MÓNICA OLMOS
Demasiados hechos de violencia han marcado la agenda informativa y mediática los últimos siete días: Desde ofensas verbales de un comediante, pasando por la cachetada pública protagonizada por un actor laureado; la denuncia no escuchada de una niña que cuenta haber sido abusada por un grupo de adolescentes de su escuela; el testimonio de otra pequeña de 13 años que habría sido vejada sexualmente durante siete años por su profesor de música, hasta el hallazgo de dos mujeres adultas muertas asesinadas por sus exparejas.
Necesito creer que estos hechos son aislados y que representan un porcentaje tan mínimo que nos permite seguir creyendo en la bondad del ser humano, en su capacidad para relacionarse de manera amistosa, y de resolver sus problemas, disgustos y vulnerabilidades de forma racional. Necesito pensar que la mayoría de los humanos hemos descartado la violencia como recurso para imponer razón, para saldar pleitos y para defendernos de los demás; pero cuando un Ministro de Gobierno declara que las causas de x feminicidio son “pasionales y económicos”; cuando las redes sociales explotan con argumentos que intentan justificar el sopapo; cuando una profesora, una directora y una institución defensora de los derechos infantiles no hacen nada, pierdo toda esperanza y me hundo en la tristeza, el enojo y la decepción.
Soy una convencida de que la violencia no se combate con violencia, que no existe, por tanto, forma de justificarla, que no hay cupo a los relativismos ni al análisis de los contextos en que ésta se da, pues ingresar al terreno del “pero” es peligroso porque todos tendremos uno para disculparnos de nuestros actos violentos y, entonces, habremos terminado de cerrar un círculo maligno del que nadie podrá escapar.
Lo que hay que observar de este tema:
La violencia machista en Bolivia.
En los últimos tres años (2019, 2020 y 2021) 338 mujeres han sido asesinadas en el país, la inmensa mayoría por violencia machista cuyos culpables y/o sospechosos son las parejas o exparejas (esposos, concubinos, enamorados). Por su parte, el Servicio Nacional de Información en Salud SNIS del Fondo de Población de las Naciones Unidas para Bolivia registra cuatro embarazos adolescentes por hora, cifra que se traduce en aproximadamente 105 embarazos en niñas y adolescentes cada día (¿y los casos que no se denuncian? ¿Deberíamos multiplicar la cifra oficial por 3, 5 o 10?). Más, en lo que va de este año, 23 mujeres han sido asesinadas en el país, vale decir, una muerte cada cuatro días.
Si estos extremos de violencia machista reportan cifras preocupantes, nos alarma imaginar la cantidad de mujeres víctimas de otros tipos de violencia, psicológica y económica, por ejemplo; ¿cuántas viven en medio de gritos, insultos, amenazas, control de sus deseos, expectativas y/o decisiones e, incluso, prohibiciones? ¿Cuántas padecen el conocido e “inofensivo” “no quiero que estudies ni trabajes porque para eso estoy yo, y soy yo quien protegeré a la familia”
Will Smith, mi héroe.
Muchas mujeres manifiestan estar de acuerdo con la reacción violenta del actor justificándola como una respuesta natural y absolutamente comprensible de defensa y respeto por su esposa; es mas, creen que otro tipo de reacción por parte de Smith no era posible ni adecuada. ¿Por qué?
Es probable que estas mujeres estén familiarizadas con la violencia machista, que la hayan visto en sus abuelos, padres o incluso en sus propias parejas e hijos; es decir, han naturalizado la violencia física, en este caso.
Es posible, también, que hayan experimentado violencia psicológica (maltrato, infidelidad y/o abandono de parte de sus parejas) y esta situación que les provoca inseguridad y baja autoestima se extrapole en sentimientos y deseos de un hombre que las defienda de una manera decidida, pública, intransigente y ruda. Para esta mujer ofendida, invisibilizada, disminuida por su hombre es fácil confundir una reacción violenta como demostración de protección, respeto y cariño.
Esta misma lógica explica por qué para estas mujeres es tan difícil tomar conciencia sobre el círculo de violencia en el que viven culpándose a sí mismas por el abuso de su pareja, intentando justificarlo a partir de eventos externos, y finalmente, naturalizando la violencia hasta que las matan…por amor, las famosas “causas pasionales” que solemos escuchar de algunos ministros, policías y abogados.
La psicología explica este tipo de sometimiento de la mujer y/o humillación por parte del hombre desde una concepción de las relaciones de género simplificadas en la fuerza cultural del cuerpo y de los genitales (el poder y admiración del falo frente a la vergüenza de la vagina).
El cavernícola y el nuevo hombre.
El punto anterior no está desvinculado de este otro: “Te celo porque te amo”, “te defiendo (incluso) a golpes porque te respeto”, “te poseo porque eres mía” y si me da la gana, también “te mato porque no eres de nadie más”. Ante estas creencias, hoy se hace necesario replantearse al hombre desde otro tipo de masculinidad, menos corporal y más sentimental, un hombre más empático, colaborador, más presto a la tolerancia, a la escucha, al amor…más femenino.
Los expertos en género advierten que los hombres hoy pasan una situación de caos o al menos de confusión respecto a su masculinidad. Y claro, después de millones de años en los que la humanidad ha aprendido que el rudo de la historia es él y no ella, es natural seguir creyendo que el dominio, el poder, la fuerza, la razón, la defensa, la representación y la protección recaigan en la figura del varón. En consecuencia, a partir de esta cultura machista y patriarcal es muy difícil comprender que ante una situación de “amenaza”, burla, ofensa, desprotección, abuso, el hombre deba reaccionar de manera racional, tranquila, pensada, calmada. No, lo “lógico” y permitido es esperar una reacción de macho, ruda, de cuerpo, “de huevos”…violenta.
Sin embargo, los hombres y también las mujeres, deben saber que esas concepciones están cambiando y que el mundo contemporáneo civilizado rechaza y castiga la violencia, también la machista. El derecho romano, la psicología moderna, el humanismo cristiano, las leyes de la gestión empresarial y otros ámbitos y recursos existentes, hoy nos permiten actuar de forma más inteligente.
Motivos pasionales, el alcohol y otras deformadas creencias.
La justificación más irracional de la violencia es aquella que encuentra culpa más allá del propio violento. Echarle la culpa al “pero”, llámese “es que el otro la denigró”; a los celos, a los cuernos, al alcohol, al “estaba compartiendo con sus amigos”; al “estaba vestida de manera provocativa o inadecuada”; a la falta de dinero en la familia; de educación formal; o a cualquier otro tipo de “razón” o culpa, es desviar la atención del violento. Es decir, debemos entender de una vez por todas que no todos los celosos, cuernudos, borrachos o yescas son violentos con sus parejas, y no todos los hombres sienten ganas de violar a una mujer en mini o en estado “poco conveniente”.
Ojalá desterremos estas creencias y nos convenzamos todos y todas de que la violencia jamás está justificada, y que, por el contrario, debe ser sancionada y castigada tanto por la sociedad civil como por la ley y la justicia.
La hipocresía social también debe ser rechazada, es decir, no puede ser que nos enoje tanto un “chiste” impertinente cuando tenemos parientes y amigos que masacran a sus esposas o las mandan a callar cada que éstas abren la boca. No puede ser que solo comentemos escandaletes facilones y no digamos nada respecto a las cifras que acumulan abusos machistas en nuestro barrio, cuidad o país.
MÓNICA PATRICIA OLMOS CAMPOS
Comunicadora Social y Doctora en Ciencias de la Educación
*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21