José Mujica, el fetiche del progresismo

Murió José, Pepe, Mujica. Sus más devotos fans y otros muchos aficionados confundidos resaltaron su «humildad» y «sencillez», pues nunca dejó de manejar su viejo escarabajo y su vida privada siempre fue austera. Lo siento, pero eso no deja de ser una campaña de marketing muy parecida a la que montaron sobre Evo Morales, Hugo Chávez o Fidel Castro. Todos paladines de la «modestia»; sin embargo, sometieron a sus naciones a las más crueles miserias.

José Mujica nació el 20 de mayo de 1935 en Montevideo, Uruguay. Desde joven militó en la izquierda radical y, en los años 60, se unió al grupo armado Tupamaros, un movimiento guerrillero urbano inspirado en la Revolución Cubana. Como todos los malandros que recibieron entrenamiento cubano, los Tupamaros estaban muy lejos de ser una organización pacífica. Fueron responsables de secuestros, asesinatos, atentados con explosivos, robos a bancos y extorsión. Su objetivo era imponer una revolución socialista en Uruguay. En 1971, diciembre, concretamente, cometerían una de sus matanzas más recordadas, el asesinato de Pascasio Báez.

Pascasio Báez Mena (1925-1971) era un peón rural de la zona de Pan de Azúcar, vivía en el Barrio de la Escuela Industrial de esa ciudad. Era casado y tenía dos hijos. Como parte importante de la población rural del país, simpatizaba con el Partido Nacional, aunque no había militado activamente en política. Realizaba trabajos vinculados con la construcción y la confección de alambrados.

El día de su desaparición, según las versiones familiares había salido a buscar el caballo perdido de un vecino, que había ingresado en la estancia Espartacus. Pascasio desconocía que ingresaba a la zona de la tatucera El Caraguatá, una red de guaridas subterráneas de la Columna 21 de los Tupamaros. Cuando los subversivos ocultos en la zona lo descubrieron, fue detenido y llevado al interior del segundo refugio subterráneo del complejo. Luego fue torturado, golpeado y enterrado vivo. En esa época, el «sensible» Mujica era parte activa del grupo armado.

Asimismo, Mujica participó directamente en asaltos armados y enfrentamientos con la policía. De hecho, El 10 de enero de 1971, cuando llevaba poco tiempo en las filas de los Tupamaros, Pepe asesinó al humilde cabo de la policía, José Leonardo Villalba para robarle su arma de dotación y la billetera en la que guardaba el sueldo que acababa de cobrar.  Según el informe forense, el cuerpo del cabo Villalba recibió siete balazos, todos por la espalda. Mujica nunca respondió por ese asesinato brutal. Por cosas como esa, fue detenido en 1972 y pasó 13 años en prisión, muchos de ellos incomunicado, lo que sus seguidores usan para justificar su figura de «víctima del sistema».

En 1985, luego de recuperar su libertad, Mujica se desmarcó de la lucha armada y entró en política. En 2005 fue ministro de Agricultura, y en 2010 llegó a la presidencia de Uruguay.

Su gobierno, alineado completamente al Foro de Sao Paulo, no pudo montar una dictadura por una simple y sencilla razón: su mayoría parlamentaria en la Cámara de Diputados era ajustada, con solo un voto de diferencia, sino otra hubiese sido la historia de Uruguay, quizás muy similar a la de Bolivia, Nicaragua, Cuba o Venezuela.

Como una especie de compensación, Mujica legalizó la marihuana, el aborto y el matrimonio igualitario. Estas medidas le valieron aplausos en la izquierda internacional, pero dentro de Uruguay dividieron profundamente a la sociedad.

Una vez fuera del poder, Mujica se dedicó a defender a sus camaradas del Socialismo del Siglo XXI. Por ejemplo, en mayo del 2019, en plenas represiones en Venezuela, el periodista uruguayo Leonardo Sarro de Radio Monte Carlo le preguntó: «¿Qué opina sobre las tanquetas atropellando gente?». La respuesta del veterano guerrillero fue: «Que no hay que ponerse delante de las tanquetas», una actitud muy cínica y sanguinaria para quien pretendía mostrarse al mundo como un viejito bonachón e inofensivo.

En conclusión, José Mujica no fue el líder pacífico y honesto que el progresismo idolatra, se trató, simplemente, de un terrorista que luego jugó a la democracia, y que no pudo montar una dictadura en su país porque la institucionalidad uruguaya pudo salvaguardar los marcos republicanos.

  • HUGO BALDERRAMA FERRUFINO
  • ECONOMISTA, MASTER EN ADMINISTRACIÓN DE EMPRESAS Y PHD. EN ECONOMÍA
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