte de un acuerdo entre Estados. Y Fidel –al igual que el rey francés Luis XIV– podía jactarse y decir: «el Estado soy yo».
En conclusión, la izquierda hispanoamericana es muy enfática denunciando la explotación del hombre por el capitalismo, además, cosa inexistente, pero suele guardar un gran silencio e incluso llegar a la complicidad ante la explotación del hombre por el Estado Socialista.
- HUGO BALDERRAMA FERRUFINO
- ECONOMISTA, MASTER EN ADMINISTRACIÓN DE EMPRESAS Y PHD. EN ECONOMÍA
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