Hablemos de sexo, bebé

SAYURI LOZA

Debido a las declaraciones del vicepresidente sobre la abstención del consumo de carne, alcohol y sexo por cuarenta días, mis buenos y curiosos amigos periodistas, me han preguntado si es verdad que los andinos sufrían de las mismas prohibiciones que los católicos antes de la llegada de los españoles, si éstas eran costumbres originarias y más específicamente se interesaron por el asunto del sexo. ¿Se condenaba el sexo entre los aymaras y quechuas?

Antes de responder a esa pregunta, aclaro que defiendo que Choquehuanca establezca su relación con su espiritualidad como él quiera, y si consigue seguidores, ¡Bárbaro! Está en su derecho. El vicepresidente parece practicar un culto similar al paganismo moderno, donde se juntan prácticas de todas partes, por eso menciona mantras, que pertenecen al budismo y los 40 días que para las culturas semíticas son símbolo de mucho tiempo (los 40 años en el desierto, los 40 días de ayuno de Jesús y hasta los 40 ladrones de Alí Babá).

Dicho esto, hay que dejar en claro que estas prácticas poco tienen que ver con la cultura andina, en la cual la abstinencia de comida, alcohol y sexo no tiene relación con la purificación tal como lo interpreta el dogma cristiano. Por ejemplo, la abstinencia del consumo de chicha únicamente se prescribía a enfermos y parturientas por una cuestión de salud y cuidado en la convalecencia, no como una manera de limpieza espiritual.

Lo que sí está registrado como parte de los rituales religiosos, es la privación, en base al calendario lunar, del consumo de sal y ají para todos aquellos que estuvieran a punto de practicar un rito de paso: la rutucha, el cese del uso de la wak’a de los niños para llevar el traje de adulto y la consagración de los gemelos y mellizos, los famosos ispallas, considerados especiales por las comunidades. Así que tanto los padres como los niños, días antes de la ceremonia, dejaban de consumir alimentos con sal y ají, ya que las ceremonias se llevaban a cabo en las montañas, los achachilas y las apachetas de la región y para ello, había que emprender un camino largo empinado, que requería fortaleza y agudeza de los sentidos.

Ahora al punto, ¿los andinos consideraban el sexo como una práctica impura? La respuesta, basada en la arqueología que nos muestra numerosas alegorías -desde los moche y sus vasijas pornográficas hasta la vulva femenina que se encuentra en Chucuito- es que de hecho, el sexo formaba parte del culto a la fertilidad y no tenía nada de impuro. Hago un paréntesis para referirme a la monogamia, sobre la cual existe mucha controversia que no se ha zanjado del todo. Al parecer, las parejas convivían en monogamia, y aunque estaba mal visto que alguien anduviera de poliamoroso, sí había un alto índice de adúlteros (igual que hoy).

Volviendo a las prácticas sexuales, no hay registro de que se las prohibiera ni para las grandes fiestas como el Inti Raymi, ni para ritos de paso como la rutucha y ya que tener muchos hijos estaba asociado a la riqueza pues eran más manos para trabajar la tierra, mientras más sexo se practicara, más niños había y más fuerte se volvía la comunidad.

¿Cuánto nos hemos alejado de las viejas prácticas prehispánicas? Es difícil decirlo, lo que sí puedo decir es que el Gran Poder está más cerca de las viejas religiones andinas, que el prohibirse de comer carne, beber o tener sexo antes del año nuevo aymara, que también tiene un montón de contradicciones pero de eso, podemos hablar en otra oportunidad.

Por ahora, y a pesar de que soy una persona q’ayma que no gusta del alcohol ni las fiestas, he decidido que prefiero escuchar las peleas entre Paceña y Burguesa, que los consejos de abstinencia del vicepresidente, tal vez porque como todo buen decadente, siento que la felicidad está en el placer, más en estos tiempos. ¡Salud!

SAYURI LOZA

Historiadora, Diseñadora de modas, políglota, artesana. 

*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21