Andrónico: el simulacro de la renovación política

En la Bolivia contemporánea, la demanda de una renovación política real se ha transformado en una necesidad urgente frente a la crisis institucional, la polarización social y el agotamiento del modelo caudillista que ha marcado los últimos veinte años dentro del sistema democrático. En este contexto, la figura de Andrónico Rodríguez, promovido como “el relevo generacional” del Movimiento al Socialismo (MAS), se presenta más como un reflejo vacío de cambio, antes que una alternativa sólida para la consolidación democrática. Lejos de ser un líder transformador, Rodríguez representa la continuidad del aparato corporativo-cocalero y de una lógica caudillista desgastada que impide el surgimiento de liderazgos autónomos, visionarios y conectados con la pluralidad del sistema político boliviano.

Rodríguez emergió desde las seis federaciones cocaleras del Trópico de Cochabamba, epicentro del poder sindical de Evo Morales. Su ascenso no fue fruto de una trayectoria intelectual o política destacada, sino de una estrategia mediática impulsada por sectores internos del MAS, que buscaban preservar el control partidario después de la renuncia y crisis estructural en el liderazgo de Morales desde 2019. Entonces, las acciones de Andrónico en la Asamblea Legislativa —incluyendo su gestión como presidente del Senado— han estado marcadas por la falta de propuestas estructurales y el continuismo político: la dinámica prebendal, la crisis del Estado y la destrucción de la institucionalidad, en beneficio del clientelismo y la impunidad frente a la corrupción. Si se analiza en profundidad, a Andrónico no se le reconoce una agenda legislativa propia, ni tampoco una posición diferenciada del discurso oficialista.

En una etapa donde Bolivia necesita reconstruir instituciones, restablecer la confianza ciudadana y fomentar el pluralismo democrático, Andrónico se muestra irrelevante. Lejos de abrir espacios de diálogo o tender puentes entre los sectores divididos, su figura solamente representa a una fracción cerrada: el movimiento cocalero. Por lo tanto, actúa como un caudillo local, sin capacidad real de articulación nacional. No ha logrado proponer una visión de país, ni proyectarse como un interlocutor confiable ante la ciudadanía o la comunidad internacional. Su incapacidad para convocar y construir un nuevo proyecto político, no puede ir más allá de su nicho personal en el Senado, motivo por el cual se convirtió en un actor “decorativo”, útil para mantener el statu quo, pero inútil para conducir una verdadera transformación democrática.

Si se compara a Andrónico Rodríguez con otras figuras emergentes del ámbito político —ya sean del oficialismo o de la oposición—, su debilidad se hace aún más evidente. Mientras algunos líderes proponen reformas judiciales, modernización económica o nuevas formas de participación ciudadana, Rodríguez permanece anclado en un discurso repetitivo, carente de ideas nuevas y saturado de lealtades sindicales. A diferencia de aquellos actores políticos que han construido sus liderazgos desde el debate, el trabajo en territorios locales y regionales, o la elaboración de políticas públicas, él es una figura moldeada desde arriba gracias a Evo, no desde la base social, lo que destruye su legitimidad y profundidad.

Por otra parte, es negativo un silencio elocuente que desnuda su falta de coraje político: Andrónico Rodríguez no fue capaz de emitir una crítica abierta al caudillismo de Evo Morales, ni se esforzó por tomar distancia del agotado modelo económico basado en la renta extractivista. Esta omisión no es neutra; revela una voluntad de acomodamiento más que de renovación. Su permanencia pasiva en el Senado transmite a las nuevas generaciones una imagen distorsionada del liderazgo juvenil: la de un político que asciende sin cuestionar, sin construir desde abajo, sin mostrar señales de esfuerzo propio o pensamiento independiente. En lugar de inspirar una vocación transformadora, encarna la comodidad del “poder heredado”, carente de ética crítica o compromiso real con un futuro diferente. Las poses de Andrónico son inauténticas e ilusorias.

Más allá de su exposición mediática, la figura de Andrónico transmite una “fragilidad estructural”. Es la imagen de un joven sin dirección clara, más temeroso que desafiante ante los cambios que el país necesita. Su discurso titubea entre el respeto al viejo orden degradado por el MAS y la incomodidad de no haber construido una identidad política propia. Fue colocado donde está, sin haber luchado con autonomía por su lugar, y eso se refleja en su retórica vacía, en su inseguridad como vocero nacional, así como en su silencio ante aquellos temas donde se exige un posicionamiento firme como la reforma del Estado y la reestructuración de la economía. En el fondo, su juventud no inspira futuro, sino una especie de miedo disfrazado de obediencia, una sumisión que retrata su falta de proyecto político personal.

A todo esto, se suma una profunda “carencia de identidad política”. Andrónico Rodríguez no logró definir, ni representar una postura ideológica propia, más allá de ser un eco de las consignas del MAS y estar estrechamente vinculado al circuito cocalero, que ha sido señalado por sectores críticos como funcional al sistema coca-cocaína. En tiempos en que la ciudadanía exige autenticidad, compromiso ético e ideas coherentes, su presencia en el escenario nacional se percibe cada vez más como una imitación sin esencia. Esta “falta de autenticidad” le impide generar confianza o empatía frente a sectores que exigen renovación real y no una simple rotación de rostros.

La ausencia de un proyecto personal de liderazgo también resalta su inconsistencia. No se conocen visiones estratégicas de país emanadas de él, ni propuestas estructuradas que expresen una voluntad política genuina. Desde la perspectiva filosófica de Nietzsche, la fortaleza del “superhombre” radica en la autenticidad, en el poder de crearse a uno mismo sin depender de mandatos externos. En consecuencia, Andrónico Rodríguez representa lo opuesto: un individuo sin autonomía, atrapado en una figura diseñada por otros y los medios de comunicación, cuya debilidad lo incapacita para encarnar el tipo de liderazgo fuerte, ético y visionario que Bolivia necesita.

En un país donde la polarización política y el desgaste institucional requieren liderazgos auténticos, capaces de dialogar, proponer y transformar, Andrónico Rodríguez no representa una opción viable. Su figura sintetiza lo peor del continuismo político: el caudillismo estéril, la dependencia sindical, la ausencia de ideas sólidas y el uso simbólico de la juventud, únicamente como estrategia de marketing político. Lejos de ser un líder para una nueva Bolivia, es un obstáculo más para su consolidación democrática. En lugar de abrir caminos hacia el futuro, permanece atrapado en las perniciosas formas del pasado como el clientelismo, la complicidad con el fracaso del modelo de Estado rentista y el vacío del proceso de cambio que, sencillamente, se convirtió en un laberinto de corrupción y fracaso económico.

  • Franco Gamboa Rocabado
  • Sociólogo político, especialista en políticas públicas y experto en el análisis de relaciones internacionales
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