Cuentan las crónicas del 19 de diciembre de 211 de la era del Señor que, Caracalla, hijo mayor de Séptimo Severo y Julia Domna, nombrado emperador romano el 198 d.C. (tras la muerte del emperador en los conflictos bélicos en Britania) convocó a su hermano menor Geta –con quien cogobernaba hacía diez meses, cumpliendo la última voluntad de su padre–, a una reunión para reconciliar sus diferencias que habían llegado a poner en riesgo la unidad del imperio romano. Acompañado de su madre, Geta llegó a la cita, cuando un escuadrón de la guardia pretoriana acometió en su contra, asestándole varias puñaladas que le cegaron la vida.
Corría el mes de febrero de aquel año, cuando Geta, hermano menor de Caracalla era elevado a la categoría de emperador de Roma. La relación entre los hermanos había estado marcada por una profunda rivalidad desde su infancia, exacerbada por la preferencia del padre hacia el hijo mayor. Tras la muerte de su padre y ante las diferencias irreconciliables de los emperadores, se había propuesto dividir geográficamente el imperio romano; el Oeste para caracalla y el Este para Geta, aspecto que no fue consentido por Julia Domna, madre de ambos.
Pero sí el crimen fratricida resultaba reprochable y desde cualquier punto de vista abominable, el emperador Caracalla ordenó que se practicará la “damnatio memoriae”, vale decir, que se borre su nombre de todos los lugares donde existiera algún registro de aquel, intentando enterrar todo recuerdo de su existencia y sumando al crimen de sangre, la condena del olvido. La excusa fue un supuesto complot urdido por Geta en contra de su hermano, aunque lo cierto era que sólo se buscaba cubrir el asesinato para mantener el poder absoluto.
Este crimen consolidó la tiranía de Caracalla, quien procedió a la destrucción de estatuas, monedas, placas, documentos y cualquier espacio donde hubiese existido mención alguna del nombre de su hermano. Procedió a ejecutar físicamente a cerca de veinte mil hombres, prohibiendo que alguien recuerde lo pasado y mencione el nombre de Geta, so pena de sufrir el mismo final de aquel que había muerto sin posibilidad alguna de preservar su memoria y dignidad, ni mucho menos la esperanza de que se hiciera justicia.
De regreso al presente. El caso fondioc (Fondo de Desarrollo Indígena Originario Campesino), es una de los tantos actos que se conocen diariamente acerca del mayor expolio y latrocinio cometido en la historia de Bolivia. A la gravedad de la denuncia del desfalco que provocó que cientos de millones de dólares del Estado sean desviados a cuentas de particulares, se suma la vileza, de haber encarcelado a la persona que tuvo el valor de denunciarlo en 2014. Marco Antonio Aramayo Caballero, denunció los manejos irregulares, alertando sobre malversaciones, transferencias irregulares a cuentas privadas y contratos ficticios.
Para 2015, una investigación reveló el escándalo de corrupción que implicaba a varios dirigentes del partido de gobierno (Movimiento al Socialismo), entre ellos a exdirectores y la ex ministra Nemesia Achacollo. Se aperturaron las causas penales, aunque el único que fue señalado como responsable fue el denunciante. Por si semejante villanía fuera escasa, se abrieron en contra de Aramayo más de 200 procesos en varios departamentos del país, siendo trasladado por cincuenta cárceles en las que fue sometido a torturas físicas, vejámenes y presiones psicológicas que buscaban que se declare culpable.
Aramayo murió sin sentencia el 18 de abril de 2022 luego de sufrir un paro cardiorrespiratorio, habiendo permanecido con “detención preventiva” durante siete años. En los últimos meses y tras el cambio de gobierno en Bolivia, los responsables del caso fondioc comienzan a conocerse. Finalmente, el pueblo boliviano conocerá a los responsables de robarse el futuro del país, tras dilapidar la mayor bonanza económica de toda su historia.
De no haberse producido el cambio de gobierno, la “damnatio memoriae” se hubiera aplicado contra Marco Antonio y muchos otros, enterándolos bajo el oprobioso polvo del olvido y dejándoles sin posibilidad alguna de que se conozca su verdad, se conserve su memoria, devolviéndole su dignidad, aun sea tras su trágico deceso, saber que existe una esperanza de que se imponga la justicia y pueda el pueblo boliviano rendirle el homenaje que se merece.
Marco Antonio Aramayo Caballero, dejó como constancia de su verdad documentos y grabaciones en los que detalló los abusos cometidos en su contra, vinculando a altos funcionarios del partido de gobierno, incluyendo al ex ministro de economía Luis Arce Catacora, que recientemente fue imputado por la fiscalía para responder ante la justicia por los cargos que pesan en su contra.
Como colofón de tan miserables actos de injusticia perpetrados en los últimos veinte años, es menester recordar a los hombres y mujeres que tuvieron que cargar sobre sus espaldas el peso de la persecución, humillación y asesinato sistemático ejercido por el terrorismo de Estado impuesto desde 2006. No debemos olvidar a José María Backovic, quien fue presidente del Servicio Nacional de Caminos (SNC), que pasaría a llamarse Administradora Boliviana de Carreteras (ABC) tras la llegada del gobierno socialista.
Backovic, al igual que Aramayo, tuvo que soportar decenas de juicios por supuestos hechos de corrupción, sin que haya podido demostrarse uno solo. Falleció en octubre del año 2013 producto de un ataque cardiaco, mientras se encontraba cercado por casos armados y denuncias que se convirtieron –en versión de sus abogados– en “objetivos políticos que dieron paso a una red de extorsión judicial”.
La respuesta de estos hombres de honor ante tan incalificable acción política, fue la de resistir con la verdad, antes que doblegarse frente al régimen político que gobernó Bolivia desde hace veinte años. La voz firme y valiente de Marco Antonio Aramayo Caballero, fue objeto de una feroz y despiadada persecución por parte del gobierno socialista (Movimiento al Socialismo) que, en su intento de silenciarlo procuró dejarlo sin medios de subsistencia, lo humillaron, lo insultaron, lo golpearon y calumniaron denigrando su imagen, mientras él, supo mantenerse firme en sus convicciones y la causa de justicia que algún día encontrará la verdad.
Recientemente ha dejado de girar la inmunda rueda de la ignominia puesta en marcha por el régimen socialista. La misma, sirvió para perseguir hombres y mujeres honestos que en su momento obraron escuchando su consciencia e hicieron lo correcto, denunciar la corrupción del régimen. Se debe buscar que la población conozca por todos los medios lo que pasó en Bolivia los últimos veinte años. Que la gente se entere lo que tuvieron que afrontar cientos de hombres y mujeres que prefirieron conservar el honor detrás de la verdad, antes que someterse a las imposiciones de un régimen de catadura moral más que cuestionable que gobernó Bolivia las últimas dos décadas.
Mientras tanto, que el desánimo y la frustración no minen nuestro espíritu y nos obliguen a cambiar nuestra manera de pensar, recuerden que: “Estamos acostumbrados a ver al poderoso como si se tratara de un gigante, sólo, porque nos empeñamos en mirarlo de rodillas y ya va siendo hora, de ponerse de pie”.
- CARLOS MANUEL LEDEZMA VALDEZ
- ESCRITOR. DOCENTE UNIVERSITARIO. DIVULGADOR HISTÓRICO. DIRECTOR GENERAL PROYECTO VIAJEROS DEL TIEMPO
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