Margaret Thatcher: La Dama de Hierro

CARLOS LEDEZMA

Cuentan las crónicas del 4 de mayo de 1979 que, por primera vez en ciento cincuenta años de democracia británica, asumía como Primer Ministro del Reino Unido, una mujer de carácter y voluntad férrea, protagonista de la transformación política y económica de su país. Su gobierno, marcado por un sistema de desregulación económica, la privatización de las empresas estatales y una significativa reducción del rol del Estado en la economía, propició un renovado cuerpo de ideas liberal-conservadoras, que acabarían con el llamado “invierno del descontento”, que asolaba a la población tras un gobierno de corte socialista que había sumido a los ingleses en una profunda crisis.

Margaret Hilda Roberts, conocida con el apellido de casada como Margaret Thatcher, tan pronto como asumió la jefatura de gobierno, se propuso gobernar en tres frentes, dos interiores y uno exterior. Interiormente aplicó un plan de ajuste económico, un rotundo programa de “shock”, que relanzó la economía británica, permitiéndole alcanzar un crecimiento muy por encima de la media europea durante la década de los años ochenta. Le devolvió la confianza gracias al “laissez faire” (dejar hacer), redujo los impuestos y aperturó los mercados, recuperando el pulso de la economía liberal, reduciendo el desempleo, la inflación galopante y el endeudamiento que arrastraba el gobierno precedente.

Nacida en la pequeña ciudad de Grantham (Inglaterra), el 13 de octubre de 1925, Margaret fue la segunda hija de Alfred Roberts, un humilde tendero de la comunidad y de Beatrice Ethel. Desde joven mostró cierto talento político, siendo presidenta de la asociación de estudiantes en la Universidad de Oxford donde estudió la carrera de Química. Tras desempeñarse brevemente en el ámbito de su profesión, estudió la carrera de leyes con la que comenzaría su ascenso político.

Fue electa como diputada, tomando posesión de su escaño el 8 de octubre de 1959. Cuando ingresó en el majestuoso edificio londinense a orillas del Támesis donde está emplazado el Parlamento, ya no se llamaba Roberts, su nombre de soltera, sino Thatcher, apellido que había tomado de su esposo Denis, con quien se había casado en 1951. Denis era diez años mayor que ella, venía de otro matrimonio fracasado y, lo más importante, era un exitoso empresario.

Margaret tenía las condiciones, su esposo contaba con una buena posición y contaba con los recursos suficientes para financiar la carrera de su esposa. Él fue quien pagó la formación de Margaret como “barrister” (un tipo de abogado del sistema anglosajón) que abrió a la candidata las puertas del derecho y de la fiscalidad, materia en la que se especializó. Mientras se preparaba para el ejercicio de la abogacía y planificaba su carrera política, quedó embarazada de mellizos, Carol y Mark, que nacieron en 1953.

Durante el arranque de la década de los años sesenta Margaret Thatcher transitaba por la mitad de la treintena de edad y prácticamente podía sentirse ampliamente realizada, tenía un esposo amoroso, niños y un trabajo que había sido logrado gracias a sus principios y valores asentados en la virtud de la familia. Voluntariosa en sumo grado, trabajó incansablemente desde su escaño, lo que le valió para el instante en el que los conservadores volvieron al poder durante 1970, a la cabeza de Edward Heath, la invitación para ocupar el despacho de la Secretaria de Educación durante cuatro años.

Nada más hacerse con la cartera de educación, decretó un ambicioso programa de recorte de gastos y reorientó la educación pública hacia objetivos estrictamente académicos. Así nació su primera determinación que hizo que los ojos del Reino Unido se volcarán en ella. Existía en Gran Bretaña desde el siglo XIX la costumbre de que se diese a los escolares un vaso de leche al llegar al colegio. Thatcher lo quitó debido a que los niños ingleses de los setenta no pasaban hambre ni tenían carencias nutricionales, siendo la medida utilizada más como campaña electoral del gobierno, provocando un desfase en la economía, que atentaba directamente en las arcas públicas. La oposición comenzó su arremetida y se inventaron un apodo que se hizo muy célebre: “Margaret Thatcher, milk snatcher” (Margaret Thatcher, ladrona de leche).

En 1974 el Gobierno “Heath” sucumbió en las elecciones. Los conservadores, cuyo programa era esencialmente, socialista, no habían podido contrarrestar la crisis del petróleo y la economía del país se encontraba en caída libre. Los británicos decidieron entregar de nuevo el poder al laborismo, que, con las mismas y viejas recetas keynesianas, terminó de hundir al país en la peor crisis de su historia moderna. Thatcher, entretanto, se postuló como recambio para “Heath”. Pero sólo político, ya que ideológicamente la diputada por Finchley había evolucionado hacia el liberalismo de corte clásico que enseñaba el economista Friedrich von Hayek en la London School of Economics. Thatcher trabó contacto con el austriaco y construyó un programa realmente alternativo que la catapultó al liderazgo de los tories.

Su segundo frente fue el caballo de lucha para enfrentar a los sectores más reactivos a los cambios. Por vez primera un primer ministro plantaba cara a los colectivos de sindicatos, los todo poderosos “trade unión”, a los que doblegó eficazmente. Thatcher acabó con el Estado elefantiásico que había recibido por parte de sus antecesores. Cercenó los privilegios de los sindicalistas a la vez que liberalizaba un mercado laboral que se había demostrado incapaz de crear un solo puesto de trabajo en 15 años. Privatizó un buen número de empresas públicas ineficientes como “British Rail” o “British Steel” y desreguló varios sectores, entre ellos el financiero, lo que sirvió de trampolín a la Bolsa londinense para reposicionarse como uno de los principales parqués bursátiles del mundo.

Sus detractores la acusaron de practicar un “capitalismo de casino”, pero lo cierto es que la población, el inglés medio, se palpaba los bolsillos y, al ver que estaban llenos de una libra fuerte y saludable, aprobaba sin pestañear las reformas políticas y económicas conservadoras que serían conocidas como “thatcherismo”

Thatcher desempeñó un papel importante en la política exterior, siendo una aliada cercana del presidente estadounidense Ronald Reagan. Su firmeza en la defensa de los intereses británicos la llevaron a obtener una victoria categórica en la Guerra de las Malvinas en 1982. La Política Exterior sería el último frente de su gobierno y se libraría en la Europa de la Guerra Fría. Margaret nunca supo definir si era liberal o conservadora, lo que sí profesaba era un anticomunismo visceral y no desaprovechaba ocasión para criticar el sistema alienante y servil que inspiraba la Unión Soviética, que casualmente terminaría derrumbándose durante los años de su gobierno.

Se ganó a pulso una fama internacional de gobernante inflexible en cuestión de principios. Al otro lado del Atlántico el gran hombre del momento, Ronald Reagan, supo verse reflejado en ella y, junto al Papa Juan Pablo II, capitanearon un tridente que terminó por derribar al oso polar que amenazaba peligrosamente a todo Occidente.

Tanto atrevimiento le costó una formidable campaña de descrédito promovida por la izquierda nacional e internacional. La Thatcher no caía simpática en Moscú. Desconfiaba del así llamado proyecto de construcción europea que por entonces apadrinaba François Miterrand. Fue, por decirlo de algún modo, la madre del euroescepticismo, una disidencia que, con el tiempo, no ha hecho más que ganar adeptos a lo largo y ancho del continente.

Los años de Gobierno de Thatcher terminaron abruptamente en 1990 después de una intriga palaciega y varias traiciones que no estaba dispuesta a tolerar. Se retiró de la escena en silencio, como una auténtica dama. Sin Thatcher el Reino Unido tuvo que escoger entre continuar su obra o volver a los tiempos del descontento. Optaron por seguir por el mismo camino y así nació el llamado “thatcherismo”, una difusa doctrina política basada en el libre mercado y los valores cristianos que han seguido tanto conservadores como laboristas. Gracias al thatcherismo Gran Bretaña sigue liderando Europa en casi todos los indicadores, políticos y económicos.

Thatcher renunció como líder del Partido Conservador y como Primer Ministro para ser sucedida por John Major, aunque se mantuvo como una figura influyente en la política británica y global después de su retiro. Se dedicó a escribir libros, dar conferencias, participando en diversas actividades públicas. Falleció el 8 de abril de 2013, a la edad de 87 años, tras sufrir un derrame cerebral.

El legado de Margaret Thatcher es inmenso y tras más de tres décadas sigue siendo objeto de debate en el Reino Unido y en todo el mundo. Hay para quienes Margaret Tatcher fue una líder visionaria que transformó la economía británica y reconfiguró la visión de las relaciones exteriores con aquellos regímenes de izquierda a los que criticó ácidamente. Para otros, su legado está relacionado a los aspectos de una postura inflexible concentrada directamente en los problemas económicos, por lo que se ganó el apelativo de “Dama de Hierro.

Lo cierto es que la figura emblemática de Margaret Thatcher, basada en principios y valores éticos y morales, de respeto a la familia en base a sus profundas creencias religiosas, consecuente con las ideas de libertad amplia e irrestricta, se declaró públicamente detractora de toda forma de totalitarismo o gobiernos de izquierda, arremetiendo en contra de ellos hasta los últimos días de su vida.

CARLOS MANUEL LEDEZMA VALDEZ
Escritor. Investigador. Divulgador Histórico. Consultor de Comenius S.R.L. Ingeniería del Aprendizaje
*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21