Sin presentaciones: Ludwig van Beethoven

CARLOS LEDEZMA

Cuentan las crónicas del 26 de marzo de 1827, que en medio del rumor constante provocado por fuertes vientos que anunciaban una impetuosa tormenta, sobre el lecho de su alcoba, en medio de la penumbra y consumido por la agonía, descansaba un hombre de cualidades extraordinarias a punto de exhalar su último suspiro. Tras desatarse el aguacero y ante el fulgurante rugido de rayos y centellas, se alzó de súbito el enfermo, mirando al infinito desafiante, empuñando su mano derecha al cielo, amenazante y al mismo tiempo, suplicante, para desplomarse sin vida.

Ludwig Van Beethoven, uno de los eximios compositores de todos los tiempos, se despedía del mundo con ademanes característicos de una vida marcada por la soledad, las enfermedades y la miseria, con una obra de genialidad inigualable, que cautivo a propios y extraños. Aquella tarde de marzo, moría una de las personalidades más extraordinarias de la música, un rebelde, un revolucionario que, sabiéndose un genio del arte, se sentía superior al resto, incluidos los nobles y soberanos.

Nacido el 16 de diciembre de 1770 en la pequeña ciudad de Bonn, en Alemania, descubrió rápidamente por influencia de su padre sus enormes cualidades para la música. De esta manera, su padre decidió aplicar todas las formas posibles, incluidas algunas de severidad desmesurada, para que su hijo se convierta en músico. El pequeño Ludwig, tímido e introvertido, al ser cuestionado acerca de su talento, respondía casi siempre: “Estoy ocupado en un pensamiento muy bonito y no quiero ser molestado”.

A los siete años dio su primer concierto de piano, dejando gratamente satisfecho al auditorio. A partir de aquel momento, se hizo responsable de su formación un reconocido músico de la época, Christian Gottlob Neef, un teórico bastante admirado, que sería el encargado de abrirle al pequeño prodigio las puertas del paraíso de la música. El resultado de toda aquella enseñanza no se hizo esperar, con tan sólo trece años, Ludwig Van Beethoven presentaba su primera obra titulada: “Variaciones para clavecín en do menor”.

Beethoven abandonó su pequeña ciudad natal de la cual sólo albergaba recuerdos tristes, instalándose rápidamente en Viena, una de las capitales más importantes en cuanto a lo social y cultural en aquella época. Una ciudad que se brindaba generosa al genio, donde tuvo la oportunidad de conocer a otros prodigiosos como él, entre ellos Mozart y Haydn, quienes brindaron parte de su experiencia y conocimientos al músico recién llegado.

Su fama precoz como compositor de conciertos y su reputación de excelso pianista original, le abrieron las puertas de las casas más nobles. La alta sociedad lo acogía condescendiente, olvidando el origen pequeñoburgués y sus modales poco refinados. Resultaba evidente que el prodigio no encajaba en aquellos círculos. Seguro de su valor, consiente de su genio y conocedor de su carácter explosivo y obstinado, se resistía a cumplir las normas sociales que marcaban el ritmo dentro de aquellos entornos exclusivos.

Se portaba atrevido, interrumpía en las conversaciones, estallaba en ruidosas carcajadas, contaba chistes que ofendían a los presentes y sus coléricas reacciones asustaban a las personas que no estaban familiarizados con aquellas actitudes premeditadas con las que intentaba mostrar que no admitía a nadie por encima suyo y que el dinero no podía convertirlo en un ser fácil de manipular.

Físicamente su presencia resultaba intrascendente, sólo el genio que lo revestía de un cierto halo de divinidad, hacía olvidar aquella figura de hombre pequeño, regordete y poco atractivo que iba a juego con una vestimenta de trajes raídos y viejos. En medio de aquella pugna entre el entorno y su carácter, Beethoven daba clases de piano a señoritas distinguidas de las cuáles –en más de alguna ocasión– terminó enamorándose el maestro.

Sus composiciones dejaban entrever un espíritu lleno de amor que era la fuerza motriz en la construcción de sus obras. Anhelaba conquistar al amor y encontrar alguien que desee entregarse a él para convertirla en su esposa, por lo que en momentos puntuales de su vida se esforzaba por presentarse peinado, mejor vestido, galante y tranquilo, aunque aquella imagen resultaba poco menos que interesante, más aun, sabiendo que todos conocían su carácter y temperamento. Esta situación mostraba el humor melancólico y sombrío del genio que se llamó a sí mismo “el pobre desgraciado”.

Se han clasificado ciento treinta y siete obras de Beethoven, entre ellas sus nueve sinfonías, los seis conciertos para piano y orquesta, las treinta y dos sonatas para piano, dos misas y una ópera. La mayor parte de estas obras, fueron escritas cuando su creador se encontraba seriamente afectado por su mayor y más trágica dolencia: la sordera.

En una carta dirigida a su amigo Wegener en 1802, decía lo siguiente: “Ahora bien, este demonio envidioso, mi mala salud, me ha jugado una mala pasada, pues mi oído desde hace tres años ha ido debilitándose más y más, y dicen que la primera causa de esta dolencia está en mi vientre, siempre delicado y aquejado de constantes diarreas. Muchas veces he maldecido mi existencia. Durante este invierno me sentí verdaderamente miserable; tuve unos cólicos terribles y volví a caer en mi anterior estado. Escucho zumbidos y silbidos día y noche. Puedo asegurar que paso mi vida de modo miserable”.

Con el paso de los años su rostro se turbo sombrío, sus ataques de cólera se tornaban insoportables. El destino buscaba doblegarlo, aunque su temperamento le impedía rendirse. Durante el estreno de su Novena Sinfonía el 7 de mayo de 1824, dirigida impecablemente por él, mientras el público rompía en aplausos y ovaciones para el maestro, tuvo que ser uno de sus solistas quien lo invitara a girarse para apreciar aquella reacción que había provocado su talento, dejándole –quizá por última vez– iluminar su rostro de un genio sin precedentes, que ha trascendido más allá de los límites del tiempo.

Moriría tres años más tarde aquejado por múltiples enfermedades, dejando a la humanidad un legado invaluable. A manera de cierre, recordamos una de sus últimas frases escritas en su diario: “Tú eres un héroe, tú eres lo que representa diez veces más: un hombre verdadero”.

CARLOS MANUEL LEDEZMA VALDEZ
Escritor. Investigador. Divulgador Histórico.
*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21