Apocalipsis: Otra historia de paz en Oriente Medio

  • “No creo en el azar, ni en el destino, creo en el carácter derivado de la sangre que me conduce desde niño por el camino de la libertad. Descubrí que mi libertad no existe sin la libertad de lo demás. Nadie puede considerarse libre, por mucho dinero, mucha inteligencia, cultura o pensamientos libres que tenga, porque el poder ha colectivizado la esclavitud y los esclavos se niegan a aceptar que otros sean libres. Así pues, la libertad de uno, depende de que sean libres todos”. – Carlos Manuel Ledezma Valdez

Corría el año 1979 de la era del Señor, cuando la República Islámica de Irán establecía como política de Estado dirigir, facilitar y llevar adelante actividades terroristas globales, a diferencia de cualquier otro país en el mundo. Lo había hecho desde sus propios aparatos militares y de inteligencia, el IRGC-QF y el Ministerio de Inteligencia y Seguridad (MOIS); desde entonces coordinaron y apoyaron ataques terroristas en todos los continentes, financiando grupos terroristas como: Hizbulá libanés, la Yihad islámica palestina, brigadas bareiníes Al-Ashtar, Hizbulá iraquí, con los que ha llevado a cabo ataques terroristas.

Tras la caída de Jerusalén hacia el año 586 a.C., Israel se encontraba completamente devastada, con la nación dispersa y vulnerable ante sus enemigos. Edom, se regocijaba de su desgracia y buscaba aprovecharse de su debilidad, debido a su enemistad profunda con el pueblo judío al que había mostrado su resistencia y oposición. Este aspecto puede recogerse de los relatos bíblicos durante el éxodo judio, que habiendo llegado Moises a Cades al Norte del Sinaí, solicitó al rey edomita permiso para pasar pacíficamente por su territorio, a lo que la respuesta fue categórica, amenazando con salir a combatirlos si intentaban cruzar por aquel lugar.

El profeta Ezequiel recibió el mandato de anunciar la ruina perpetua de Edom, al tiempo que manifestaba la reconstrucción de la tierra y la reunificación de los dispersos luego del enorme pesar, destrucción y sufrimiento que les había sido infligido. Aseguraba el profeta, que Dios no abandonaría a su pueblo ni permitiría que sus enemigos triunfaran para siempre. Dios prometió la restauración de Israel, un nuevo comienzo en el que el pueblo recibiría un nuevo corazón y un espíritu renovado.

La promesa de Dios estriba en que Israel sería restaurada como nación, con la seguridad de que Él estaría con ellos, guiándolos hacia un futuro de paz y prosperidad. Así, durante siglos, Israel encontró en la fidelidad y la comunión con Dios, la fortaleza que necesitaban para levantarse y reconstruirse, confiando en que la justicia divina prevalezca y los mantenga salvos frente a sus enemigos.

De regreso al presente. Tras la segunda Guerra Mundial, el 15 de mayo de 1947, la Organización de Naciones Unidas nombró una comisión internacional para que resolviera el caso de los dos estados, uno judío y otro árabe. La Resolución 181 de la Asamblea General de la ONU, creó el Estado de Israel y el Estado de Palestina, quedando la ciudad de Jerusalén bajo tuición internacional. Durante décadas la tensión ha sido permanente en Oriente Medio.

La primera guerra árabe-israelí concluyó en diciembre de 1948, el triunfo israelí le permitió controlar un mayor territorio del que se le había concedido durante el “Mandato Británico”, esto llevó a que la relación entre judíos y árabes empeorase, siendo que los vecinos árabes no reconocían a Israel como Estado. El 26 de julio de 1956, el gobierno egipcio decidió nacionalizar el Canal de Suez y prohibió la navegación de barcos israelís, viéndose obligada Naciones Unidas a intervenir.

No sería hasta el año de 1978 que, gracias al Presidente norteamericano Jimmy Carter, Egipto y Jordania aceptaron sentarse a la mesa para negociar los acuerdos de paz con Israel. En lo sucesivo se buscó alcanzar acuerdos de este tipo con el resto de países que siguen viendo en Israel a un enemigo que tiene bajo su control los territorios de Gaza y Cisjordania, ocupados en 1967 durante la “guerra de los seis días y que ha dado lugar a conflictos cerrados en los años posteriores.

En la actualidad Israel ha tomado la iniciativa, protagonizando operaciones de inteligencia y campañas militares buscando debilitar a los grupos terroristas financiados por Irán (Hamás y Hezbolá), a pesar de que las consecuencias han sido mucho más graves. Esta hondonada de violencia ha llevado a Israel a atacar directamente a su principal enemigo (Irán), bajo el argumento de amenaza nuclear en la que ha venido trabajando (Irán) durante años y con la que atemoriza a los países vecinos, siendo considerado por sus antecedentes un país poco confiable capaz de desatar un conflicto de proporciones apocalípticas.

El pasado sábado el Presidente norteamericano Donal Trump, anunciaba el ataque de sus tropas a tres instalaciones nucleares iraníes, las de Fordo, Natanz e Isfahán, asegurando que aquellas instalaciones habían sido completamente destruidas, celebrando el ataque y haciendo un llamado: ¡AHORA ES EL MOMENTO DE LA PAZ! Insistiendo en que no quiere una guerra, más bien lo que busca es forzar a Irán para negociar. Una decisión políticamente arriesgada la del gobierno de Estados Unidos, que espera conocer a ciencia cierta el daño provocado a las instalaciones nucleares, mientras recibe amenazas de represalias.

Mientras el perfume a pólvora, tierra mojada y sangre, derivada de un conflicto de connotaciones mundiales puede respirarse en el ambiente, quien escribe estas líneas, está convencido de que la paz no puede venir de una base de semillas que siembran el fruto de violencia, guerra y muerte. Hemos llegado al punto en que para creer que esa desastrosa táctica de agresión brutal funcionará, se debe llegar inevitablemente a la práctica del genocidio, es decir, una práctica que busca imponer la paz mediante la desaparición de un grupo de personas o la deportación masiva. Una visión inaceptable y que la historia humana ha visto en muchas oportunidades.

El camino hacia la paz es complejo y requiere de compromiso genuino por parte de los involucrados, garantizando de esta manera que las futuras generaciones puedan vivir en un mundo libre en el que prevalezca la paz, la tolerancia y el respeto mutuo. Mientras tanto, que el desánimo y la frustración no minen nuestro espíritu y nos obliguen a cambiar nuestra forma de pensar, no olviden que: “Estamos acostumbrados a ver al poderoso como si se tratara de un gigante, sólo, porque nos empeñamos en mirarlo de rodillas y ya va siendo hora, de ponerse de pie”.

  • CARLOS MANUEL LEDEZMA VALDEZ
  • ESCRITOR. DOCENTE UNIVERSITARIO. DIVULGADOR HISTÓRICO. DIRECTOR GENERAL PROYECTO VIAJEROS DEL TIEMPO
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