Cómo Bolivia debe abrir los ojos a una estrategia comercial regional efectiva

CAROL CANALES

Alguna vez se han preguntado ¿de dónde provienen los productos que tenemos a nuestro alrededor o consumimos habitualmente? Si bien me gusta promover la industria y el consumo nacional, tenemos que ser realistas. No podemos producir todo lo que consumimos y muchas veces es necesaria la importación. Es en ese sentido que me gustaría plasmar la realidad comercial exterior de nuestro país, desde mi ojo crítico y, espero, constructivo.

En un imaginario, muy positivo, podríamos creer que la mayoría de los productos que consumimos son de origen nacional y aunque se consideren industria nacional, las empresas que producen estos bienes, requieren para su producción: maquinaria, insumos, envases, embalajes, con los que el país muchas veces no cuenta y, por consiguiente, se importan.

En el caso de los productos finales que se consumen en el país, si provienen de China, USA o Europa, llegan al continente por vía marítima y luego realizan su ingreso al país por puertos chilenos. Según datos de la administración portuaria del puerto de Arica (EPA), de los productos que llegan a esa terminal portuaria, el 80% tienen como destino final nuestro país.

En el caso de productos provenientes de la región, nuestro principal proveedor es Brasil y luego viene Chile, incluso le compramos más a este país que a Estados Unidos. Es evidente que nuestro consumo como país está íntegramente ligado a nuestro vecino más “apreciado”. Cerca de 1,160 millones de dólares ingresan en productos desde Chile a Bolivia, donde la mayoría son originarios de la Zona Franca de Iquique. Este es el lugar donde empresas chilenas terminan de manufacturar muchos bienes intermedios, provenientes de terceros países para que ingresen a territorio boliviano como producto chileno.

Según los datos del Observatorio de Complejidad Económica, para el 2019 Bolivia tenía cómo segundo proveedor de importaciones a Chile, incluso por delante del gigante asiático, sólo superado por Brasil, de donde provienen el 21,5% de nuestras importaciones. Obviamente, el contrabando no se ve reflejado en estas cifras, pero me atrevería a decir que los ingresos de mercadería ilegal por la frontera chilena son una de las más desarrolladas por las redes de comerciantes ilegales.

A partir de la pandemia por el Covid-19 se han importado insumos médicos e insumos para la producción de material de limpieza que tienen proveniencia principalmente de USA y Europa, pero nuevamente se observa el mismo comportamiento, productos de necesidad nacional ingresando por puertos chilenos.

Viendo el otro lado de la Balanza Comercial, la oferta exportadora no tradicional boliviana, es decir, sin hidrocarburos, tiende a seguir la ruta del Pacífico o termina en territorio chileno. Si bien, como vía marítima se cuenta con la opción de hacerlo por el puerto peruano de Ilo, la logística, distancia y no tener autoridades portuarias en esa terminal, hacen que sea una opción muy poco utilizada. En cambio, los puertos de Arica, Iquique y Antofagasta resultan siendo la mejor alternativa.

Es evidente la conexión que tenemos con Chile, que se ve reflejada en cifras comerciales, pero no en la realidad de las relaciones políticas y diplomáticas, las cuales están marcadas por situaciones muy antagónicas. En ese sentido me atrevo a lanzar otra pregunta: ¿Consideramos importante la relación comercial con Chile? Ya lo dije, es evidente que en la práctica estamos altamente relacionados, incluso más de lo que nuestros apegos nacionalistas quisieran. Y es que los números son claros, nuestra economía, y la recuperación postpandemia, tendrían que tener una estrategia de apego más que odio a nuestro histórico “archienemigo”.

Resulta complicado cambiar esta visión, dentro de nuestra sociedad, cuando son los propios gobernantes que no hacen más que ensimismarse en una estrategia de victimización: “Nosotros los pobrecitos, ellos los malotes abusivos”. Y pretender que están ayudando al comercio del país, recurriendo primero a demandas internacionales donde prima lo político, con juicios largos, caros y absurdamente burocráticos. ¿No aprendimos ya la lección, con la demanda marítima?

Lo triste es que esta miopía país, afecta a las esferas comerciales, principalmente de quienes hacen negocios y son encargados de la operativa logística; es decir, los que están en el campo de batalla. La problemática de las deficiencias en la atención de los puertos chilenos a la carga boliviana, los requisitos engorrosos que desde la pandemia se han endurecido aún más y los trámites de ingreso terminan siendo una peregrinación.

Es como si realizar comercio exterior y traer beneficios al país, fuera un castigo; sin embargo, los agentes operativos y de transporte, esperan la benevolencia de aquellos que sólo piensan en las demandas, sentados en un despacho en la Sede de Gobierno, mientras los verdaderos actores están bregando con créditos, inversiones y sus ilusiones se congelan en una fila interminable de camiones varados en las fronteras de Tambo Quemado, Pisiga y Avaroa.

No quiero redimir a Chile, sin embargo, considero que la actitud que tienen no va a cambiar y las reglas que tienen SÍ SE CUMPLEN. De este lado de la cordillera hay muchos que son los expertos en evadir normas, informalidad, falsificando documentación, generando desorden, división y con un afán imperioso de transportar droga, cómo sea y donde sea. Con esos antecedentes, de algunos, es difícil pedir respeto y ayuda para todos.

Un claro ejemplo de nuestra ceguera país, he podido verla en el rubro del palmito. El mercado chileno es uno de los mercados con mayor consumo per cápita de este producto tropical. Casi el 80% de la producción de Bolivia se destina a Chile, el restante se divide entre Argentina, USA, Paraguay y Uruguay, principalmente. La demanda mundial es creciente y Chile es el mercado más cercano, que paga mejor y ofrece mayores garantías, uno podría pensar que es negocio redondo para Bolivia. Sin embargo, las cinco empresas productoras y exportadoras en Bolivia viven en constante competencia desleal por equiparar la cada vez más la mermada materia prima, los productores no tienen una visión a largo plazo y saltan en el cultivo de frutas, palmito y obviamente coca, sin nunca lograr una productividad decente, que permita cubrir la demanda. La competitividad del sector y del país, quedan en una ilusión que alguna vez surgió allá por los inicios de los 90’s con los planes de Desarrollo Alternativo.

¿Qué nos queda por hacer?

Es difícil encontrar una solución en este ambiente tan gris y hostil, y parecería que tantos años expuestos a esta miopía nos lleva al desastre. Sin embargo, en esta nube gris, encontramos en el emprendimiento, pymes y cooperación, algunos focos de esperanza. ¡Sí!, es en las iniciativas privadas donde se encuentran negocios nuevos que han empezado a brillar por luz propia. Estos nuevos emprendimientos de empresas dedicadas o relacionadas a rubros de economía naranja, economías verdes, economías sociales, inversiones en tecnología, agrupaciones de apoyo entre jóvenes, mujeres y profesionales, la academia que promueve la investigación, es donde encontramos alguna esperanza.

Son estos espacios y en las uniones de estos sectores, que se puede encontrar alternativas de solución y potenciar a los demás sectores productivos nacionales. Definitivamente no es una tarea sencilla y se requiere generar presión sobre los entes gubernamentales, que deben reaccionar de una vez a los nuevos requerimientos comerciales del país, pero primero está el crecimiento privado que debe empoderarse y exigir, y no en sentido contrario. Quedarnos de brazos cruzados y no intentar nos hará vivir más años en las tinieblas.

CAROL CANALES VILLARROEL

Licenciada en Comercio Internacional, Mgr. en Dirección en Comercio Internacional, Consultora en Comercio Internacional y Estrategias Comerciales, Docente Universitaria.

*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de Visor21