Devolver la esperanza: el desafío de reconstruir Bolivia

La esperanza no se recupera con gestos aislados ni con promesas vacías. Lo que realmente determina el bienestar de un pueblo es la presencia activa y comprometida del Estado. Cuando este se ausenta, cuando se convierte en espectador de la decadencia, los sueños de cada boliviano se desvanecen. Por eso, esos sueños deben dejar de ser simples anhelos individuales y convertirse en una agenda política de transformación. Bolivia podría estar muchísimo mejor si el gobierno tuviera la voluntad de cambiar. Es insostenible seguir viviendo bajo regímenes que replican modelos fallidos como los de Cuba, Venezuela y Nicaragua, ejemplos de fracasos políticos, económicos y sociales que se arrastran desde hace más de dos siglos.

Ante esta realidad, el pueblo boliviano se pregunta: ¿con quién aliarse para recuperar la esperanza? Todo está por hacerse, pero no se vislumbra ni la más mínima expectativa de mejora. La desesperanza se ha instalado porque la oposición, por acción y omisión, ha contribuido a construir el relato de que el MAS es un gigante indestructible. Han permitido que sus candidatos se impongan por defecto, como si no hubiera alternativa. Pero esa percepción es producto de una postura arrodillada: cuando se permanece tanto tiempo en esa posición, todo parece más grande de lo que realmente es.

Estamos viviendo las consecuencias del colapso del sistema político tradicional. Lo peor de la política actual es el resultado de un rejunte improvisado, sin visión ni propósito, que dejó a la institucionalidad en ruinas. Si queremos cerrar esta era de destrucción y recuperar la esperanza, debemos apostar por un cambio real, profundo y activo. No se trata de ajustes marginales ni de reformas tímidas que mantengan el statu quo. Bolivia necesita una transformación radical, una nueva dirección que defienda la libertad como principio rector.

Hablar de la política del pasado era encontrar motivos para debatir, para construir. Hoy, hablar de política es enfrentarse al vacío, porque todo se ha derrumbado. Los países son reflejo de sus gobiernos, y Bolivia ha sufrido las consecuencias de un mal gobierno que se ha perpetuado durante dos décadas. Por eso, el desafío no es simplemente llegar al poder, sino formar parte de un gobierno que acepte la responsabilidad de reconstruir una sociedad y una economía completamente rotas.

Nuestra propuesta no se basa en ideologías de izquierda ni en promesas populistas. Proponemos un proyecto político que implemente reformas de gran calado, orientadas a la defensa de la libertad y la propiedad. Sabemos que estas medidas serán difíciles de digerir en el corto plazo, y que enfrentarán una fuerte oposición de sectores vinculados al narcotráfico y al crimen organizado, que seguirán operando para desestabilizar al país. Pero también sabemos que, si se aplican con firmeza y convicción, los resultados serán positivos en el mediano plazo.

El mayor reto no será llegar a la presidencia, sino gobernar sin traicionar los valores que nos llevaron allí. Porque lo más fácil, una vez en el poder, es ceder ante el establishment estatista, como lo han hecho tantos otros. Nosotros queremos ganar, sí, pero también queremos no decepcionar a quienes nos confíen su esperanza. Gobernar con principios, con coraje y con visión es el único camino para devolverle a Bolivia lo que nunca debió perder: su dignidad, su libertad y su futuro.

Pero para que ese cambio sea real no basta con tener ideas: se necesita estructura, trabajo territorial y relato político.

El verdadero problema de la política boliviana es que, si le quitas el curul o la influencia, la mayoría de los políticos no tendrían donde caerse muertos. Estamos convencidos que la política boliviana debe volver a sintonizar con las urgencias del presente, con el valeroso pueblo boliviano, con las urgencias de nuestra patria y con las angustias que tiene nuestra gente; pero también con una visión de largo alcance que supere los ciclos electorales y sus incentivos perversos.

La Constitución Política del Estado debe proteger a los ciudadanos del autoritarismo del propio Estado, pero también a los municipios del poder autoritario de los gobiernos departamentales. El centralismo que ha sido cómplice de la pérdida territorial y marítima del país, debe ser reemplazado por un modelo que garantice libertad individual, propiedad privada y autonomía contractual. La voluntad del pueblo boliviano ha de encontrar límites en los derechos individuales; una democracia irrestricta, radical como la que defiende la extrema izquierda populista, donde la voluntad del pueblo sea absoluta, y total, se convertirá siempre y en todos los casos en una tiranía de la mayoría.

En definitiva, si queremos ser un caso de éxito durante los siguientes 30 años para que el sector privado sea más vibrante y tenga mayor capacidad de innovación debemos aspirar lo antes posible a un marco constitucional garantista que límite las arbitrariedades de las mayorías y proteja nuestras libertades, incluso cuando gobiernen quienes no compartan nuestros valores.

Es por eso que nuestra propuesta política refleja la complementariedad de la experiencia y serenidad de los mayores junto al ímpetu y energía de la juventud para que continúen con nuestro legado partidario.

Nuestra participación en estas elecciones obedece a una concepción virtuosa no reaccionaria. Los caminos del progreso y los de Bolivia son paralelos, no se cruzan desde su fundación, en consecuencia, se debe buscar líneas de comunicación que se establezcan como la tríada liberal: Libertad individual, propiedad privada y autonomía contractual.

Nos declaramos disidentes respecto al clientelismo y la prebenda, y como siempre, a la obediencia de ciudadanos, porque el revolucionario no puede ser soldado: debe pensar, actuar y liberar. Necesitamos que los trabajadores bolivianos sean los brazos pensantes, críticos y se constituyan en palanca para la liberación nacional y social de Bolivia. No existe solamente una salida política, existe una salida de lucha y de pelea en defensa del respeto al voto y la voluntad popular expresada en las urnas. Debemos estar listos para acompañar la lucha del pueblo boliviano, también en las calles, porque este momento de la historia, así no los demanda.

La oposición tradicional durante estos 20 años cumplió un rol concesionista, abocada a la complementariedad de esta decadencia. A quienes les tocó el rol de ser opositores con representación parlamentaria se adaptaron muy bien, pero no vemos que tengan otro rol, son y fueron opositores de cartel en el Parlamento, pero después de todo eso fueron demasiado tibios para defender la libertad, la propiedad privada y la vida, tuvieron otro rol muy diferente al propuesto; por eso no logran consolidarse como alternativa.

Mientras unos pelean, otros gobiernan. Debemos estar atentos a la desinformación permanente de los intereses que gobiernan. En Bolivia tenemos una derecha unionista, centralista y jacobina que ha caído en la obsesión del discurso de destrucción antimasista, vacío, inútil, y contradictorio.

No debemos caer en la trampa ideológica de aquellos que nos quieren meter en las discusiones de división arcaica de la política donde se enfrenta la derecha con la izquierda, esa falsa dicotomía no responde a nuestras realidades. El término izquierda y derecha que muchos no terminan de entender, y solo repiten etiquetas de derecha mala e izquierda buena surge de la revolución francesa, la izquierda eran los jacobinos que querían centralizar y uniformar completamente la República y la derecha de los girondinos los que tenían más implantación local y descentralizadora de respetar ciertas costumbres, ciertas lenguas y normas locales y no buscar una grande unificada y uniformizada República.

Hoy a este gobierno auto declarado de izquierda no le importas tú, ni tu familia, ni tu ciudad ni tu Departamento, no le importa tu salud, ni tu vida, o la de tus hijos, ni la de tus padres y esposa, solamente le importa mantenerse en el poder para seguir saqueando y así consolidar el control del Estado sobre tu vida y el futuro de tus seres amados.

Por eso, Camaradas, les pedimos, organizarnos políticamente, en nuestros barrios, en nuestras zonas, en nuestros sectores profesionales y sociales. Debemos construir estructura, control electoral, sumar apoyos, sectores y ser portavoces activos y convencidos de esta alternativa política. Porque la transformación de Bolivia únicamente será posible desde la administración del Estado. Y para eso, debemos ganar elecciones. No para ocupar cargos, sino para acompañar al pueblo boliviano por el rumbo del futuro y la prosperidad que merece.

Justicia: el puente hacia la esperanza

El deseo de venganza, por justificado que pueda estar, bloquea pensamientos más productivos. Bolivia no puede seguir atrapada en una espiral de resentimiento y revancha. Hoy, el país está en manos de la voluntad de un puñado de masistas con claros nexos con el crimen organizado. Y es nuestro deber presentar una alternativa política que no solo gane elecciones, sino que se constituya en palanca para la liberación nacional y social de Bolivia. Solo así podremos transformar la justicia desde consensos genuinos y una independencia real de los poderes institucionalizados.

Quizás, si viviéramos como habría que vivir, no tendríamos problemas en reconocer nuestro carácter frágil y mortal, sin caer en el victimismo ofuscado que genera primero resentimiento, luego envidia y finalmente deseo de venganza y destrucción. Quizás, si viviéramos como habría que vivir, no buscaríamos refugio en la certidumbre totalitaria para protegernos de la conciencia de nuestra propia mediocridad e ignorancia.

Porque es preciso que el hombre sea redimido de la venganza; esto es, para nosotros, el puente que conduce a las más elevadas esperanzas, el arcoíris que aparece tras las prolongadas tempestades. No lo entienden así las tarántulas del poder. Ellas sostienen: “Lo que nosotros llamamos justicia es precisamente el mundo lleno de las tempestades de nuestra negrura. Nos vengaremos o difamaremos a todos los que no están hechos a nuestra medida. Los cubriremos con nuestros indultos. ¡Voluntad de igualdad: en adelante daremos ese nombre a la virtud! ¡Queremos elevar nuestras protestas contra todo lo que es poderoso!” Sacerdotes de la igualdad: la tiránica locura de vuestra impotencia reclama a grandes gritos “la igualdad”. ¡Vuestra más secreta concupiscencia de tiranos se oculta detrás de las palabras de virtud! Así lo advertía Nietzsche sobre el resentimiento.

La justicia que proponemos no se basa en revancha ni en simulacros de equidad. Se fundamenta en tres esferas morales que deben coexistir: la autonomía, los intereses y los derechos del individuo, que destacan la imparcialidad y la justicia como virtudes cardinales; la comunidad, con sus costumbres y valores como la obligación, el respeto y la diferencia jerárquica; y la divinidad, entendida como una ética de pureza que se opone a la corrupción y la contaminación del poder. Así lo plantea Richard Shweder, y así lo asumimos como principio rector.

Los derechos fundamentales individuales no pueden ser vulnerados por la mayoría. Solo magistrados probos, tribunos independientes y de trayectoria impecable pueden garantizar una democracia plena. Y esa es la justicia que queremos construir: una justicia que no se someta al poder, sino que lo vigile; que no castigue por consigna, sino que proteja por convicción; que no se convierta en instrumento de venganza, sino en garante de libertad.

Este es el cierre de una era y el inicio de otra. No queremos más de lo mismo. Queremos algo completamente distinto. Queremos una Bolivia libre, justa y digna. Y para lograrlo, debemos comenzar por transformar la justicia. Porque sin justicia, no hay esperanza. Y sin esperanza, no hay futuro.

  • MARCEL RIVAS
  • PORTAVOZ PARTIDO DEMÓCRATA CRISTIANO
  • *NDE: LOS TEXTOS REPRODUCIDOS EN ESTE ESPACIO DE OPINIÓN SON DE ABSOLUTA RESPONSABILIDAD DE SUS AUTORES Y NO COMPROMETEN LA LÍNEA EDITORIAL LIBERAL Y CONSERVADORA DE VISOR21