- “Nadie se nos montará encima, si no doblamos la espalda” – Martín Luther King
Cuentan las crónicas del 30 de enero de 1952 que, bajo la dirección de Miguel M. Delgado, reconocido cineasta, actor y director mexicano, se estrenaba la película: “Si yo fuera diputado”, protagonizada por el célebre y recordado Mario Moreno “Cantinflas”. El “filme”, una sátira magnífica que refleja abiertamente la corrupción política de mediados del siglo XX en México. Es una crítica mordaz y directa a los grupos de poder, poniendo en evidencia uno de los más grandes males que aqueja a buena parte de los países hispanoparlantes.
La trama narra la historia de un humilde e inocente peluquero que, a un tiempo mismo, recibe instrucción en derecho y leyes por parte de don Juan, un anciano y filántropo abogado, que ha dedicado su vida y el ejercicio de su profesión a la causa de los más necesitados. En esa misma línea y siguiendo los pasos de su mentor, Cantinflas (el peluquero), comienza a defender a los más desfavorecidos, ganándose su aprecio y respeto, más allá de sus formas poco convencionales y bastante jocosas con las que maneja cada caso.
Lo que más destaca de la figura del protagonista, es su compromiso y honestidad a toda prueba, aspecto que no pasa desapercibido por los miembros de la comunidad y del propio don Juan (Maestro), quiénes, deciden proponerlo como candidato para diputado, considerándolo un personaje idóneo para combatir la exacerbada corrupción del gobierno y sus abusos, mismos de los que son víctimas permanentes. Don Próculo, es el personaje antagónico, el político corrupto, “jurásico”, sin principios, ética ni moral (cualquier parecido con la realidad actual, es mera coincidencia, o no), la representación de todo lo que debe erradicarse de la política.
Durante la película, la personificación del poder, maldad y perversión de la política enfrenta en todo momento a la voluntad de un pueblo que pretende elegir libremente a su representante, uno que responda a sus intereses antes que a los suyos propios o a los del partido corrupto. Un líder emergente, encarnado en la figura de un ciudadano promedio, con una formación mínima, mucha lectura, ideas y pensamientos claros, convicciones sólidas para trabajar por el país y sus ideales; un representante que abrace al bien y rechace al mal, que porte orgulloso como pértiga y escudo de combate sus principios y valores, batallando vigorosamente contra el sistema que lo persigue, amenaza, ejerce violencia, procesa y utiliza argucias legales para detenerlo, ante el cuál terminará imponiéndose gracias al reconocimiento de su valor por parte de la comunidad.
“Pueblo que me escucha, aquí me tienen delante de ustedes y ustedes delante de mí y es una verdad que nadie podrá desmentir. Y ahora me pregunto ¿Por qué estoy aquí? Y enseguida tengo mi “respuestación”, porque soy muy rápido en todo. Estoy aquí porque no estoy en ninguna otra parte y porque ustedes me llamaron y si el pueblo me llama, el pueblo sabrá porque lo hizo. Yo, contrariamente a lo que dijo cierto sujeto (…), no represento a ningún partido porque me represento yo solito, porque como dice el dicho “más vale solo que mal acompañado”.
Erich Fromm planteaba al respecto, que los seres humanos tienen dos modos de existencia, la del “tener” y la del “ser”, a través de esta última se desarrolla las habilidades internas, facultades y valores para vivir de forma única y auténtica, gracias a lo que se podrá hacer y finalmente tener. Sin embargo, las sociedades modernas invirtieron el proceso, orientando el resultado a la obtención; “tener” bienes materiales (sin ninguna consideración de tipo ético ni moral), para posteriormente hacer y recién ser.
En la idea del “ser” implica un modo de existencia activo, alegre y productivo, a través del cual lograremos la felicidad, orientando nuestras conductas a respetarnos primeramente nosotros, siendo fieles con nuestra historia individual, con nuestros antepasados, ideas y pensamientos sólidos que nos permitan mantener incólumes nuestros principios y valores, pensando en que nuestro riqueza no radica en lo que “tenemos”, sino más bien está sujeta a lo que “somos” y en lo que se convierten nuestros propósitos, lealtades, compromisos, siendo coherentes en el discurso y la acción. Todo lo contrario de lo que acontece en la realidad política boliviana.
La “partidocracia” en Bolivia tiene secuestrada a la libertad y la democracia. Un sistema anacrónico y deslegitimado que parece desmoronarse en cada proceso electoral y que finalmente es salvado por los propios dirigentes a los que no les interesa cambiar ni corregirlo. Los dueños de partidos han naturalizado protagonizar los más bochornosos espectáculos ante la mirada impaciente de la población, que ve casi imposible poder recuperar a los “partidos políticos” pertenecientes a la sociedad civil y no a unos cuantos traficantes de la democracia que elaboran “listas negras” y “listas blancas” al dedazo, cuoteando y estructurando los órganos de poder sin pensar por un instante en la delicada situación en la que se debate el país.
Los “partidos” o “siglas taxi” se han convertido en recicladoras de parásitos. Parlamentarios que luego de engordar durante cinco años de gestión legislativa estéril, sufrieron una epifanía en la que se vieron a sí mismos como los únicos salvadores de la Patria. Legisladores que no legislan, que no aprueban leyes para resolver problemas estructurales, que su única propuesta es “combatir al más y al menos”, sin proyecto país, sin mayor mérito que el haber sido “activista”, sindicalista, “tirabombas”, sobrino, primo, hermano, familiar o compadre del dueño del partido.
Estos “profesionales de la política”, “camaleones tornasolados”, aparecen en cada periodo electoral vestidos con sus mejores galas, elaborando discursos grandilocuentes “de desprendimiento sincero y sin condicionamientos para salvar Bolivia” y en un dos por tres al no lograr obtener sus mezquinos intereses, mandan al “carajo”, al “remedo de outsider” que piensa que metiéndole ¡carajo! Hasta en la sopa, puede ganar una elección. Los jurásicos dueños de partidos y los cuervos (advenedizos) que crían, deben apartarse del manejo político para que haya esperanza de recuperarse la libertad política y la sociedad tenga una representación efectiva frente al Estado.
Personalmente creo en la verdad, en la libertad que tenemos para elegir un camino, creo en los objetivos que me planteo, en la dedicación y empeño con la que trabajo y creo en los valores del “ser” que cultivo todos los días. Por tercera vez (en lo que llevo de vida) me han propuesto ser candidato a diputado. Lo pensaré cuando crea que puedo contribuir a: “refundar el país y proyectarlo de cara a los próximos doscientos años”; cuando pueda “garantizar el estado de derecho”; “seguridad jurídica”; “impulsar leyes que incentiven a la inversión”; “cuando permitan que se abroguen las leyes incendiarias (de las que ya nadie habla) y de avasallamientos”; “cuando pueda lograr acabar con las restricciones y prohibiciones a las exportaciones”; “cuando pueda –desde el legislativo–, “devolver la confianza a la ciudadanía” y “cuando sea posible recuperar los partidos políticos democráticos y participativos”, posiblemente en ese instante me pregunte, que pasaría: “Si yo fuera Diputado”.
Mientras tanto, mantengamos firme la esperanza, que el desánimo y la frustración no minen nuestro espíritu y nos obliguen a cambiar nuestra forma de pensar, recuerden que: “Estamos acostumbrados a ver al poderoso como si se tratara de un gigante, sólo, porque nos empeñamos en mirarlo de rodillas y ya va siendo hora, de ponerse de pie”.
- CARLOS MANUEL LEDEZMA VALDEZ
- ESCRITOR. DOCENTE UNIVERSITARIO. DIVULGADOR HISTÓRICO. DIRECTOR GENERAL PROYECTO VIAJEROS DEL TIEMPO
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