El Ágora: democracia y poder

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CARLOS LEDEZMA

El Ágora marcaba el pulso de la ciudad el latir de las demandas de la población. Era el espacio de encuentro donde la diversidad se congregaba para convertirse en un mismo cuerpo. Teatro sagrado de la palabra, donde se forjaban los destinos en cada encuentro y el silencio se expresaba elocuentemente. Plaza de sueños y aspiraciones posibles, donde florecían las ideas como rosas en primavera y el eco de los ancestros resonaban fuertemente mientras el tiempo comenzaba a detenerse en esperas constante, dando origen a la democracia.

Grecia ha tenido una enrome influencia en la historia de la humanidad, dando lugar a través de los siglos a la civilización occidental, con un influjo determinante en la lengua, la filosofía, las artes, las letras, la ciencia, la educación y la política. El Ágora era el centro de la vida cívica, social y política, símbolo de la democracia directa y la libertad de expresión que caracterizaban a la Grecia antigua.

La democracia griega fue rápidamente asimilada por las naciones occidentales, partiendo de la idea de que las sociedades avanzan mejor cuando hay alguna especie de figura que haga creer que las personas deben ser gobernadas por alguien en particular. La historia enseña que cuando esta figura falla, cuando se descubre el engaño, todo termina por desmoronarse. La democracia, no es menos arbitraria que otros sistemas políticos, aunque ha mostrado ser más eficiente. El amable supuesto de que la violencia ejercida por la mayoría es benigna, otorga el poder a una sola persona para que haciendo uso del mismo someta con facilidad a quienes están en desacuerdo.

La idea concebida del buen gobernante va asida de la mano de la democracia, comenzando a transformarse y popularizarse desde hace algunos siglos. El poder podía decidir sobre los destinos y la vida de la población, dilapidar las arcas públicas, sin asumir ningún tipo de responsabilidad por las consecuencias de sus actos. Comenzó a entenderse que esta era la naturaleza del poder, que se fundaba en la supresión de libertades a cambio de ofrecer una relativa seguridad.

Dentro de las cúpulas palaciegas surgidas con el paso de los tiempos, la vergüenza y el remordimiento no existen, afianzados en la posibilidad que se tiene de hacer uso de la fuerza. Los gobernados, antes de ser violentamente sometidos por el poder, deciden rendirse y acatar, por un simple cálculo de probabilidades de supervivencia. De ahí, que la población debe verse sometida a leyes con las que nunca estuvo de acuerdo, leyes que por lo general se encargan de cercenar cada vez más las espurias libertades y someterlos al grado de servidumbre bajo el supuesto de que es por su propio bien.

Paradójicamente, la democracia sembró la sensación en las personas de que los gobernantes estaban para servirles, por más que actualmente resulte ser todo lo contrario. El concepto de benevolencia por parte del poder, es uno más de los rostros de opresión, una manera ingeniosa de reafirmar la facultad del que gobierna, para decidir de manera arbitraria y caprichosa sobre la vida de los demás. A pesar de que una de las paradojas más incrustada en el imaginario de la población, es aquella que da como cierto que el gobernante debe ser como uno mismo, que debe obedecer las mismas reglas, básicamente se creó la idea de un gobernante despojado de cualquier evidencia de poder, gracias a lo cual se justifica y minimiza los exabruptos cometidos que tratan de ser invisibilizados por los acólitos y los medios que tiene en su poder.

El gobernante que establece actuar en nombre del pueblo, suele verse obligado a actuar en relación a sus votantes más idiotas. De hecho, los candidatos que suelen ganar los comicios, a menudo le deben él éxito de su elección al talento para conquistar la simpatía de las personas menos inteligentes de la sociedad. Para ello, el político se vale de sus dotes de actor, a pesar de que resulta muy frecuente de que simplemente haga gala de su verdadera personalidad.

A pesar de todo esto, no existe, por lo menos a día de hoy, un sistema político, que funcione mejor que la democracia. Lo cierto es que, la democracia debe limitar considerablemente el poder de los gobernantes; estableciendo de forma clara y efectiva la separación de los poderes del gobierno, para tener un control y equilibrio que evite la peligrosa concentración de poder en uno solo de ellos; el reconocimiento y la garantía a los derechos individuales y las libertades de las personas es fundamental para recuperar la democracia. Se deben aplicar mecanismos de control para transparentar la administración pública, estableciendo los criterios precisos de responsabilidad.

En los tiempos que corren, un buen gobernante resulta ser un mito. El individuo debe oponerse al poder, aunque de partida tenga perdida la batalla. El ciudadano debe resistir al mal del poder, por mucho que no tenga otra alternativa que lo reemplace. Vale decir, que debe rechazar la mentira y el engaño de quienes resultan ser figuras ególatras, carentes de respeto y sentido común, que valiéndose de prácticas execrables dignas de todo repudio han devaluado la práctica democrática.

Primigeniamente la democracia ha sido tanto en fuerza como en esencia, el motor para el progreso de un mundo fértil que debía vivir al margen de la opresión y la injusticia, naturaleza que fue desvirtuándose progresivamente con el paso de los tiempos. Sin embargo, esta ambivalencia no niega el valor intrínseco de la democracia como sistema político, por el contrario, hace énfasis en la necesidad constante de que la ciudadanía, asuma un compromiso para garantizar la defensa de los derechos individuales que permitan fortalecer sus fundamentos y mitiguen sus debilidades, restándole poder a quienes tenían el encargo de guiar a los pueblos por caminos de libertad, seguridad y desarrollo y terminaron sometiéndolos en tierras de esclavitud, miedo y precariedad.

CARLOS MANUEL LEDEZMA VALDEZ
Escritor. Investigador. Divulgador Histórico. Consultor de Comenius S.R.L. Ingeniería del Aprendizaje
*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21