• “Una elección no define un país, pero revela sus heridas, sus sueños y su memoria”.

Se acercan nuevas elecciones presidenciales, y con ellas, una vez más, Bolivia (o nuestro país) se enfrenta al espejo. No al de la propaganda ni al de las encuestas, sino al espejo profundo de su conciencia política. Cada proceso electoral es una oportunidad de redención, pero también una amenaza de repetición. Porque entre los aplausos y los discursos, entre las banderas y los pactos, muchas veces olvidamos que una urna no es solo un contenedor de votos, sino un símbolo de esperanza… o de frustración.

Elegir no es simplemente marcar una papeleta: es decidir qué país queremos ser y qué país estamos dispuestos a dejar atrás. Es un acto de memoria y de porvenir. Y sin embargo, en tiempos donde la política se ha vuelto espectáculo, y donde los candidatos repiten fórmulas como si las palabras bastaran para gobernar, el ciudadano muchas veces queda reducido a espectador de una obra ya escrita.

Pero no todo está perdido. Las próximas elecciones, más allá de los nombres y colores, deberían ser un punto de inflexión. Un momento para preguntarnos con honestidad: ¿cuánto valen nuestras instituciones?, ¿cuánto pesan nuestras heridas históricas?, ¿cuánto nos duele la desigualdad?, ¿cuánto hemos tolerado el cinismo? Y, sobre todo, ¿estamos dispuestos a exigir más que promesas? ¿A votar con la cabeza, pero también con el alma?

El país está cansado. Lo están los jóvenes que emigran porque no ven futuro, lo están los campesinos que luchan contra la pobreza, lo están las madres que no confían en la justicia, lo están incluso aquellos que han dejado de creer en el voto. Pero de ese cansancio puede nacer una fuerza transformadora. Porque cuando un pueblo ya no espera nada, está listo para exigirlo todo.

La democracia no vive solo en las instituciones; vive en la dignidad de cada persona que decide no rendirse. Y quizás ese sea el verdadero desafío de esta elección: rescatar la política de la trampa del poder y devolverla a su esencia humana. Gobernar no es administrar, es servir. Es escuchar. Es sanar.

Que no nos confunda el ruido. Que no nos cieguen los falsos mesías. Que no nos roben el derecho a imaginar un país distinto. Porque si bien un voto no cambia todo, puede iniciar el cambio que necesitamos.

Esta elección no será como las otras. No porque el contexto sea nuevo, sino porque ya no podemos darnos el lujo de repetir los mismos errores. El país exige una nueva narrativa, una nueva ética, una nueva valentía.

Y frente a la urna, frente al espejo, que cada uno de nosotros decida con la convicción de que el futuro también se escribe con el corazón.

  • SERGIO PÉREZ PAREDES
  • Coordinador de Estudiantes por la Libertad en La Paz, con estudios de posgrado en Historia de las ideas políticas y Estructura de discursos electorales.
  • *NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21