La primavera de Praga

SAYURI LOZA

En los 90s solíamos emocionarnos con la idea del futuro y sus posibilidades; creíamos que tras la caída del muro de Berlín, por fin podríamos concretar un pensamiento económico, político y social que rescatara lo mejor del capitalismo con los mejores aportes del socialismo y que con esas herramientas, buscaríamos un mundo menos violento y por fin, después de tantos años de guerra fría, menos polarizado.

Me apena saber que nos equivocamos, no sólo ya nadie habla de rescatar y alimentar un nuevo pensamiento con todo lo aprendido, sino que la polarización se ha trasladado con más fuerza a nuestro continente, donde cultores de una y otra ideología, alimentan un pensamiento, pero de odio mutuo, irracional e irreconciliable.

Estoy en Praga, así que les voy a contar de algo que ocurrió en esta ciudad entre enero y agosto de 1968 y se recuerda como “la primavera de Praga”, un momento donde la entonces república soviética de Checoeslovaquia decidió que el socialismo estalinista no era la respuesta y que era necesario ir en pos de la libertad, económica y de pensamiento, aunque sin salir del socialismo.

Todo este planteamiento, que fue llamado “socialismo con rostro humano”, fue elaborado por un joven presidente que tuvo la visión y la valentía de enfrentar a la polaridad: Alexander Duvèek; el proyecto consistía en democratizar el sistema de gobierno, abrirse a potencias no socialistas y brindar libertad de expresión a la población. Las medidas fueron recibidas con agrado por los checoeslovacos.

Durante ocho meses, el país soviético vivió un aire de libertad que no había visto en años, una primavera esperanzadora (de ahí su nombre) que de no haber sido intervenida, el mundo de hoy sería otro… pero lo fue.

La URSS no podía darse el lujo de perder al Estado que representaba además la frontera con el mundo capitalista, así que depuso a Duvèek e invadió Praga (donde con más fuerza se daban los cambios) con tanques y ejércitos que sólo se fueron hasta que cayó la Unión Soviética.

La población, en especial los más jóvenes, salieron a las calles para protestar y exigir que se respete la decisión de su Estado de realizar cambios; en el momento más álgido, un joven, Jan Palach, impotente al ver que nada se podía hacer para detener la invasión, se cubrió el cuerpo con combustible y tras advertir que nadie hiciera lo mismo que él, se prendió fuego en la plaza de San Wenceslao, la plaza principal de Praga.

Años después, en 1989 y como parte de los sucesos tras la caída de la URSS, en Checoeslovaquia estalló la Revolución de Terciopelo que retomó las ideas de 1968 dando por concluida la ocupación. La presidencia del parlamento le fue concedida a quien había inspirado el cambio: Alexander Duvèek.

Hoy pocas son las mentes que buscan su propio camino y que niegan las radicalidades, quizás porque está de moda perseguir a los “tibios” ya que los discursos extremos tienen más poder sobre las masas. ¿Podremos pensar de nuevo en un equilibrio o será éste también otro siglo de radicalidades?

Cuando termine este artículo, iré a dejarle flores a Jan Palach; su tumba está en el mismo lugar donde se inmoló, en la plaza de San Wenceslao, y desearé que no volvamos a esos viejos tiempos, cuando por causa de totalitarismos, se le despojaba a la gente de su búsqueda de libertad.

SAYURI LOZA

Historiadora, diseñadora de modas, políglota, artesana, bailarina.

*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21