Por el momento son 11 los postulantes a la alcaldía de La Paz y podrían llegar a veinte. Un cantante, un periodista, el actual alcalde, políticos de todas las líneas apetecen ser alcaldes de La Paz; ninguno habla del caos vehicular y del estrangulamiento de los ciudadanos.
El problema no es solo del tráfico atorado, sino de la calidad de vida del paceño que vive en estrés diario, porque cada día le resulta más difícil llegar en horario a su fuente de trabajo, ni qué decir de las mamás, quienes luego de dejar al niño en la escuela buscan un vehículo para llegar a la oficina o comercio donde trabajan todos los días.
Nadie suma, todos restan. Los paceños creen que tienen derecho a hacer todo y cualquier cosa, sin importar el efecto de sus acciones sobre los demás y sobre la calidad de vida y de ambiente en la ciudad. Insultan al chofer que se abre pasos a bocinazos y éste responde con una guarangada. No se respetan los pasos de cebra, el semáforo es una simple referencia porque si hay una oportunidad el rojo es una simple decoración.
En muchos sectores de la ciudad, además de la arbitrariedad en las llamadas paradas de transporte público, son actitudes muy comunes de los conductores el estacionarse en doble fila, de manera que la calle de dos vías se convierte en un simple callejón para un solo vehículo. Ni hablar de las zonas populares, sonde los comerciantes colocan sus productos en la acera y ahora ganan las calles colocando conos o voluminosos cartones, ante el beneplácito del alcalde a quien le gusta el folklore y el folklore, porque gusta del circo y el desorden.
Como si fuera poco, cada día, 150 mil alteños pasan por el casco urbano central, porque sus fuentes de trabajo están en La Paz, utilizan el teleférico o líneas de minibuses que tienen su punto de partida en El Alto y se han sorteado zonas de la ciudad para hacer su parada transitoria; ojo que todos estos tributan en la Alcaldía de El Alto. La cereza en la torta la colocan los manifestantes, con cualquier pretexto.
El que tiene la suerte de “treparse” a un minibús, debe acomodar su esqueleto a las bondades del vehículo con capacidad para 15 personas en el que viajan 21, de manera que si alguno que está en la última fila quiere bajarse de esa caja metálica, debe ser acompañado por otros cinco pasajeros que están obligados a cederle paso.
El tráfico es caótico pero funcional, informal pero mejor que ir a pie, incómodo, pero llevadero porque se hace amistades, especialmente para despotricar contra el alcalde o el vicepresidente. El chofer alegra el ambiente, colocando sus cumbias a todo volumen, mientras los pasajeros que terminan su travesía, empiezan a contar sus monedas a último momento, ante la queja de todos.
Hay dos expresiones muy comunes: “A la Pérez” y “aprovecharé”. Parece que todos van a la plaza Pérez Velasco, vaya uno a saber por qué. El término “aprovecharé”, significa que puedo bajarme del minibús donde me da la gana, en el medio de la calle y exponiendo mi integridad física.
Este parece ser un relato costumbrista, sin embargo, tiene una sugerencia física nacida de las llamadas fuerzas centrífuga y centrípeta. Ningún coche debería ir a la Pérez Velasco, salvo el transporte público y todos los vehículos que pasan por ese punto, estarían obligados a evitar pararse o estacionarse a cuatro cuadras de la citada plaza, evitando el “aprovecharé” o los estacionamientos temporales. No es una genialidad mía, la vi aplicar en Quito, una ciudad con una topografía similar a la nuestra y un punto caótico de encuentro de todos. Para evitar el caos, sus autoridades acordaron: Ninguno al Panecillo, todos desde el Panecillo y sin estacionamientos cercanos.
El incremento de enfermedades respiratorias en los escolares paceños por contaminación atmosférica y el estrés de los mayores, viene de este este caos nuestro de cada día.
- ERNESTO MURILLO ESTRADA
- PERIODISTA, ACADÉMICO Y DOCENTE UNIVERSITARIO
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