Juicio sobre algo que nunca sucedió

ANDRÉS GÓMEZ

Adriana Salvatierra pudo ser Presidenta Constitucional después de la renuncia de Evo Morales. Pudo jurar aquel mismo frenético domingo 10 de noviembre de 2019, pero tuvo ganas de vomitar (por la ansiedad, los nervios y el estrés). El periodista Raúl Peñaranda contó, basado en dos fuentes (Ricardo Paz y José Antonio Quiroga), que “la sola idea de poder asumir la primera magistratura, con todo lo que ello implicaba, hizo que Salvatierra se indispusiera como producto de los nervios”.

“Se retiró al baño de las oficinas de Plural por unos minutos, se recompuso y al retornar a la reunión dijo que seguiría adelante en su plan de asumir el cargo de mandataria interina. Ello, como se sabe, no se produjo y tras la renuncia de Morales, ella también presentó su dimisión (a las 18:17 horas)”, escribió Peñaranda en Página Siete el 21 de enero de 2020.

Obvio, si Salvatierra aceptaba el desafío, Jeanine Añez no iba a ser Presidenta Constitucional nunca. Añez llegó a Palacio porque todos los masistas de la línea de sucesión constitucional renunciaron por miedo a la furia popular; por lo que, prácticamente, quedó solo ella.

Cuando fue a la Asamblea Legislativa para jurar, cayó en el vacío de poder fabricado con premeditación. Los asambleístas masistas no llegaron a la sesión acordada para el juramento. Sus representantes incumplieron su palabra empeñada ante la Comunidad Internacional en el diálogo pacificador en la Universidad Católica Boliviana. Una testigo anónima -de cuyas presencias poca gente se da cuenta en las reuniones políticas urgentes- me contó que ese domingo Salvatierra agarraba su celular cual si fuera un crucifijo de salvación y se comunicaba a cada rato con Morales.

Jeanine Añez fue sentenciada la noche del viernes a 10 años de cárcel por un hecho que nunca sucedió: golpe de Estado. El Movimiento Al Socialismo (MAS) armó una posverdad sobre dos supuestos: incumplimiento de deberes y resoluciones contrarias a la Constitución y las leyes.

Añez debía ser procesada por hechos que sí sucedieron durante su gobierno: las masacres de Sacaba y Senkata y casos de corrupción. Incluso, si el MAS quería algo de realismo, podía juzgarla por designar a ministros que mezclaron poder y odio tanto, menos o más que los mandatarios del Movimiento Al Socialismo que huyeron después de haber causado la crisis de 2019.

Pero no. Los fiscales, jueces y políticos del MAS decidieron imponer una falsedad para que su líder no quede como el tirano que fue echado por el pueblo, sino como el presidente que fue víctima de un “golpe”. Esta injusticia estremecedora se fabricó en el Ministerio de Justicia que, en este tiempo, llegaría a ser el sótano del Ministerio del Amor descrito en las páginas de la novela distópica de George Orwell: 1984.

Ni Donald Trump llegó tan lejos en sus posverdades. Afirmó que había logrado la mayor victoria electoral desde Reagan. Falso. Que la multitud que se reunió en su investidura fue la mayor en la historia de EEUU. Mentira. Que su discurso en la CIA recibió una gran ovación con todo el mundo de pie. Nunca pidió a los funcionarios sentarse. Dijo muchas mentiras, pero no armó con jueces y fiscales a control remoto un juicio para dar la sensación de verdad a una mentira y condenar a inocentes.

El masismo produjo esta posverdad (porque toda mentira tiene una audiencia) para sus seguidores que no son ignorantes, sino personas que no sólo se niegan a conocer la realidad, sino a negar la realidad misma. La estrategia fue desarrollada en tres pasos.

Primer paso: negar la realidad misma, llamando derecho humano a la reelección indefinida, a la violación de la Constitución y al desconocimiento del referendo por parte de Evo Morales y de Álvaro García.

Segundo paso: esconder y borrar partes de la verdad, entre ellas el informe de la OEA que constató fraude, la constitucionalización del gobierno de Añez por el Tribunal Constitucional, el acuerdo político de pacificación ante la Comunidad Internacional, el vacío de poder fabricado.

Tercer paso: provocar entre sus seguidores el sentimiento de verdad respecto al golpe sin ningún hecho que los apoye más que la propaganda.

La ignorancia, decía Sócrates, se puede remediar enseñando. Pero es muy difícil sacar del pozo del dogmatismo a una persona que se aferra más a sus creencias mientras más evidencias le demuestran que está equivocada.

Con la sentencia a la expresidente Constitucional, el gobierno de Luis Arce cree que ha terminado de convertir en verdad la mentira del “golpe”. La verdad de octubre-noviembre de 2019 seguirá desafiando sus creencias porque millones de personas vieron con sus propios ojos que Morales y García rompieron el orden constitucional.

Por ahora, el masismo tiene el poder para imponer una mentira, pero no tiene la verdad para mantenerse en el poder, salvo que siga el camino de los dictadores de Nicaragua, Venezuela y Cuba.

ANDRÉS GÓMEZ VELA

Periodista y Abogado

*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21