Hacia el Bicentenario: la política del espectáculo

IGNACIO VERA

Los meses pasan en un suspiro y hasta ahora no se ven horizontes esperanzadores desde este lugar caótico al que nos ha llevado el populismo del MAS. Porque cualquier proyecto serio, consistente y prometedor, se construye con tiempo, con dedicación, con método. Es por ello que, si fuera a haber una propuesta alternativa de oposición para las elecciones de 2025, ella ya debería estar cristalizando y organizándose desde ahora.

Sin embargo, lo más seguro es que las candidaturas opositoras del 25 sean tantas que hagan que el voto se disperse nuevamente, o que haya una megacoalición de todos los colores, todas las posturas y todas las tendencias, y sea por tanto disfuncional. La prueba más patente de esa eventual disfuncionalidad está ya ante nuestros ojos, en los partidos de oposición de hoy, que son experimentos realizados sin concierto, sin ideología, grupos de prosélitos de todos los lugares reunidos al costo que sea en torno a un caudillo. Y es por eso que hoy caminan a tientas; podría decirse que son de derecha o de izquierda, da lo mismo: carecen de una línea o una doctrina que los defina. A tal extremo de frivolidad llegó la conformación de tales organizaciones políticas que, por ejemplo, durante la campaña electoral de 2019, el candidato presidencial por el MNR llegó a publicar su número de celular para que quien estuviera interesado en ser diputado o senador lo llamara y negociaran juntos una eventual postulación.

A Bolivia no la gobiernan los políticos, sino la inercia del día a día, la rutina administrativa. En el Parlamento reina una especie de tedio crónico. Alguna vez, en el lejano 1907, el periódico El Comercio publicó que “en estas condiciones (las del Parlamento), cualquier ciudadano se embrutece; y si por suerte no mediaran otras circunstancias, que excepcionalmente cambian la monotonía de la cámara, al cabo de cuatro años un diputado perdería el uso de la palabra y olvidaría hasta leer y escribir” (la cita la extraje de Pueblo enfermo). Hoy esa realidad es la misma.

A esa pesadez monótona, sin creatividad ni proyectos ambiciosos, hoy se añade, como para darle un toque divertido, la política del espectáculo, que consiste en el afecto inmoderado de los políticos a las cámaras y los micrófonos, hecho que se demuestra todos los días, cuando, por ejemplo, se escucha a un diputado o ministro proferir sandeces sin contenido, raquíticas —e incluso cínicas—, para aparentar que trabaja o que tiene en la boca algún análisis de la realidad digno de atención. Obviamente lo hace para no perder vigencia, para que su imagen no se apague y sea nuevamente una figura en 2025. Busca a los reporteros que merodean el kilómetro cero y se deja entrevistar pretextando cualquier asunto, y entonces su improvisación, su falta de preparación, incluso su indigencia léxica, se desnudan rotundamente.

De modo que el sensacionalismo mediático, del que ya hablamos la semana pasada, fomenta la política del espectáculo. Pero este tipo de política también puede verse en otros aspectos más patéticos en los que ya no intervienen directamente los medios de información, aspectos que a primera vista son triviales, inofensivos, pero que en realidad delatan el nivel de la cultura política que impera en la sociedad global. Algunos ejemplos: un empresario varias veces candidato a presidente grabándose videos chistosos de manera frecuente para colgarlos en sus redes sociales, un diputado cantando a voz en cuello en una sesión legislativa una balada de Luis Miguel, un candidato a gobernador entregando maples de huevos a un político poco decidido, el alcalde paceño bailando morenada o una diputada haciendo juegos de palabras con la caída a pique de las reservas internacionales y el pique macho y el futbolista Gerard Piqué. Esas escenas, todas sacadas de la realidad y publicadas en medios de información y en sus respectivas cuentas de redes sociales, son la evidencia de que el político de hoy desea parecerse más a un histrión que atrae miradas por su mojiganga, que a un pensador, un escritor o un intelectual. Lo que dijo Arguedas en este sentido sigue teniendo vigencia: la mentalidad, cultura y educación de este tipo de políticos no difieren gran cosa de la mentalidad, cultura y educación de la masa. Y es por eso que el político que no hace tales performances lúdicas o jocosas no tiene muchas perspectivas de captar grandes electorados.

Los políticos ahora tienen muy poco tiempo para conformar no digo un “bloque opositor”, sino una organización política seria, digna del voto ciudadano, una organización que, con ideología, análisis crítico de la realidad y proyectos responsables, sea una alternativa frente a la que planteará el MAS de aquí a dos años.

Una organización que sea votada no porque sea la menos mala o la que le dé la contra al MAS, sino porque proponga un camino constructivo de país. Ahora bien, en caso de que exista, se espera que la masa electoral haga su parte: que elija bien. En otras palabras, que no vote al que mejor viste, es más guapo o hace los mejores chistes o juegos de palabras.

IGNACIO VERA DE RADA 

Politólogo y docente universitario

*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21