En los últimos dos meses, los bolivianos hemos vuelto a prender los televisores y nos hemos dedicado a ver debates, entrevistas y encuestas, mientras algunos de nosotros apostábamos por quién sería el ganador de esta competencia electoral. No es poca cosa, por primera vez el voto está tan fragmentado que no sabemos a ciencia cierta quién obtendrá el primer lugar, y, desde ya, muchos apuestan por una segunda vuelta para zanjar el posible empate técnico que se ve en las encuestas.
Sin embargo, por el alto índice de indecisos, todavía no se puede reconocer una tendencia. Es falso que, en el momento final, todos los nulos, los blancos y los indecisos se decantarán por el partido más fuerte de entre las facciones del MAS: el de Andrónico. No es irreal que varios de esos votos terminen en su casilla y le hagan parte del empate técnico o, incluso, le den la victoria. La pregunta aquí no debería ser si ganará o no, si no si le alcanzará para vencer en primera vuelta. Pienso que la respuesta es no.
Pero ojo, se está subestimando la capacidad de acumular votos de Andrónico. El voto identitario es muy fuerte y no es fácil que se desvíe hacia Samuel, Tuto, Manfred o Rodrigo, básicamente porque los cuatro forman parte de la vieja política que fue derrotada por el MAS de Morales. Los tres primeros representan a la vieja política que se identifica con la negación de lo indígena y, aunque hay más narrativa que verdad en todo esto, el adoctrinamiento de tantos años no dejará que la gente elija bajo razonamiento lógico, por cuestiones pragmáticas o debido a la crisis. Como bien dice el autor Rafael Loayza: cuando la identidad se politiza, las reacciones pueden llegar a tornarse irracionales.
Y no hay que olvidar que el poder reinante en todo el mundo todavía es el progresismo woke, que se ha apropiado de lo indígena y lo ha convertido en un asunto de malos contra buenos; de oprimidos contra opresores; en blancos y negros, sin matiz ni reconciliación alguna.
Con eso, la burguesía zurda boliviana ha tomado partido y sus intelectuales escriben, acusan y posan para mostrar su sentimiento de culpa y evitar ser juzgados por su condición de clase, aunque tampoco están dispuestos a perder sus privilegios y comodidades, por eso hablan desde sus redes o textos. Por eso tienes una Susana Bejarano con sus hijos en el Franco y a una Mariana Prado que se incomoda al comer en un mercado. De ahí que, para tapar esas contradicciones, se aprenden bien los discursos políticamente correctos, como las beatas del siglo XIX aprendían los rezos.
Pero hay más. El historiador Jaime Ortiz hace notar que estos burgueses zurdos con complejo de culpa contagian a quienes dicen defender haciendo una especie de neocolonialismo, “pues los que les siguen, renunciando a ellos mismos, aspiran a lo mismo: ser ‘luchadores sociales’ validados por las omnipresentes, globalistas y financieras ONG”.
Esos son los saberes y los poderes que todavía sustentan, y con mucha fuerza, nuestro entramado social. Para que eso cambie, para que se afloje, y de paso a nuevas miradas, todavía falta mucho.
Como bien supo ver Foucault, estos saberes y poderes permean en la sociedad. Si aterrizamos veremos que esto se traduce en la presión a quienes siendo aymaras o quechuas no eligen ser de izquierda o apoyar a la “izquierda”. Entre voces que gritan “desclasado”, “se avergüenza de sus raíces”, “mirate tu cara, ¿y vas a apoyar a un q’ara?”, la capacidad de disidencia se ve desalentada, más todavía cuando los partidos de “derecha” no son capaces de conectar con esa disidencia y reducen todo a un problema económico. ¿Por qué yo tendría que ir en contra de la narrativa si no hay algo más allá?
Entre la presión social y la convicción, el voto identitario puede dar una sorpresa, así que tonto aquel que cree que la segunda vuelta será entre Tuto y Samuel. Se recibe apuestas.
- SAYURI LOZA
- HISTORIADORA, DISEÑADORA DE MODAS, POLÍGLOTA, ARTESANA.
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