Fomentamos una cultura de la mentira

El político se enojó cuando fue puesto en evidencia, insultó al que se animó a dar detalles y cerró el tema para no entrar en detalles, porque no tenía ningún descargo. Si la mentira tiene patas cortas, en una sociedad tecnológica estas patas se acortan más.

Cuentan los mayores las andanzas del famoso profesor Jaime Escalante, para quien solo había dos notas: el siete y el uno. Aquel que resolvía el ejercicio se merecía la nota máxima y quien no daba con el resultado se hacía acreedor al uno. En cierta ocasión escribió un problema matemático en la pizarra y dio el tiempo prudencial para resolverlo. Luego preguntó ¿Quién logró este resultado? Levantó la mano tímidamente uno de los alumnos. Inmediatamente dijo al alumno apuntador: colóquele siete. ¿Alguien más? Preguntó; al momento, casi toda el aula levantó la mano para recibir la calificación máxima. Entonces Escalante apunto a dos alumnos: Juan y Pedro, ustedes que levantaron la mano pasen adelante y resuelvan el ejercicio. Los aludidos quedaron aturdidos frente al pizarrón. Entonces don Jaime dijo: apuntador, colóqueles a ambos siete veces uno. ¿Alguien más hizo el ejercicio? Nadie levantó la mano.

“No mentirás ni darás falso testimonio”, dice el octavo mandamiento del catolicismo. Lo cierto es que mentir es una característica muy habitual de todos nosotros y el que diga que no, que lance la primera piedra.

Existe una cultura de mentira, que en su lado favorable facilita las relaciones interpersonales. Quien afirme que es honesto a cabalidad, estaría mintiendo, porque en su mayoría todas personas mentimos; los entendidos afirman como mínimo una vez al día. Lo perjudicial no está en la mentira sino en las consecuencias. Pierde el hijo cuando es descubierto por sus progenitores, pierde el esposo, cuando la cónyuge descubre una de sus falacias, pierde el vendedor cuando el comprador descubre que le vendieron gato por liebre.

Encuentro en Internet este relato: El Mentiroso Más Grande del Mundo es una competencia anual de mentir, celebrada en Cumbria, Inglaterra. Competidores de todo el mundo tienen cinco minutos para decir la mentira más grande y convincente posible. Las reglas del concurso prohíben el uso de accesorios o guiones. Políticos y abogados no pueden participar, ya que se les considera demasiado hábiles para decir mentiras.

No se trata de ver el tema de la mentira desde la perspectiva psicológica. Invito a ver el tema desde el gran portal político, desde aquel ventanal donde los candidatos prometen cielo y tierra (bien saben que no van a cumplir, porque no tienen la musculatura para hacerlo), pero siguen mintiendo. Al final disfrazarán el fracaso con cualquier discurso, echando la culpa a quien los puso en evidencia.

En este plano, el periodismo cumple su función si denuncia y comunica con elementos de valor contundentes y veraces los problemas sociales urgentes y las promesas incumplidas. Ello significa un ejercicio incómodo para algunos actores y grupos de poder, que ven sus intereses en juego. La web se constituye en la actualidad en un terreno de excelencia para la formación de opinión pública, que multiplica y difunde a toda velocidad los mensajes emitidos.

En contrarruta, se mueven los Troll, término usado para tildar a los usuarios que se dedican a publicar comentarios negativos, ataques personales, mentiras y todo tipo de críticas en un sitio web y que en el país han recibido el nombre de guerreros digitales.

Hay mentiras y mentiras. Por ejemplo, cuando un familiar se prueba una ropa o estrena un nuevo peinado, te pregunta si le queda bien. La respuesta hará la diferencia en la interacción con esa persona. Entonces, se suele optar por las llamadas mentiras piadosas, aquellas que el impacto no es gigantesco, ni la intención es perjudicar. Diremos: te queda de maravilla.

La otra visión de las mentiras, es cuando estas perjudican a más de una persona, a millones inclusive, sin importar si se pone en riesgo la vida de otros. Acá se impone el tan utilizado “el fin justifica los medios”. Algunos llegan más lejos con el recordado “Miente, miente que algo queda”, una frase popularizada por el jefe de propaganda del régimen nazi Joseph Goebbels, durante la Segunda Guerra Mundial, con el fin de prolongar el triunfalismo alemán, cuando la derrota era irreversible. A ese grado de cinismo están llegando algunos de nuestros políticos criollos.

  • ERNESTO MURILLO ESTRADA
  • COMUNICADOR, FILÓSOFO, ACADÉMICO Y DOCENTE UNIVERSITARIO
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