A los justificadores del racismo

Cada vez que opino o informo me llueven comentarios: aplausos y también insultos. ¿La razón? Hago TikToks sobre política y otros temas. El último, sobre los mensajes racistas del candidato a la Vicepresidencia Juan Pablo Velasco, desató la furia de los haters. No me preocupa su odio; me preocupa su justificación. Con falacias y sesgos defienden a su candidato favorito. Me recuerdan a los “llunkus” del líder masista, que después no sabían cómo librarse del monstruo que habían alimentado.

¿Son distintos de los populistas de izquierda? Demuéstrenlo. Interpelen a los suyos. Ejerzan la parresía, ese concepto griego que significa hablar con franqueza y valentía, incluso cuando decir la verdad implica riesgos. La democracia se fortalece cuando cuestionamos a quienes pretenden administrar los recursos del país.

Michel Foucault, en sus cursos del Collège de France (década de 1980), recordó que la parresía exige coherencia entre discurso y vida. El parresiasta no sólo habla, vive de acuerdo con las verdades que proclama.

En lugar de atacar a inocentes, informen a su candidato: en 1950, la Unesco declaró que las diferencias visibles –piel, cabello, estatura– no definen razas biológicas. La especie humana es una sola.

El Proyecto Genoma Humano (1990–2003) lo confirmó: compartimos el 99,9% de nuestro ADN. Las diferencias mínimas no se agrupan en razas, sino en variaciones individuales. En suma: biológicamente sólo existe Homo sapiens.

El arqueólogo español Jordi Serrallonga lo resume con ironía: somos “primates domesticados por la cultura”. La ciencia coincide: la “raza” es una construcción social y política, no biológica. ¿Ignoraba aquella vez Velasco? Estas lecciones se aprenden en colegio. Uno es el resultado de la educación que recibe, de las historias que le cuentan.

En colegio también se enseña que el antropocentrismo, el egocentrismo y el etnocentrismo no edifican el alma, la perturban. Perturban porque convierten las diferencias culturales o geográficas en jerarquías raciales. Así se usó la palabra “collas”: una etiqueta para vejar, incluso para instigar a matarlos, como lo hizo Velasco a sus 23 años.

Con esa expresión, el candidato a vicepresidente de Libre se sintió superior y dijo que los collas eran “mierda”. ¿Qué quiso decir? Que no valen nada. Y si no valen nada, se pueden eliminar. En Ruanda, 1994, los extremistas hutus llamaron “cucarachas” a los tutsis. A las cucarachas se las pisa. Después vino el genocidio. Siempre lo mismo: primero son las palabras, después las balas.

Las palabras transmiten paz y amor, pero también odio y violencia. Velasco escribió que se puede vejar a los collas por lo que parecen ser. ¿Pensará igual ahora, cuando busca ser Vicepresidente de Bolivia?

No basta con no ser racista, hay que ser antirracista. No basta con criticar al adversario, hay que criticar también al aliado. La coherencia exige pensar, decir y hacer lo mismo. ¿Quieren diferenciarse de los masistas? Demuéstrenlo en todo momento.

Ya tuvimos un Vicepresidente racista, David Choquehuanca. Sus ataques a los diferentes dejaron una sociedad fracturada. ¿Quieren repetir esa historia? El etnocentrismo y el egocentrismo abren la puerta al fascismo.

Quien insulta justifica el racismo. Quien lo justifica se cree infalible. Pero sólo crecen los que reconocen sus errores porque al ser conscientes activan sus propios mecanismos de corrección.

Tengan la valentía de la que hablaba Foucault: díganle la verdad incómoda a su candidato. Yo ya lo hice con un racista del “proceso de cambio”, el 30 de junio de 2019, en mi “Carta de la abuela a un masista racista”.

  • ANDRÉS GÓMEZ VELA
  • PERIODISTA. ABOGADO
  • *NDE: LOS TEXTOS REPRODUCIDOS EN ESTE ESPACIO DE OPINIÓN SON DE ABSOLUTA RESPONSABILIDAD DE SUS AUTORES Y NO COMPROMETEN LA LÍNEA EDITORIAL LIBERAL Y CONSERVADORA DE VISOR21