SAYURI LOZA

Desde que empecé a bailar danza árabe me interesé muchísimo en las culturas del Medio Oriente, incluso fui a Turquía, Egipto y Jordania para conocer más de su historia, de sus costumbres y me di el gusto de bailar la “danza del vientre” en dos cruceros. No, no estoy viniendo a hacer alarde de mis aventuras… bueno sí, pero también quiero contarles que me sorprendió lo mucho que imaginamos sobre el Medio Oriente y lo poco que realmente sabemos acerca de él.

La idea del uso obligatorio del velo en las mujeres y del trato machista hacia ellas, me hizo dudar mucho al momento de partir. Recordaba escenas de películas con mujeres apedreadas y sentía más miedo, de tal manera que hasta llegué a ordenar un hijab por internet en caso de que tuviera que ponérmelo. Cuál fue mi sorpresa al llegar, nadie obligaba a nadie a nada. En Estambul se respiraba un ambiente de respeto y si bien muchas mujeres locales llevaban velo, las que no, caminaban tranquilas sin represalia alguna.

Llegué a Jordania justo cuando empezaba el Ramadán. Un mes en el que la gente no come nada desde que amanece hasta que anochece y recién, a eso de las 7 pm, salen a las calles con música e instalan también mesas con comida abundante para los pobres y los viajeros, porque es ley del Islam que quien socorre a un amigo, complace al profeta, pero quien socorre a un extraño, complace a Alá. Nunca antes había visto tanta bondad para con los más necesitados.

Quizás la imagen más inesperada que vi en el viaje, fue la de una joven yendo a espaldas de su novio y besándolo a través de su niqab. Ella vestida toda de negro pero entusiasta, pues ambos se dirigían a la playa, donde se encontraba también un grupo de jóvenes entre hombres y mujeres, que charlaban animados. Ellas con los velos, sí, pero sonrientes y disfrutando del sol y el mar como cualquier otro ser humano en esta tierra.

De ahí se me ocurre hacer una comparación, tal vez un poco tomada de los pelos, a ver si les parece ilustrativa: creo que el uso del velo es como cuando uno decide hacerse un tatuaje por fe, por amor, porque quiere representar algo trascendental en su piel, y si decidimos tener uno, lo mostramos orgullosos y lo miramos siempre con alegría. Pero si alguien nos obligara a tatuarnos como una manera de control, y decidiera cómo y dónde debe ir ese tatuaje, y si nos rehusáramos a tatuarnos nos quitara la vida, la situación cambiaría y se convertiría en un tormento. Así, un símbolo de identidad (como es un tatuaje o como es el hijab), se convierte en un símbolo de humillación.

Por ello, he llegado a la conclusión de que el problema no es el Islam. Las mujeres musulmanas usan con orgullo el velo como símbolo de su relación con Alá, pero por desgracia existen muchos regímenes que bajo cortinas de humo como la religión, la identidad, o la justicia, se eternizan en el poder bajo la fuerza y le atribuyen la legitimidad de su permanencia, a la supuesta defensa ya sea de la religión, ya sea de las buenas costumbres como en Irán, o de la igualdad y el bueno gobierno como en otras latitudes del planeta.

Así que forzar a las mujeres a usar el velo, no es una medida religiosa sino política, y no de cualquier política, de una política absolutista que al verse criticada en su accionar corrupto e irracional, declara que esa crítica es en contra de la religión pues el régimen la defiende.

Me hace feliz que los bolivianos, a pesar de la opinión de la embajadora, se estén pronunciando a favor de la resistencia surgida en Irán tras el asesinato de la joven Mahsa Amini, pero creo que aportaríamos más si llegamos a entender que este tema no es una cuestión del Islam, sino de quienes se sirven de él para eternizarse en el poder. ¿Les suena familiar?

SAYURI LOZA

Historiadora, Diseñadora de modas, políglota, artesana. 

*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21