El genocidio olvidado: el holocausto camboyano

CARLOS LEDEZMA

Cuentan las crónicas del año 1970, que el general  en Lon Nol, tenía todo listo para perpetrar un golpe de Estado en Camboya y hacerse con el poder que por aquel entonces se encontraba en manos del príncipe Sihanouk. Los “Jemeres Rojos”, creados originalmente como una guerrilla subversiva el año de 1968, protagonizarían una prolongada lucha que culminaría con su ascenso al poder en abril de 1975, además de la huida del general Lon Nol con un millón de dólares bajo el brazo.

Saloth Sar mejor conocido como Pol Pot, otro fanático comunista que se creía el sucesor de Mao, encabezó finalmente la lucha, adueñándose de Camboya y dando inicio a lo que la historia recordará como uno de los genocidios más crueles que jamás haya conocido la humanidad. Pol Pot junto a los “Jemeres Rojos”, acabaría con la vida de un tercio del total de la población camboyana, provocando una regresión de siglos. Entre los rasgos más llamativos están la quema de bibliotecas, cierre de universidades, asesinato de profesionales, maestros, abogados, matando incluso a todos los que usaban gafas, debido a que para el nuevo orden político, las gafas elevaban a las personas al rango de intelectual, por lo que debían ser eliminadas.

Cómo fue que aquella sociedad agraria, invisible ante los ojos del mundo, terminó viviendo aquel episodio de terror que se tradujo en la pérdida de alrededor de tres millones de vidas. El año 1949, Pol Pot que no se había destacado por ser un buen estudiante, obtuvo la oportunidad de estudiar radioelectricidad en Francia. Su falta de interés por los estudios y el desprecio por el conocimiento, derivó en que le retirasen el apoyo para proseguir estudiando, aunque para él, ese era sólo un detalle menor. Durante los tres años de estadía en Europa, Pol Pot descubrió a Stalin y comenzó a interesarse por el Partido Comunista, aspecto que sería crucial para explicar el holocausto que ocurriría años más tarde en Camboya.

Tras el ascenso al poder, se encargó de hacer desparecer todo rastro de los estudios profesionales y de los oficios existentes, obligando a todos los camboyanos –sin excepción– a trabajar en las plantaciones de arroz, conculcando la libertad del pueblo y prohibiendo cualquier religión, música, opinión, incluso deportes. Tras el ingreso de los “Jemeres Rojos” a la capital, con su vestimenta negra y el pañuelo con cuadros rojos cruzado en el cuello, al ver que los habitantes habían ganado las calles para celebrar su “liberación”, ordenaron que todos debían regresar a sus casas para ser trasladados al campo, sin poder percatarse de que la historia de su país había comenzado a reescribirse.

Aquel éxodo forzado comenzaba con la orden expresa de no desplazarse en vehículos motorizados, debían hacerlo en bueyes o carros tirados por animales de carga, quiénes no pudieran hacerlo así, tendrían que recorrer los largos y sinuosos caminos a pie, sean enfermos, niños o ancianos. En pocas horas, Phnom Penh, una de las capitales más grandes de Asia se había convertido en una ciudad fantasma. Los caminos comenzaron a regarse de cadáveres de quienes no podían proseguir la marcha y de aquellos que eran demasiado inteligentes para facilitar su camino. El horror no había hecho más que comenzar, desde la sombra, Pol Pot y sus milicias, tenían en mente un plan completamente demencial.

Cambiaron el nombre del país por el de Kampuchea Democrática; el nuevo régimen tenía previsto eliminar cualquier vestigio del pasado. Ordenaron la destrucción de los vehículos a motor, quemaron fábricas, escuelas, bibliotecas, universidades; prohibieron la compra de medicamentos bajo el argumento de que Kampuchea estaba en condiciones de fabricar los suyos propios en base a la sabiduría popular. En esta nueva fantasía comunista, sólo los campesinos permanecían a salvo de la contaminación capitalista, eran tenidos como ciudadanos ejemplares, el resto eran considerados peligrosos despojos del pasado que debían ser reeducados o eliminados.

Rápidamente comenzó la cacería de brujas, asesinaron a altos dirigentes políticos, militares, funcionarios de las dependencias gubernamentales, profesores, profesionales, médicos; cualquier persona que supiese dos idiomas también era ejecutada. Se abolieron los mercados y la moneda nacional, ejecutaron a los líderes de Lol Nol que formaban parte de su estructura, expulsaron a los extranjeros y se cortó todo vínculo con la comunidad internacional. Dieron comienzo al programa de reeducación, en el que toda la población del país era recluida en comunas agrarias, con la única finalidad de multiplicar la producción de arroz.

Las torturas que se practicaban en “Toul Sleng” (campo de concentración cerca de la capital) eran brutales, haciendo parecer la crueldad nazi como cosa de aficionados. Nada más entrar en los campos de concentración, hacían alarde de sadismo y desprecio por el dolor, arrancando las uñas de los sospechosos, para posteriormente someterlos a duros interrogatorios en los que utilizaban garrotes, corriente eléctrica, punzones, agua, cuchillos y cuanta herramienta pudiera ser empleada para infligir dolor. El propósito de estas torturas era la confesión de cualquier relación con la KGB, la CIA o con los colaboradores del general Nol, las personas con tal de liberarse del suplicio al que se las sometía, terminaban confesando lo que sea para recibir un disparo en la nuca, una muestra de la misericordia del régimen.

La vida que habían conocido los camboyanos pasó rápidamente a convertirse en un verdadero infierno. Se suprimió la propiedad privada, nadie era dueño siquiera de la ropa que llevaba puesto, todo le pertenecía al “Angkar”, que era el término abstracto con el que se definían así mismo los miembros comunistas del partido que llevaba adelante el proceso de control de la sociedad. La comida se suministraba racionadamente en refectorios, poseer una olla o robar alimento era considerado un delito que se castigaba con la muerte. Los trabajadores morían por agotamiento y hambre, así como por cualquier infracción que pudieran detectar los “Jemeres Rojos”.

Crearon una raza de niños soldado, criaturas duras y violentas que tras ser sometidos a torturas y lavados cerebrales, eran capaces de cortarle el cuello a todo aquel que creyesen capaz de traicionar a su líder, atacaban inmisericordemente a los que hurtaban una fruta, un puñado de arroz crudo, llegando al punto de denunciar a sus propios padres si los descubrían robando algo de alimento.

Se regularon las relaciones sexuales, obligando a la gente a mantener relaciones sexuales sólo para procrear nuevos ciudadanos en Kampuchea. Se estableció que cada ciudadano debía producir obligatoriamente dos litros de orina diarios, mismos que debían entregarse cada mañana al jefe de la aldea para la fabricación de abono.

Aquel régimen demencial duró cerca a los cuatro años. El 7 de enero de 1979 una intervención militar vietnamita obligó al genocida Pol Pot a salir del país y esconderse en la selva, donde moriría muchos años más tarde en manos del grupo que había creado cuarenta años atrás. Para evitar la autopsia y las investigaciones, el cuerpo del principal ideólogo y ejecutor del holocausto camboyano, fue incinerado en una hoguera improvisada con maderas, cartones y neumáticos viejos, dejando impune uno de los crímenes más horrendos de la historia de la  humanidad.

Es preciso recordar y reflexionar acerca de los acontecimientos que poco a poco se cubren bajo el manto del olvido, una advertencia, un llamado de atención acerca de las terribles consecuencias que derivan de la aplicación extrema de ideologías, dogmas o doctrinas políticas, que no deben de bajo ningún concepto pasarse por alto. Hoy más que nunca es imperativo trabajar para evitar los abusos y atropellos de los “líderes políticos”, coadyuvando a la construcción de sociedades donde prevalezcan la justicia, la tolerancia y la libertad.

CARLOS MANUEL LEDEZMA VALDEZ
Escritor, Guionista y Divulgador Histórico. Director General del Proyecto Educativo Viajeros del Tiempo. Colaborador del CEL del Perú
*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21