Una vez más, como en la década de 1980, Bolivia está experimentando una profunda crisis económica. La constante pérdida del valor del peso boliviano es uno de los elementos centrales de los desbarajustes económicos que estamos atravesando los ciudadanos.
Reconozco, humildemente, que los problemas del país son más grandes que las crisis económicas, pues somos una nación capturada por el crimen transnacional. Sin embargo, estabilizar la economía es una de las grandes tareas que tendrá el siguiente gobierno, que como pintan las cosas, será de un partido diferente al Movimiento Al Socialismo. Por ende, uno de los temas a tratar será la reforma monetaria. En ese sentido, considero que poner la Dolarización en el debate político es más que necesario, puesto que el peso boliviano como moneda y reserva de valor se encuentra en modo zombi.
Arranquemos por el principio, la Dolarización, es un proceso de anulación o sustitución monetaria, donde una economía reemplaza su moneda original por el dólar estadounidense para que cumpla las funciones de reserva de valor, unidad de cuenta y medio de intercambio.; dejando fuera de circulación el dinero nacional
En este punto, muchos hacen la siguiente pregunta: ¿por qué dolarizar y no, simplemente, reevaluar la moneda nacional?
La respuesta la tiene uno de los mayores expertos bolivianos en la materia, Mauricio Ríos García:
- Para comenzar, revaluar el boliviano significa conseguir la mayor cantidad posible de dólares tomando deuda, confiársela nuevamente al Banco Central de Bolivia (BCB), utilizarla como respaldo para volver a fortalecer el boliviano y «devolver los depósitos a la gente». Esto, aunque fuera lo deseable —que no—, implica una cantidad de tiempo que el país no tiene ni puede darse el lujo de esperar; y ciertamente, en realidad no hay depósitos qué devolver porque ya han sido perdidos, con lo cual, no se les está devolviendo nada, sino que al público se le está entregando recursos de una nueva deuda que eventualmente deberá devolver por medio de impuestos e inflación. La dolarización, en cambio, puede ser inmediata, aplicada hoy mismo o el primer día de un nuevo gobierno, y se traduce en algo tan sencillo como que el gobierno reconozca los dólares que están en manos de la gente como la moneda oficial del país.
Ergo, las ofertas de conseguir dólares mediante acuerdos con organismos internacionales propuestas por algunos de los candidatos no pasan de ser una socialización de pérdidas, puesto que traslada sobre el total de la población la crisis del sistema financiero. En términos sencillos, endeudarnos a todos para ayudar a sus cuates, que son los dueños de las grandes instituciones financieras.
Obviamente, siempre hay quienes objetan la dolarización por, al menos, dos razones: 1) la pérdida de soberanía monetaria y 2) la competitividad del sector exportador.
La idea de que una nación debe tener su propia moneda no es un argumento económico, sino un sentimentalismo nacionalista. La historia demuestra que las monedas nacionales son un invento relativamente moderno; no un símbolo de independencia. De hecho, hasta bien entrado el Siglo XX, la moneda internacional era el oro, los billetes nacionales fijaban su valor en función de la cotización de ese metal precioso. Bajo ese sistema, los países no eran menos soberanos. Simplemente, estaban mejor protegidos de las ambiciones de sus gobernantes de financiar sus gastos mediante emisión monetaria. Esta restricción no quitaba soberanía; al contrario, garantizaba que los ciudadanos sean más prósperos y libres.
Hoy en día, Ecuador, nuestro vecino y socio de la CAN, es una nación dolarizada desde el año 2000. Fue ese candado que impidió a Rafael Correa avanzar en su agenda totalitaria y que protegió a los ecuatorianos de las garras del Socialismo del Siglo XXI, ¿qué más soberanía que ahorrar e invertir libremente, y sin inflación?
Por otra parte, manipular el tipo de cambio para generar competitividad acaba empobreciendo a la totalidad del país, incluso a aquellos que piensan que se benefician, ya que a toda devaluación le sigue su gemela malvada, la inflación. La verdadera competitividad es producto de la solidez de las instituciones democráticas, de los bajos impuestos, de la estabilidad jurídica, de un sistema de seguridad y defensa que proteja la libertad de los ciudadanos y, especialmente, de un marco constitucional que ponga límites a los gobiernos.
Finalmente, con la dolarización el sistema financiero nacional tendrá que hacerse responsable ante el público por haber sido cómplice del Movimiento Al Socialismo durante casi dos décadas, y esa es mi razón fundamental para apoyarla.
- HUGO BALDERRAMA FERRUFINO
- ECONOMISTA, MASTER EN ADMINISTRACIÓN DE EMPRESAS Y PHD. EN ECONOMÍA
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