Pronto, Arturo Murillo, ex ministro de gobierno, recuperará su libertad tras cumplir su condena en Estados Unidos. Es previsible que, tras su liberación, las autoridades del país en que se encuentra opten por agilizar su salida mediante trámites migratorios, evitando así el complejo y prolongado proceso de extradición hacia Bolivia. Se espera por tanto que su retorno al país sea inminente. Sobre Murillo, ya expresé mi postura al salir de mi confinamiento político, y mis palabras quedaron registradas en la prensa nacional. No volveré sobre ello, porque en la vida – y más aún en la política – hay códigos, y no seré yo quien haga leña de un árbol caído que alguna vez me brindó sombra. Sin embargo, hay verdades que no pueden callarse.
Cuando asumimos el gobierno constitucional junto a Jeanine Añez en 2019, no llegamos al poder por un triunfo electoral, ni porque nuestro proyecto político hubiese recibido el respaldo de las mayorías nacionales, ni por astutos pactos políticos. El poder nos cayó del cielo, de manera repentina, fruto de la insurgencia popular de los 21 días de octubre y noviembre de ese año, una gesta que desnudó la cobardía de algunos, los cálculos interesados de otros, la mezquindad de unos pocos y el profundo desprecio hacia el pueblo boliviano de ciertos actores. En medio de ese caos, Jeanine, con valentía, dio un paso al frente, activando la sucesión constitucional. Por eso nuestra responsabilidad era inmensa: debíamos ser ejemplares. Nadie nos debía nada; al contrario, estábamos obligados a honrar la agenda ciudadana que emergió de las calles, de ese clamor colectivo que exigía un cambio profundo.
Todos lo sabíamos: nuestro tiempo en el poder sería breve, pero nuestras acciones podían marcar un giro histórico. La sociedad nos reclamaba un rearme moral urgente, un compromiso con la decencia y justicia que los bolivianos habían defendido con convicción y sacrificio durante esos 21 días. Como me dijo Murillo, tras la pacificación del país: “Hermano, no hay tiempo ni para ser corruptos. Saldremos del gobierno con la frente en alto y tranquilos por haber hecho lo correcto”. Qué difícil es entender dónde se perdió ese propósito en él, qué lo llevó a desviarse. Lo cierto es que, durante su gestión, pocos intereses criminales o del narcotráfico ligados al masismo se vieron realmente afectados.
Cuando, Murillo regrese, tendrá la oportunidad, si aún le interesa, de responder preguntas cruciales. Una de ellas es por qué, el 9 de abril de 2020, la fiscal departamental de Santa Cruz, Mirna Arancibia, solo imputó al chofer de un camión que transportaba al menos 173.6 kilogramos de cocaína camuflada en frutas y verduras, interceptado por efectivos de la Fuerza Especial de Lucha Contra el Narcotráfico (Felcn) luego de evadir varios controles en su trayecto. Ese camión era parte de la campaña #TrópicoSolidario, promovida por Andrónico Rodriguez, candidato a senador y líder cocalero. Junto a las seis federaciones del trópico de Cochabamba presentaron públicamente como parte de esa campaña solidaria varios camiones cargados con más de 100 toneladas de fruta y verduras que salieron del Chapare para entrega gratuita a las personas de escasos recursos en medio de la emergencia sanitaria por la que atravesaba el país. El candidato Andrónico Rodriguez, líder cocalero, vicepresidente de las seis federaciones del trópico de Cochabamba con un discurso de peculiar filantropía proclamaba para la tribuna, “Es momento de solidaridad con el prójimo, compartir, compartir lo poco que tenemos es el espíritu de la campaña solidaria. (…) Este es un momento que debe encontrarnos más unidos que nunca y organizados. Debemos ayudarnos, cooperarnos y acompañarnos. En esta coyuntura tenemos que autogobernarnos, retomar nuestras organizaciones sociales, barriales, vecinales, sindicales, etcétera, y darnos las pautas y estrategias de lo que debemos hacer para afrontar esta pandemia”. Sin embargo, las “pautas y estrategias” de esa campaña que incluían el uso de camiones para fines cuestionables eran de conocimiento del Ministerio de Gobierno. ¿Por qué se permitió que continuara impune? Lo dije entonces, como director nacional de Migración en una entrevista para brújula digital el 9 de abril de 2020, y lo reitero hoy.
Los lobos disfrazados de ovejas siguen entre nosotros, no pueden esconderse tan fácilmente, pero siguen gozando de impunidad. No pretendo dar lecciones de moral, pero Murillo, al volver, tendrá la chance de señalar a quienes formaron parte del régimen que, durante dos décadas, sumió a Bolivia en redes de poder criminal, y que ahora se encuentran detrás de distintos proyectos que solo quieren fragmentar la unidad nacional. Tiene la oportunidad de recuperar su dignidad donde la perdió, porque solo enfrentando la verdad se puede empezar de nuevo.
En mi confinamiento político, en la soledad de una celda de castigo, solo una vez sentí una profunda frustración: al enterarme, por las noticias, del escándalo de los gases lacrimógenos. Pensé, “¡No teníamos derecho a hacer eso!”. Aunque nadie carga con la culpa de los errores ajenos, en un gobierno, el golpe moral es colectivo. Superar ese impacto me llevó a una certeza: ningún cargo público vale más que el prestigio de la persona. Pocas cosas son tan gratificantes como el reconocimiento genuino de la gente cuando actúas con rectitud, aún a riesgo propio.
Jamás olvidaré aquella noche, tras la pacificación del país, cuando un grupo de funcionarios del Ministerio de Gobierno, agotados y desaliñados tras días de trabajo arduo para la desarticulación de organizaciones violentas que todavía se aferraban al poder del masismo, entramos al café Alexander de la avenida Arce, en la ciudad de La Paz. El lugar estaba lleno, y de pronto, todos se pusieron de pie. Aplaudieron, vitorearon, expresaron una alegría desbordante. No nos aplaudían a nosotros, celebraban al pueblo boliviano, a las familias que llenaron las calles, a los jóvenes, niños, abuelos, padres e hijos, que creyeron en un futuro mejor para nuestro país. Ese momento me marcó para siempre. Cada vez que lo recuerdo, me repito: “¡No teníamos derecho a defraudarlos!” Nadie lo tiene.
La política y la vida, sin embargo, siempre ofrecen una oportunidad de redención. Nos enseñan que, sin importar cuánto nos esforcemos o cuán bien hagamos nuestro trabajo, tarde o temprano todo termina algún día, incluso nuestra propia vida. Lo único que podemos controlar es cómo queremos que termine nuestra historia: avergonzados, de rodillas, o de pie, con dignidad. Esa lección la llevo conmigo, en la política y en la vida. Ojalá otros también la hagan suya.
- MARCEL RIVAS FALON
- Ex Director General De Migración
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