América Latina, donde las distopías se hacen realidad

Cuando hablamos de distopía, o también de antiutopías o cacotopías, nos referimos a una visión ficticia de la sociedad humana en la que, dicho de un modo simple, las cosas salen muy mal para los hombres comunes, pero muy bien para los poderosos. El género se ha desarrollado, aunque no de manera exclusiva, en la literatura, la filosofía y el cine. Veamos algunos ejemplos:

En 1984, George Orwell, escritor británico, describe una Inglaterra futurista, llamada Engsoc, gobernada por un régimen de vigilancia permanente bajo la autoritaria mirada del Gran Hermano. La tecnología de comunicaciones cumple, al mismo tiempo, dos funciones, vigilancia y adoctrinamiento, y los procesos de ingeniería social tienen un único fin: lograr que los hombres amen a sus verdugos.

En, Un mundo feliz, Aldous Huxley describe un futuro en el que la tecnología ha acabado controlando cada aspecto de la vida humana. En esta sociedad, la reproducción se hace en vientres sintéticos, y la humanidad está fuertemente estratificada en grupos inamovibles (alfas, betas, gammas), que se mantienen en control con el efecto de la hipnopedia y de una droga llamada soma, que induce a un estado de felicidad y tranquilidad. A esta sociedad llegará el protagonista, un «salvaje» nacido en el mundo exterior, uno que tiene el deseo más grande de la humanidad: libertad.

Fahrenheit 451 es una novela distópica del escritor estadounidense Ray Bradbury. La novela presenta una sociedad norteamericana futurista donde los bomberos queman los libros. Todo aquel que lea es un peligro, pues el conocimiento genera preguntas; las preguntas derivan en rebeldía, y la rebeldía es algo que los totalitarismos no permiten.

Con mis estudiantes suelo hablar de las novelas arriba citadas. El resultado es siempre el mismo: perciben los relatos no como ciencia ficción o fantasía, sino como algo perfectamente palpable en el diario vivir.

La razón es muy simple: el Siglo XXI nos tocó vivirlo en medio de crueles intentos de poner en prácticas las distopías, veamos:

La censura de libros se instauró como política de Estado en Cuba luego del triunfo de Fidel Castro. Criticar al socialismo; satirizar a alguno de sus miembros, y cuestionar las políticas del castrismo eran motivos suficientes para que la dictadura ponga a las obras en la lista de amenazas y a sus autores como gusanos pro yankis. Así, una enorme cantidad de libros y autores, tanto nacionales como foráneos, han sido vetados por distintas causas de las editoriales cubanas. Muchos de estos episodios tuvieron lugar únicamente como una réplica de la censura en la Unión Soviética, puesto que se trataba de títulos que poco o nada tenían que ver con la realidad cubana o latinoamericana, por ejemplo, El doctor Zhivago, de Borís Pasternak.

En Bolivia, Evo Morales y sus secuaces intentaron replicar el modelo cubano, puesto que la ley Avelino Siñani, a título de descolonización, pretendió imponer en los niños una visión sesgada de la historia. Una, donde Morales no es un bandolero de la cocaína, sino un luchador social que pelea por los indígenas bolivianos, incluso mundiales.

En tiempos del cocalero, en Bolivia existió la propia versión del Soma de Huxley, fue el gasto público que compró conciencias, acalló voces e hizo «feliz» a muchos. Los «salvajes» e «infieles» fuimos todos aquellos que nos atrevimos a cuestionar las narrativas oficiales sobre el «milagro» económico boliviano.

Asimismo, al estilo orwelliano, el cocalero utilizó el terrorismo de Estado para silenciar las voces disidentes, como en el caso del Hotel Las Américas el 2009.

Ni hablar de Venezuela y Nicaragua, donde las dictaduras han fusionado la brujería con ideología para convertir a sus tiranos en seres omniscientes y omnipotentes. Una especie de religiones dictatoriales que buscan absorber todos los aspectos de la vida de los súbditos.

Pero mientras los dictadores viven en sus torres de marfil, los hombres comunes tenemos que enfrentar las consecuencias del desborde del narcotráfico, el crecimiento de la inflación, el incremento de la pobreza y la brutalidad de las dictaduras. En conclusión, América Latina es donde las distopías se hacen realidad.

  • HUGO BALDERRAMA FERRUFINO
  • ECONOMISTA, MASTER EN ADMINISTRACIÓN DE EMPRESAS Y PHD. EN ECONOMÍA
  • *NDE: LOS TEXTOS REPRODUCIDOS EN ESTE ESPACIO DE OPINIÓN SON DE ABSOLUTA RESPONSABILIDAD DE SUS AUTORES Y NO COMPROMETEN LA LÍNEA EDITORIAL LIBERAL Y CONSERVADORA DE VISOR21